Compruebo
cada día con tristeza que esta situación convulsa que vivimos y
que ha llevado a numerosas personas a malvivir en los límites de la
dignidad humana no mueve todas las conciencias por igual. Los límites que nos hemos dado esta sociedad para una convivencia pacífica
se prestan habitualmente a interpretaciones interesadas. Y no se
trata de dilucidar el bien del mal. Para nuestra desgracia depende
mucho de quién hace el mal o el bien, porque si es de nuestro signo
político o religioso seremos más o menos condescendientes con él,
mientras que si el sujeto a valorar es de otro signo político, o
simplemente ajeno a los valores que nosotros consideramos adecuados y
correctos, la crítica es implacable. En definitiva, la hipocresía
inunda cada vez más nuestro criterio y posicionamiento. Lo ancho
para mí, lo estrecho para ti. No importa quien está en posesión
de la razón o quien intenta hacer el bien, sólo importa a qué
color político representa cada cual. Al mismo tiempo y cada día
descubrimos con estupor una cascada de corruptelas y abusos de poder
mal disimulados y entretejidos por parte de una clase política,
económica y financiera de determinado signo que cada día muestra
con con menos vergüenza los entresijos y la podredumbre del poder.
Compruebo
también con estupor y tristeza como personas que se dicen creyentes
y de misa frecuente, no dudan en volcar sus odios y frustraciones en
los que simplemente piensan de manera diferente. El odio a lo
diferente rezuma su bilis en muchos comentarios que habitualmente leo
en la red. El respeto a la libertad de expresión simplemente no
existe. Al que piensa de forma diferente se le insulta y vilipendia
sin el menor respeto. Claro que también esto último sucede cuando
se carece de argumentos suficientes para convencer al otro de su
punto de vista. Pero insisto, me resulta realmente triste y
descorazonador en personas que presumen de ser seguidoras de las
enseñanzas de Cristo.
Hace
muy poco he terminado de leer un libro sobre la guerra civil titulado
“El Holocausto Español” del británico Paul Preston. Como dicen
que el saber no ocupa lugar me he puesto a esta dura tarea durante
las últimas semanas, y debo reconocer que me ha costado muchísimo
leerlo, principalmente por su durísimo contenido. En el se relatan
las atrocidades cometidas antes, durante y después de la guerra
civil española, y me entristece comprobar escuchando y leyendo a
muchas personas, lo poco que aprendimos de aquella azarosa época de
nuestra historia reciente, que los polvos que condujeron a aquellos
lodos son muy parecidos a los que ahora estamos viviendo. Que la
hipocresía, los odios y mentiras interesadas, basadas en los
personalismos y egoísmos sin límite son caldo de cultivo también
hoy en día. Que tampoco esta democracia está tan asentada como
creíamos, principalmente porque se construyó sobre unos cimientos
endebles, y todo lo que se construye sobre cimientos inadecuados está
condenado a que se tambalee ante la más mínima sacudida. Ya se
empiezan a escuchar en boca de los voceros de turno llamar al ruido
de sables para intentar aplacar con la bota del miedo el descontento
y desconcierto de una sociedad maltratada en beneficio de unos pocos.
Mi
máximo respeto y admiración para las personas que vuelcan sus
creencias y su fe en la ayuda a los demás. Sin embargo permítanme
un punto de desconcierto con los que presumiendo de religiosos y
creyentes rezuman odio a la más mínima contrariedad.
Permítanme,
con todos los respetos, un apunte para la reflexión:
Cuando
entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban:
«¿Quién es este?».
Y
la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».
Después
Jesús entró en el Templo y echó a todos los que vendían y
compraban allí, derribando las mesas de los cambistas y los asientos
de los vendedores de palomas.
Y
les decía: «Está escrito: Mi casa será
llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva
de ladrones».
…
Mateo
21:10-17
Maestro
Pancho.-
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