A final del próximo mes de octubre tendremos la segunda huelga general en Educación de este año 2013. Como la anterior, la realizada el 9 de mayo, afectará a todos los niveles educativos desde la Infantil y Primaria a la Universidad, y cuenta con un amplio apoyo sindical, de los padres y madres de alumnos y de colectivos estudiantiles.
Sus objetivos centrales son la oposición a la LOMCE, una ley clasista y retrógrada que nace con muy escaso consenso social y político, así como el rechazo a las políticas de elevación de las tasas académicas y restricción de becas que están expulsando de los campus a miles de jóvenes con escasos recursos económicos familiares, en un país con elevados índices de desempleo y de pobreza.
Como ocurriera con la convocatoria anterior, están más que fundamentadas las razones para oponerse a las políticas educativas del PP, que se han traducido en brutales recortes en los presupuestos educativos, despidos de miles de docentes y el permanente desprestigio de la educación pública, mientras no cesan sus apoyos a la escuela privada, incluso cuando esta separa, en una involución sin precedentes, a los niños de las niñas.
LOMCE
En el caso de la LOMCE, el rodillo del PP la sacará adelante, sin duda, pero la inmensa mayoría de fuerzas políticas presentes en el Congreso de los Diputados ya se han comprometido a derogarla cuando las urnas establezcan nuevas mayorías.Nunca, en todo el período democrático, una ley educativa nació con tan poco consenso y con tanto rechazo en los más diversos ámbitos de la enseñanza.
Dicho lo anterior, muestro mis reservas al modo y manera de la convocatoria. Es posible que esta, como sucedió en mayo, vacíe las aulas durante la jornada del 24 de octubre y logre un buen nivel de movilización social en las calles.
Y que, asimismo, y me parece de enorme relevancia, su propia preparación sirva para abrir una etapa de intenso debate, de análisis de nuestra situación educativa, que sensibilice a amplias capas de la población sobre la importancia del sistema educativo y los riesgos que supone su descapitalización, así como elcastigo a los más desfavorecidos y a la igualdad de oportunidades que implican distintas medidas gubernamentales en aspectos como ayudas a libros de texto, becas o precios de las matrículas.
Alumnado
Pero me temo que, como ocurrió en mayo, la huelga salga adelante en función de la mayor o menor implicación del alumnado en la misma. En aquella ocasión fueron los estudiantes los que lograron paralizar la actividad académica mientras la mayoría del profesorado permanecía en las aulas, por falta de suficiente implicación o frenado por los descuentos salariales que supone sumarse al paro, como me reconocieron entonces numerosos sindicalistas del sector.
Probablemente, creo que no me equivocaré, este octubre se repita la historia y estemos más ante una entusiasta huelga juvenil, apoyada por las familias, que a una movilización mayoritaria del conjunto de los actores del sistema público de enseñanza.
Escuchar al ministro Wert y su calificación de “fiesta de cumpleaños” al nivel de discrepancia en España contra las leyes y reformas educativas en marcha,confirma su carácter provocador, su enorme irresponsabilidad, y su permanente negativa a escuchar críticas y aceptar propuestas a su más que controvertida gestión.
Pese a ello, y desde mi pleno apoyo a la convocatoria y sus objetivos, me planteo algunas cuestiones, algunas dudas. ¿Se puede hacer algo distinto que deje claro el malestar con las políticas educativas y aglutine a la mayoría del profesorado, sin repetir las fórmulas de siempre? ¿Sacar las aulas a la calle y escenificar el compromiso colectivo con lo público y el rechazo a quienes tanto se esfuerzan en destruirlo? ¿O abrir los centros a la sociedad para que esta comparta el buen desempeño de tantos docentes, las dificultades en que desarrollan su trabajo, el compromiso con chicos y chicas de distintos orígenes, de diferentes condiciones sociales y culturales?
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