domingo, 6 de enero de 2013

Las prisas: por Santiago Gil


Corremos sin ton ni son a todas horas. No sabemos hacia dónde vamos, pero aun así no refrenamos nuestros pasos para coger un poco de sosiego. Salimos de la cama, nos metemos en la ducha, esperamos ansiosos a que se haga el café y nos lanzamos al mundo como quien se lanza a toda velocidad por un tobogán interminable. Incluso quietos estamos maquinando proyectos, objetivos y supuestas citas ineludibles. No es que uno vaya ahora a reivindicar que estemos como los monjes en el Tíbet, meditativos y concentrados. Posiblemente casi todos nos sentiríamos másestresados en la postración que en el vértigo, y más tarde o más temprano escribiríamos lo que en su día escribió el poeta José Hierro: “serenidad, tú para el muerto, que yo estoy vivo y pido lucha”.
…. saudade ….
Amanece y tú reconoces de nuevo el mundo, los perfiles lejanos de las montañas, el horizonte del mar que se perdió con la noche, los pájaros que se escondieron silenciando sueños, o ese azul que siempre llega repintando esperanzas. También te reencuentras contigo mismo cada alborada. Somos como esa flor nueva que brota en medio del campo. No importa que nadie se fije en ella. Lo milagroso es su aparición en medio de la nada, eltriunfo diario de la belleza y de la mañana. El ser humano siempre será contradictorio. Cada uno de nosotros suele ser contradictorio varias veces al día. Corremos, pero cuando pasamos cerca de Las Canteras, pongamos un lunes a las once de la mañana de un día radiante y soleado, nos decimos que ya está bien, y que ya va siendo hora de parar y de disfrutar un poco más de la vida, y por supuesto de la playa. Luego, según giramos y nos metemos en cualquier comercio, nos quedamos prendados ante una tele de plasma o con el cartel que anuncia un hotel de cinco estrellas en cualquier paraíso, y sobre la marcha empezamos otra vez a hacer números y a estresarnos con las cuentas que nunca salen y con las horas extras. No sabemos parar. Nunca nos enseñaron a vivir en armonía con el tiempo, y mucho menos con el espacio; de ahí nuestra atávica flojera con las leyes de la física. A veces, cuando la muerte ronda a alguien cercano, nos proponemos cambiarlo todo de inmediato; pero es en vano. Nuestra condición de mortales, además de hacernos vulnerables, nos ayuda a volvernos olvidadizos para poder seguir sobreviviendo. Yo hace tiempo que asumo esas contrariedades cotidianas como parte de un juego inevitable. Pero también me agarro a lo que Benito Pérez Galdós y Fernando León y Castillo llamaban la ley del maúro canario cuando se cruzaban cartas entre Madrid y París: “paso de buey, estómago de lobo y hacerse el bobo”. Vale para todo, incluso para estos tiempos tan alocados, contradictorios y olvidadizos que vivimos. Con esos pasos de buey, nuestros ancestros se movían siempre entre la divina pachorra y la bendita saudade.

No hay comentarios:

Publicar un comentario