D. Nicolás Aguiar se adorna en esta ocasión de una fina ironía para comentar el esperpento nacional, tanto que ha conseguido que me ria con ganas durante la lectura de este simpático artículo con el que nos obsequia InfonorteDigital.
Las épocas han cambiado, dicen, como lo hacen las aguas de los ríos heraclitianos. Pero hay ciertas tradiciones que se mantienen a lo largo de los tiempos por muy medievales que sean sus orígenes. O, incluso, orientales, cuando los villanos debían andar a cuatro patas frente al serenísimo emperador, al que tampoco podían dar la espalda ni mirar a los ojos. Y parece que también así se comportaba la ciudadanía frente a los Ramsés de turno en las milenarias culturas egipcias, incluso anteriores todas ellas a las europeas.
Sí, nos separan tres mil quinientos años del antiguo Egipto. Pero cierto es que en la España de ahorita mismo se mantienen las tradiciones de tiempos atrás, como hizo el buen don Guido machadiano, aunque por el momento el señor Rajoy no entre en la catedral de Santiago bajo palio. Mas todo se andará, el hombre hace méritos para lograrlo. Por eso el señor presidente colocó a don José Ignacio Wert en el Ministerio de Educación, el que regala los dineros a la enseñanza privada, impone la Religión (católica, claro) como asignatura, elimina concienciaciones ciudadanas en el aula e, incluso, dicen, pretende recuperar como himno identificador el “Juventudes católicas de España, / galardón del ibérico solar, / si la fe del creyente te anima / su laurel la victoria te dará”.
Por eso, por su imposible ambición de caudillaje, el señor Rajoy reverencia también al poder religioso, como cuando dobla el espinazo para saludar a la máxima autoridad católica en España, el señor Rouco Varela, aquel que le exige más coraje en la libertad de enseñanza, urgentes decretazos contra el aborto, oposición al matrimonio entre homosexuales, que los niños tengan padre y madre, que el mundo está echado a perder, Mariano, que así no te vas a ganar el palio. ¿Cómo que no, monseñor? Y Mariano se pone en posición de firme, y arquea su espalda los sesenta y cuatro grados pertinentes que ha estado ensayando en Moncloa, y le enseña su coronilla ya tonsurada casi a la manera cardenalicia, lo cual significa que él es de los de antes de 1972, cuando el rojo psocialista Pablo VI eliminó tal distingo del círculo afeitado.
Pero para reverencias, sumisiones, devociones patrias y monárquicas, las de hace muy poco en una recepción oficial. La señora Cospedal, toda ella secretaria general del PP y presidenta de la Comunidad castellano manchega –y con mayoría absoluta-, quedó impactada ante el borbónico cuerpo del sucesor. La señora Cospedal hizo tal genuflexión, dobló las rodillas de tal manera hiperbólica, barroca y complicada que se confundió y no lo hizo rítmicamente, sino con atropellos. Así, colocó la pierna derecha detrás de la izquierda (¡torpeza!); dobló esta, y la otra se le quedó al aire, algo así como cuando a uno le entra un telele carnavalesco a eso de las seis y media de las del alba ya sin peluca ni bonoguagua y jartitode Ariucas. Porque no fue genuflexión a la manera clásica, digo, sino que la pobre mujer –me dio hasta sentimiento- se hizo un nudo, y la tibia siniestra se mezcló con el peroné diestro; el tarso dejó de ser para volverse metatarso e incluso, parece, falanges, falanginas y falangetas se convirtieron en huesitos de la Sección Femenina, qué cosas.
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