Claro que aún tenemos esperanza. Y no porque un anuncio en televisión nos recuerde que si hurgamos con paciencia en los medios de comunicación encontraremos siempre alguna referencia que pueda devolverle unos instantes de optimismo. Hay hasta periódicos digitales que sólo publican buenas noticias, cuestión con mucho mérito en los tiempos que corren. Pero es mil veces preferible militar en ese extremo, que en el de los que aprovechan cualquier circunstancia para darnos la vara con las profecías que anuncian el enésimo fin del mundo... Y entre ambos extremos vamos oscilando los demás, según nos vaya a nosotros mismos o al entorno más cercano.
Sea como sea, los que mueven los hilos de la economía y la política nos ponen muy difícil no cortar definitivamente el hilo que nos ata a nuestras ilusiones, parecen haber urdido un gigantesco complot que pretende arrebatárnoslas... Pero aún así, afortunadamente, no pueden controlarlo todo y a veces la vida cobra dinámicas que nos reconfortan, simplemente porque sigue habiendo gente que sin pretenderlo, alimenta la esperanza de que aún no está todo perdido.
Como ese titular que inyectaba optimismo en Alicante, una provincia tan acostumbrada a ocupar las portadas con tremendos casos de corrupción y que se ganó un hueco en las letras pequeñas de los informativos por un fin mucho más loable. Hay pueblos que decidieron gastar el presupuesto que tenían previsto para alumbrado navideño en repartir ayuda a familias con graves problemas económicos. La idea puede llegar a ser aún más reconfortante si concluimos que la economía es al fin y al cabo una cadena: Si esas familias mejoran su situación, repercutirá en el entorno afectando positivamente a los comercios porque habrá aumentado el consumo. Simple, ¿verdad? Un ejemplo real a pequeña escala que demuestra que el verdadero problema para superar la crisis no es presupuestario, sino sobre todo de ideas... E ideologías.
Ideas como las de los que intentan aportar su granito de arena ante el horror de los desahucios cediendo sus segundas residencias a familias que hayan perdido su casa por no poder pagar la hipoteca, a cambio de que se encarguen de abonar los gastos de mantenimiento. En eso consiste la solidaridad: En que algunos a nivel individual se priven de lo que les sobra para que podamos salir adelante en lo colectivo. Que tomen nota de la receta en el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y demás élites del liberalismo más inhumano...
Por lo demás, hay médicos que atienden a sin papeles, bomberos que se encaran con la policía represora, científicos que siguen trabajando aunque sea en condiciones precarias, hombres y mujeres que dedican una parte de su vida a salvaguardar el compromiso moral con los demás, jueces que se alzan contra leyes injustas o jóvenes que nos demuestran que no son una generación materialista y desmovilizada. Ante la riada de malos titulares, es verdad que cada día hay un lugar para la esperanza, así que lo mínimo que deberíamos hacer es prohibirnos perderla.
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