¿Qué tiene de especial esta islita de apenas 4 kilómetros cuadrados que sigue siendo un paisaje digno de ser reverenciado, un icono para la ciudadanía? Pues tiene su espacio todavía virginal; el día en que lleguen allí los hoteles y los adosados será porque Canarias ya habrá salido de la historia con la multiplicación de sus bosques de cemento y asfalto, sus infinitos campos de golf, sus nuevas autopistas, sus flamantes centros comerciales, sus urbanizaciones y su camino hacia la nada. Malpaís, piedras que van siendo conquistadas por los líquenes, charcas que abrigan vegetación, playas de nácar y sobre todo soledad, inmensa soledad. Una paz bienhechora, unos atardeceres plácidos, un espacio que regenera las neuronas.
Algo tiene de mágico este lugar cuando aquí nacieron por lo menos dos escritores de prestigio: la canario-paraguaya Josefina Pla y el canario-venezolano José Antonio Rial. Antes de que llegara la automatización los fareros debían ser personajes muy atentos a los libros. Farero también fue el famoso Antoñito, que pasó a mejor vida, y que hacía unas paellas memorables. Hoy su choza-restaurante sigue en pie pero ya no queda memoria de sus guisos. Los lobos marinos que le dieron nombre, aquellas focas monje de las que sólo quedan unos pocos ejemplares al sur de Mauritania, no volverán a asomar su hocico junto a las piedras quemadas, los saladares y los jables. Pero las aves, que son más libres, sí seguirán utilizando esta estación de paso. Y cada vez que vengan vacaciones cientos de caminantes transitan los senderos que conducen al Faro Martiño y a La Caldera, el punto más elevado con sus 127 metros. Piedras quemadas, tabaibales, hoyas salitrosas, hornos de cal, aljibes, cantiles y caletones, pajarillos que corretean dispuestos a comer de la mano del visitante, pardelas y alcaudones. ¿Quién dijo que en Lobos no existe sino la desolación? Los topónimos hablan por sí solos: el Llano de los Labrantes, el Morro de la Garza, el Llano de la cocina, la Cueva de las Palomas, la Caleta del Yate, la Punta de la Mantequilla, la Caleta del Vino, la Cueva de los Lobos, la Caleta de la Madera, y sobre todo la Playa de la Concha, tan idílica con sus aguas cristalinas y sus arenas blancas.
Recorrer los senderos de Lobos nos lleva a un tiempo diferente. No en vano éste es uno de los primeros lugares que emergieron del Atlántico cuando las islas comenzaban a formarse. Hay otros sitios que ojalá pudieran preservarse, por ejemplo El Confital. El deseo de ocupar espacios no tiene límite, en un territorio pequeño, frágil y sumamente apetecible para los inversores cada metro casi equivale a un lingote de oro. Preservar este lugar debe ser una prioridad.
Sin duda los mejores años de mi vida los disfruté con este telón de fondo que narra D. Luís. Muchas gracias por retrotraerme a esos momentos entrañables que llevaré siempre conmigo.
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