Con esto de estar jubilado, uno tiene tiempo para casi todo… Por la noche, me organizo, me programo, preparo los bártulos y a la mañana siguiente, sin sometimiento del reloj y según cuadre, porque nadie me empuja, me dedico a visitar museos, bibliotecas, leer o visitar lugares para refrescar historias de un pasado cercano…
Hace unos días, al golpito, giré una visita a distintos supermercados. Reposadamente, -las prisas no son buenas consejeras- me paré en una de las tantas estanterías. Buscaba, en cada frasco, en cada envoltorio, los productos isleños. Créanme a pie juntillas que estuve revolviendo y preguntando en cada uno de estos amplios comercios en afanosa búsqueda de un puño de sal. La sal nuestra. La sal que se cultiva en nuestro Archipiélago. Fue, una búsqueda inútil… Sorprendido, apesadumbrado, abandoné cada uno de esos establecimientos sin conseguir mi objetivo…
No di con lo que buscaba… Pero como soy muy cabezota y me negaba a desistir del empeño, pregunté en esas tienditas vecinales de “aceite y vinagre”. Tampoco la encontré…De regreso a casa pensaba: ¿para qué se reconstruyeron y pusieron en activo distintas salinas en Canarias?... Pegué a tirar de la hebra de mis recuerdos. De tiempos al que la memoria no alcanza… Recordaba cuando llegar a Lanzarote y visitar su capital, era encontrarte con numerosas salinas que bordeaban el perfil de la isla…
Recordaba que a finales de los ochenta, con un reducido equipo, el programa “Senderos Isleños”, de Televisión Española en Canarias, en valioso intento de inmortalizar en imágenes, paisaje y paisanos, empezamos a documentar las salinas que se estaban desmoronándose… Las del Janubio, las primitivas de Bañaderos, El Carmen, Teneguía, las del Río, las más antiguas de Canarias, situadas al pie del impresionante Farallón de Famara y tantas otras…
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