LA RECIPROCIDAD, EL NUEVO PARADIGMA SOCIOECONÓMICO
Ayer
a las 20,00 horas en el Club de Prensa La Provincia, en Las Palmas de
Gran Canaria, pudimos disfrutar de una muy interesante conferencia a
cargo del Filósofo y Activista Social Xavier Aparici, en la intentó
resumir, al tiempo que aportó nuevos datos y explicaciones sobre el
tema LA RECIPROCIDAD EL NUEVO PARADIGMA SOCIOECONÓMICO, lo que en
sus cuatro entregas anteriores -en formato de artículos de prensa-
ha ido publicando a lo largo de estos últimos meses.
Fluye
la siguiente idea y pensamiento general -citado por el propio
ponente- sobre lo aportado en esta conferencia: “SI LA REALIDAD ES
DE PESADILLA REIVINDICO EL DERECHO A SOÑAR”
A
continuación resaltamos unos cuantos párrafos de estos cuatro
artículos (con sus enlaces correspondientes al artículo original), y que condensaron una interesante conferencia que motivó
una activa participación y debate del público asistente. Entre las
aportaciones realizadas por el público destacó especialmente la del
historiador Paco Morote, que también realizó la presentación del
filósofo al comienzo del acto, con frases para la reflexión como
“ESTE SISTEMA ECONÓMICO NOS LLEVA AL SUICIDIO DE LA SOCIEDAD” y
“LA ECONOMÍA ES DEMASIADO IMPORTANTE PARA DEJARLA EN MANOS DE LOS
ECONOMISTAS”.
LA RECIPROCIDAD, EL NUEVO PARADIGMA SOCIOECONÓMICO (I)
Las
políticas de austeridad institucional y de ajuste presupuestario que
vienen imponiendo las organizaciones globales, regionales y
nacionales a la Administración pública española han llevado al
país al colapso de su régimen democrático y de su economía
social. Con la entusiástica colaboración de las sucesivas mayorías
parlamentarias en las Cortes, el Fondo Monetario Internacional y la
Unión Europea han aplicado las directrices económicas y sociales
del neoliberalismo hasta quebrar nuestro Estado de derecho social y
democrático.
Estos
“programas de ajuste estructural” fueron definidos por el propio
FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos con el objetivo de maniatar la soberanía política de los
Estados, desmantelar el sector público de sus economías y así
demoler los regímenes democráticos de economía mixta, los “Estados
del Bienestar”, y su pretensión de conjugar las libertades
personales, las necesidades económicas básicas y los valores
solidarios del conjunto de sus ciudadanías. Estos modelos de
economía de mercado subordinada a los preceptos democráticos y a
los intereses sociales nacionales han sido los enemigos a batir por
el capitalismo “neoliberal”.
En
la persistencia de la continuada sangría en la que se nos mantiene,
de cierre de empresas, de destrucción de empleos y de pérdida de
recursos públicos, un ámbito de justificación teórica se
encuentra en la fundamentación académica sobre las motivaciones
psicológicas propias de la economía: según la ortodoxia
prevalente, los seres humanos nos caracterizamos, fundamentalmente,
por ser egoístas, insolidarios y asociales. El “homo economicus”,
el arquetipo del agente de las interacciones económicas, solo
piensa, al margen de cualquier otra consideración, en maximizar su
beneficio, por lo que los demás agentes no son más que o
competidores o instrumentos de su enriquecimiento. Si esto es así,
si a nadie le importa más que ganar lo que pueda y con la mayor
indiferencia ante la suerte de los perdedores, lo que toca, aún en
los momentos de fuerte recesión y malestar social, es pagar las
deudas, cueste lo que cueste. Sin más.
Desde
luego, éste parece un acertado perfil psicológico para describir
las motivaciones de los poderes económicos, las élites
empresariales, y de los gestores políticos a su servicio. Pero
¿somos los seres humanos en general así?, la sociedad humana en su
vertiente económica ¿es naturalmente una lucha de todos contra
todos?
Si
hacemos caso a la evidencia empírica desarrollada en el campo de la
biología evolutiva, en absoluto. Más allá del egoísmo, las
prácticas de consideración hacia los demás nos caracterizan, en
múltiples ocasiones y de muy distinta forma. Los seres humanos
hacemos gala, naturalmente, de un amplio espectro de actitudes
motivacionales en nuestros intercambios sociales.
En
la sociobiología de la cooperación se reconocen como
característicos el altruismo de parentesco y la reciprocidad
directa. Los “actos beneficiosos para la familia u otros individuos
genéticamente relacionados” nos son habituales, y las “acciones
que confieren un beneficio a otros con un coste para sí mismo pero
con la perspectiva de un beneficio recíproco subsiguiente suficiente
para cubrir costos”, también. Son aspectos consustanciales a
nuestro modo de ser humanos que la sesgada y antinatural concepción
capitalista de la economía desprecia. Con los desastrosos efectos
sociales que su hegemonía ha provocado y que ahora estamos sufriendo
en carne propia, como nunca.
LA RECIPROCIDAD, EL NUEVO PARADIGMA SOCIOECONÓMICO (II)
La
teoría darwinista es el referente de la biología evolutiva actual.
Basada en la mutación azarosa del código genético en los
organismos y su probable fijación en la descendencia, ésta
considera que la adaptabilidad al ambiente y la competencia por los
recursos son los requisitos fundamentales para la supervivencia de
las especies: la mejor adaptación a los entornos tiende a aumentar
la longevidad de los miembros de la especie y su número, lo cual,
termina volviendo escasos los recursos para la subsistencia; la
competencia para sobrevivir en esos ambientes saturados de
concurrencia conlleva que solo los mejor dotados prevalezcan y puedan
transmitir su linaje.
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Otra
gran objeción a la primacía del egoísmo como estrategia de
supervivencia la encontramos en la propia historia de la humanidad,
específicamente, en nuestra larga etapa como cazadores y
recolectores en plena naturaleza. En torno a este periodo paleolítico
hay un consenso generalizado entre los investigadores en cuanto a que
solo gracias a la continuada cooperación comunitaria, los seres
humanos pudieron sortear las múltiples crisis que, de otro modo, nos
hubiesen llevado a la extinción, al inicio de nuestro tiempo.
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LA RECIPROCIDAD, EL NUEVO PARADIGMA SOCIOECONÓMICO (III)
Las
actitudes egoístas y el altruismo, la propensión a saltarse las
normas y el deseo de seguirlas, la malicia y la simpatía, la envidia
y la aversión a la inequidad, el deseo de dominio y la reciprocidad,
son diferentes tipos de motivaciones -más o menos contradictorias,
más o menos sociales- que nos animan a los seres humanos en nuestras
relaciones mutuas.
No
obstante, tal como ponen de manifiesto investigaciones de la economía
experimental y la teoría comportamental de juegos, hay una
motivación en las transacciones económicas que ha resultado
prevalecer sobre las demás, la llamada “reciprocidad fuerte”.
Según sus promotores, Samuel Bowles y Herbert Gintis, ésta consiste
en «una propensión a cooperar y compartir con aquellos que tienen
una predisposición similar y una voluntad de castigar a aquellos que
violan la cooperación y otras normas sociales, aun cuando el hecho
de compartir y el castigo conlleven costos personales».
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Las
personas sensibles a la reciprocidad fuerte coinciden con las que
tienen aversión a la falta de equidad en que quieren alcanzar una
distribución equitativa de los recursos y se distinguen de los que
practican la reciprocidad débil -el “yo te ayudo a ti y tú me
ayudas a mi”- en que no se guían por intereses exclusivamente
egoístas. Así,
frente a la propaganda vertida por los intereses autoritarios y
explotadores, estas investigaciones justifican experimentalmente el
tópico de que, en general, los ciudadanos y las ciudadanas suelen
comprometerse en asociaciones y propuestas de interés cívico muy a
menudo, acostumbran a respetar las leyes y los requerimientos de las
relaciones cooperativas y actúan desinteresadamente cuando tienen la
ocasión de asistir a sus semejantes necesitados. Es decir, somos
buena gente, pero no somos generosos sin más: habitualmente, si nos
dejan ser, reconocemos que “somos hermanos, pero no primos”.
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Todas
estas motivaciones e interacciones, llevadas al ámbito de la
política, nos sitúan en el centro de la equidad económica en
nuestras sociedades, aportando criterios para el reparto justo de los
esfuerzos de producción de la riqueza y de sus bienes.
LA RECIPROCIDAD, EL NUEVO PARADIGMA SOCIOECONÓMICO (y IV)
La
motivación de colaborar solidariamente para el servicio y el
provecho mutuo es una preferencia social mayoritaria y un rasgo
específico de los seres humanos. Buscamos cooperar porque nos
preocupa el bienestar de los otros, los valores de justicia y las
normas de conducta decentes y porque nos confiere una ventaja
adaptativa evolutiva.
Además,
la economía de la reciprocidad, más allá de optimizar los
beneficios materiales o evolutivos, también pretende la erradicación
de la precariedad socioeconómica, promocionando la autorrealización
de las personas y a la sostenibilidad perdurable de las sociedades y
sus mercados. En ese objetivo, los economistas Luigino Bruni y
Stefano Zamagni proponen un humanismo económico de recuperación de
la relacionalidad en la economía, a través de una ‘reciprocidad
transitiva’ que potencia los bienes que subyacen a la cooperación,
como son la amistad, la simpatía, el respeto o la construcción
mutua de la identidad, bienes no estratégicos que son la base de una
“buena vida” fundada en la complementación de los valores de la
eficiencia, la equidad y la reciprocidad.
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Los
seres humanos no somos, en absoluto, indiferentes al apoyo y al
cuidado mutuos; y la cooperación solidaria es una estrategia
socioeconómica altamente eficiente. Entonces ¿por qué arrecian la
inequidad y la miseria hasta en nuestras opulentas naciones?
Desde
luego, las convenciones teóricas prevalecientes en la cultura
antropológica y las ciencias sociales, que arropan la visión miope
del individualismo egoísta y proyectan peligrosas metáforas a la
fundamentación de la política, no son ajenas a la tragedia
civilizatoria en que nos encontramos. Y, más acá de estos ámbitos,
los yugos jerárquicos de la opresión, la explotación y la
alienación continúan reprimiendo, desvirtuando y entorpeciendo el
desarrollo pleno de esas necesarias alternativas de dignidad y
capacidad humanitarias. Pero
también los límites de la imaginación política y la historia de
la institucionalización de los derechos y deberes públicos
condicionan su extensión. Las constituciones de los estados
democráticos de economía mixta, los del bienestar, marcaron el
pleno empleo decente, no como un derecho-deber fundamental
directamente exigible, sino como una mera cuestión social y de
hecho. Mientras no resolvamos esa enorme y solapada incongruencia, el
reparto equitativo de los puestos y los tiempos de trabajo y de los
bienes y servicios que su productividad aporta a la comunidad, se
seguirán supeditando a los intereses de los abusadores y gorrones en
el poder, los dueños de las grandes empresas y las finanzas y sus
lacayos de toda condición.
¿Para
cuándo la ciudadanía democrática soberana y su protagonismo
socioeconómico?, ¿para cuándo la responsabilidad solidaria plena,
los derechos-necesidades y los deberes-capacidades ejercidos
conjuntamente?
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