LAS CIGARRAS Y
LAS HORMIGAS
Por
Antonio Morales Méndez, Alcalde de Agüimes.
Por
lo que se ve, el Comité Nobel Noruego no ha estado demasiado fino en
los últimos años al elegir a muchos de los galardonados con el
Nobel de la Paz. A los nombres de Kissinger (casi nada el pacifista),
Obama o Martti Ahtisaari se suma ahora, sorpresivamente, el de la
Unión Europea. Para el jurado “el avance de la paz y la
reconciliación en el continente”, el “fomento de la fraternidad
entre naciones” y la consolidación de “la democracia y los
derechos humanos” son argumentos suficientes para su decisión.
“Convertir un continente de guerra en un continente de paz”
parece ser la tesis principal de esta farsa en la que anda sumido el
Viejo Continente. Para muchos analistas el premio está llamado a ser
un “impulso moral” a un proyecto de unidad europea que, entiendo,
existe solo en los papeles, que hace aguas por todas partes y que,
abrazado al neoliberalismo político y económico, subordina, poco a
poco, la democracia y la soberanía de la política y los estados al
poder de los grandes lobbys económicos.
Bien
sabía León Felipe que “los gritos de angustia del hombre los
ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos”,
pero a veces no somos capaces de intuir hasta cuando nos van a seguir
“meciendo con cuentos” como éste que se acaban de inventar para
premiar a un continente que abre brechas cada vez más enormes entre
sus ciudadanos; que lleva a la exclusión y a la pobreza a millones
de personas; que debilita el Estado de bienestar hasta sus últimas
consecuencias; que aparta como apestados a los pobres de otros
pueblos que tocan a sus puertas; que no tiene ningún pudor en
apoyar, en beneficio de su balanza comercial a sátrapas en África y
otros continentes; que con el cuento de la defensa de la democracia
participa o apoya todas las guerras que se le ponen a tiro, en un
cambio de peones interesado, en lugares como Irak, Libia, Siria,
etc...; que sigue siendo uno de los mayores exportadores de las armas
que serán utilizadas por tiranos para sojuzgar a sus pueblos y que
somete hasta la extenuación más humillante a un grupo de países a
los que señala como “pigs”.
Sería
injusto cerrar los ojos y no reconocer los avances democráticos y
sociales que se dieron hasta hace muy poco en Europa, pero la
realidad hoy es que el deterioro y el retroceso en lo alcanzado y la
implantación de una especie de guerra fría ultraliberal que
destruye el ideal de equidad, igualdad y solidaridad es patente y
notorio. Los rancios tics de los totalitarismos excluyentes, que han
expuesto lo peor de si mismos en el pasado siglo, se vuelven a hacer
realidad en la escenificación del poderío estructural del norte
(los trabajadores) que gira en torno a Alemania, con el apoyo de
países como Holanda o Austria, frente a los países del sur (los
gandules y ociosos). La vieja fábula de la cigarra y la hormiga
caricaturizada hasta la extenuación por los que no han renunciado
nunca a imponer un colonialismo interior, muchas veces con terribles
consecuencias. Y eso que la OCDE ha dejado expresamente claro que los
países del sur de Europa trabajan más que las naciones ricas del
norte y que España tiene 227 horas más de jornada laboral que
Alemania.
Georges
Soros expresaba hace muy poco su temor a que se conforme un nuevo
imperio alemán en el seno de Europa. No son pocos los que hablan de
un cuarto Reich como continuidad al Sacro Imperio Romano Germánico
que aguantó desde la Edad Media hasta los inicios de la Edad
Contemporánea, al Imperio Alemán o Segundo Reich que duró desde
1871 a 1918 y que desencadenó la Primera Guerra Mundial y al Tercer
Reich de la Alemania nazi que provocó una Segunda Guerra Mundial
atroz y sembró el continente de millones de muertos. Como señala
Rafael Poch en La Vanguardia, la principal revista institucional
alemana en el ámbito de las relaciones internacionales afirmaba
recientemente que la UE es puramente teórica y que “ningún país
puede ser salvado si Alemania no da su visto bueno”. Es la misma
filosofía que la expresada por el ministro alemán de Finanzas,
Wolfgang Schauble: “es la segunda oportunidad histórica de
Alemania”. No son pocos los medios de comunicación teutones que
presumen continuamente de que Europa ahora habla alemán. Según The
Guardian, “Berlín es ahora la capital de la UE, el lugar donde se
toman las decisiones cruciales”. Habermas le ha dado un repaso
también hace unos días señalando sus ansias de poder.
El
país al que se integró noblemente después de haber propiciado la
guerra más terrible de los últimos siglos; al que se ayudó
generosamente a superar sus déficits estructurales tras la
unificación, a principios de los años noventa; al que se perdonaron
los mayores incumplimientos del Pacto de Estabilidad y Crecimiento
(19 vulneraciones Italia, 15 Alemania y Austria y 14 Francia y
Bélgica, hasta hace muy poco), nos somete ahora a una política de
rigor y austeridad sangrante en favor propio y de sus bancos. Todo se
ha diseñado para su beneficio: los recortes y ajustes para el pago
de una deuda privada solo benefician a sus entidades financieras
(mientras a sus cajas, en peores condiciones que las españolas, no
hay quién las examine porque se opone el Bundesbank). No pasa un día
sin que la canciller presuma del “austericidio”, como lo llama
Susan George, al que nos tiene subyugados. Ella sola decide si hay
que nombrar y cuando a un supervisor único; impone el ritmo a seguir
en el avance hacia la unión fiscal europea y en designar a un
supercomisario que pueda vetar los presupuestos nacionales; frena o
acelera a su conveniencia para imponer un nuevo tratado; hace lo
propio con la Unión Bancaria; se pasea por los países “colonizados”
como Grecia y España para escenificar su poder sobre si el rescate
si o el rescate no y las exigencias de ajustes; impide que España
consiga el rescate directo a la banca; castiga a Inglaterra
impidiendo la fusión de EADS con BAE; impide la compra de deuda por
el BCE para engordar sus arcas con intereses usureros; antepone el
interés por reconducir el proceso electoral en su país al interés
general europeo; su Tribunal Constitucional (celoso de su
independencia al igual que el de España con la modificación de la
Constitución para perpetuar el déficit cero, permítaseme la
ironía), ha impuesto la supervisión del Mecanismo Europeo de
Intervención (MEDE) antes de que tome ninguna decisión, etc...
Probablemente
Europa no deja de ser una buena idea. No voy a cuestionar el ideario
de construir un continente próspero, solidario y socialmente justo.
Pero no así. Un país con vocación imperialista no se puede imponer
a los demás. No se puede sustituir la legitimidad democrática por
un entramado tecnocrático. Alguien tiene que poner fin al
sometimiento de los países que la componen, al empobrecimiento de su
ciudadanía, a los millones de parados, a los millones de excluidos…
A la pérdida de derechos y libertades. A la desesperanza y al miedo.
A la desazón ciudadana que lleva al mancillamiento de la política,
al rechazo a los políticos y a la estigmatización de las
instituciones, mientras los grandes poderes económicos salen de
rositas. Como decía recientemente Julián Ariza, Rajoy no puede
seguir siendo el botones de Merkel. Los países del sur deberían
unirse, formar una entente, para evitar este vasallaje. O romper. O
negarse a pagar la deuda como hicieron los alemanes en 1933. O
revelarse los ciudadanos (Hans Magnus Enzensberger escribía
recientemente que “la indiferencia con que los habitantes de
nuestro pequeño continente aceptan que se les despoje de su poder
político produce escalofríos”). Todo menos la aceptación sumisa
que cuestiona la democracia y la justicia social. Porque como decía
hace muy poco en El País el historiador Kevin O´Rourke, la historia
“esta vez nos recuerda que estamos jugando con fuego”.
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