Durante
el mes de agosto, el “guardián de la democracia, la libertad y el
libre mercado” de Occidente se entregó en cuerpo y alma a
justificar la necesidad de un ataque al gobierno de Al Asad en Siria.
Desde esa fecha, los medios de comunicación internacionales no han
dejado de hacerse eco de los preparativos de una intervención para
acabar con una guerra fratricida que -¡qué casualidad!- está
poniendo en riesgo el control del petróleo de la zona, la seguridad
de Israel y el dominio estratégico de Arabia Saudí y que, además,
tiene visos de afianzar el poder en esa franja de China y de Rusia.
Para
justificar una intervención “de carácter humanitario y de
restauración de la democracia” que no responde sino a intereses
económicos y geopolíticos (resulta paradójico que sea de la mano
del integrismo más cruel y de los sátrapas de Arabia Saudí),
pronto irrumpen en escena unas imágenes atroces de seres humanos
asesinados con armas químicas, probablemente gas sarín, que EEUU
atribuye de inmediato al gobierno sirio. Dado el antecedente de la
guerra de Irak, la comunidad internacional no termina de creérselo y
Rusia pide pruebas fehacientes que no aparecen.
De
espaldas a la ONU, EEUU va tejiendo una red de apoyos que repite los
viejos esquemas de Afganistán, Irak y Libia y no duda en recurrir a
las amenazas y las mentiras. Pronto se bajan los pantalones Europa y
el gobierno de Mariano Rajoy que da su visto bueno de espaldas al
Parlamento y a la opinión del 96% de los españoles que rechaza la
participación española en un ataque a Siria sin la ONU; para colmo,
como el presidente español actúa con cobardía y no se atreve a
anunciarlo, nos tenemos que enterar a través de un comunicado de la
Casa Blanca. Y aparece también uno de los halcones del trío de las
Azores, Tony Blair, para decirnos que “tenemos que estar en el
bando de quienes rehuyen la tiranía y la teocracia”, (¿de
quiénes? ¿de Al Qaeda y los sauditas?) sin citar que en ninguno de
los lugares de la últimas guerras señaladas se ha impuesto ninguna
democracia y si el terror y la barbarie. Nos pide que abandonemos los
argumentos morales y nos fijemos solo en los intereses mundiales que
no son otros que los que este socialdemócrata de la Nueva Vía
neoliberal defendió desde la mentira de la presencia de armas de
destrucción masiva en Irak. Y obvia, claro, que Londres exportó a
Damasco en 2011 productos químicos como el fluoruro sódico, uno de
los elementos usados para la fabricación del gas sarín. Y se suma,
obviamente, Hollande, fiel seguidor del modelo socialdemócrata
francés de apoyo al colonialismo en África que tan bien supo
defender el gran Mitterrand.
En vísperas del
11-S, el presidente Obama, distinguido paradójicamente con el Nobel
de la Paz, que sigue manteniendo lugares como Guantánamo donde se
aplica la tortura y la prisión preventiva sine die, sin la
intervención de la justicia ni de ningún tipo de control, se pone
de lado de los integristas que perpetraron el magnicidio de las
Torres Gemelas. Con el argumento de la defensa de la democracia no
duda en apoyar igualmente a Arabia Saudí, que financia al
integrismo más radical por todo el mundo y que aplica una política
feudal en su emirato. Con la excusa del gas sarín, probablemente
otra mentira fabricada ex profeso, y ante el temor de que sea el
régimen oficial quien gane la guerra, deja de lado los más de cien
mil muertos y más de dos millones de refugiados que se han producido
hasta ahora y los medios con que han sido asesinados. Soslaya que ha
sido EEUU quien más ha utilizado las armas químicas, como en
Vietnam o Camboya, las bombas racimo y las armas nucleares y se
dispone a intervenir en una guerra que puede acarrear terribles
consecuencias y que, como dice Hans Blix, ex inspector Jefe de
Armamento de la ONU para Irak, “el ataque de los arsenales podría
propagar los agentes tóxicos en la zona”. Y aunque ahora la
presión de Rusia y de los ciudadanos americanos le haga mirar hacia
la ONU y la diplomacia -dejando con el trasero al aire a los
seguidistas de siempre- lo cierto es que su espíritu de “vigía de
las esencias democráticas” se mantiene intacto.
Lo
decía recientemente Hans Blix: “EEUU, sea con Obama o con Bush, no
es la policía del mundo”. Pero se lo creen.
Es
lo que Tzvetan Todorov (Los enemigos íntimos de la democracia.
Galaxia Gutenberg) califica como mesianismo político. Para este
historiador y pensador búlgaro-francés, en la historia europea este
mesianismo ha atravesado varias etapas. Las guerras revolucionarias y
coloniales empiezan con la Francia de 1789 que pide que se exporte a
todas partes la fraternidad. Por la fuerza de las armas si es
preciso. Destruir al enemigo no es un inconveniente sino un deber
moral. Danton afirmaba que “el ángel exterminador de la libertad
derribará los satélites del despotismo”. Más tarde Napoleón
sigue por los mismos derroteros desde el afianzamiento de un
sentimiento de superioridad, llevado por la creencia de que se está
en la cima de la civilización: “las conquistas de un pueblo libre
mejoran la suerte de los vencidos, reducen el poder de los reyes y
aumenta la Ilustración”. Condorcet llamaba a combatir “la
inmensa distancia que separa a estos pueblos (los más ilustrados) de
la servidumbre de los indios, de las barbaries de las tribus
africanas y de la ignorancia de los salvajes”. Y así Inglaterra se
decide a ir a por la India, Napoleón a por Egipto y Argelia…Y se
reparten Asia y África…
Más
tarde, después de la experiencia comunista en la que la existencia
de la burguesía no es compatible con la sociedad, lo que lleva a los
extremos de la justificación de la toma de decisiones despóticas de
la mano de gente como Mao o Pol Pot, nos adentramos -nos dice el
autor- en una época en la que se justifica la imposición de la
democracia y los derechos humanos con bombas. Siguiendo el principio
del “derecho a la injerencia” de Francia en Ruanda en 1994, en
1999 la OTAN interviene en Yugoslavia y dejó detrás un mundo de
grupos de mafiosos y de persecución a los serbios. Y después, la
invasión de Irak por EEUU y sus aliados siguiendo un documento
publicado por la Casa Blanca (La estrategia de seguridad nacional de
los Estados Unidos de América) que dice que “la libertad, la
democracia y la libre empresa” son sus valores primordiales y su
obligación es imponerlos en todo el mundo, si es necesario por la
fuerza. EEUU se siente orgulloso de la responsabilidad de imponer su
voluntad al resto del planeta y afirma que “actuaremos activamente
para llevar la esperanza de la democracia, del desarrollo, del libre
mercado y del libre comercio a todos los rincones del mundo”. Por
supuesto, la guerra de Afganistán consiguió al final el efecto
contrario. Bombardeos indiscriminados, centros de retención y
tortura y el apoyo a dirigentes corruptos.
En
el discurso que Barak Obama leyó el día que recibió el premio
Nobel defendía la intervención armada en un país “en caso de
legítima defensa, si la fuerza que se emplea es proporcional y si se
deja al margen a la población civil”. Palabras. Nada de eso se
cumple. Pone siempre por delante la que considera su misión de
“garantizar la seguridad mundial”, es decir hacer de policía de
la humanidad. De la autodefensa al mesianismo. Y aclara que se puede
llevar a cabo de manera preventiva. En marzo de 2011, legitimó la
intervención en Libia porque EEUU “es el garante de la seguridad
mundial y el defensor de la libertad humana” y debe “prevenir los
genocidios, asegurar la seguridad de la zona y mantener la libertad
de comercio”. El sometimiento de la soberanía nacional de un país
al del gobierno universal profundiza en la desigualdad al legitimar a
los estados más poderosos para hacer lo que quieran en su casa y
en las de los demás. Y para controlar los desmanes y los desafueros
de las grandes potencias ni sirve la ONU ni los tribunales
internacionales.
Lo
expresó muy bien Pascal: “el que quiere hacer de ángel hace de
bestia”. No es ni más ni menos que lo que está pasando con Siria.
Puro mesianismo cargado de intereses. Por lo pronto el precio del
petróleo y las ganancias de las multinacionales energéticas sigue
subiendo y las Bolsas se preparan para aumentar sus ganancias tal y
como sucede tras cada contienda. Y los sirios no vivirán en
democracia de ninguna de las maneras.
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