Dos venerables ancianos, más octogenarios que septuagenarios, asombran al mundo estos días por lo que dicen, por algunas de las cosas que hacen y por la determinación que transmiten en sus gestos y en sus mensajes.
Jorge Mario Bergoglio, 77 años cumple en diciembre, actúa como si tuviera tres decenios por delante para pilotar la institución que preside desde marzo, la iglesia católica. Ya sea en aviones, en revistas de su cuerda o en rotativos como La Repubblica poco sospechosos de meapilismo, el jesuita argentino ahora conocido como papa Francisco ha ido desgranando una rompedora “hoja de ruta” que, a quienes lo seguimos desde la barrera, nos cuesta bastante creer y a muchos de los que están en su órbita, los tiene literalmente acojonados.
José Alberto Mujica Cordano cumplió en mayo 78 años y hace dos que preside Uruguay. Viejo tupamaro con amplio curriculum carcelario, saltó a las primeras páginas de todo el mundo este verano cuando el parlamento de su país aprobó la legalización de la marihuana. Su particular manera de vivir y de ejercer el poder no pasan desapercibidos. Tampoco sus discursos: “Hemos sacrificado los viejos dioses inmateriales y ocupamos el templo con el dios mercado. Él nos organiza la economía, la política, los hábitos, la vida y hasta nos financia en cuotas y tarjetas la apariencia de felicidad“, dijo el pasado 24 de septiembre en la ONU.
El “liberalismo salvaje“, contaba Bergoglio este martes en La Repubblica, hace que “los fuertes se hagan más fuertes, los débiles más débiles y los excluidos más excluidos. Se necesitan reglas de comportamiento y si fuera necesario también la intervención del Estado para corregir las desigualdades más intolerables“.
“Hemos creado una civilización que ha deparado un progreso material portentoso y explosivo, pero lo que fue economía de mercado ha creado suciedad de mercado. ¿Es posible hablar de solidaridad en una economía que esta basada en la competencia despiadada? ¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad? El desafío que tenemos por delante es de una magnitud colosal y la gran crisis no es ecológica: es política. El hombre no gobierna hoy las fuerzas que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre“, decía Pepe Mujica en Río el pasado dos de junio.
Por su parte el papa Francisco dijo este martes, en la misma línea que días antes proclamara en la revista de los jesuítas, que ”los grandes males que afligen el mundo son el desempleo de los jóvenes y la soledad en la que ha dejado a los viejos”. Los viejos necesitan cuidados y compañía; los jóvenes trabajo y esperanza“.
Escuchar esta música tan poco habitual en boca de dos jefes de Estado septuagenarios a mí, la verdad, me anima. Sobre todo cuando estoy harto de escuchar a mi alrededor a gente apenas sesentona que no para de hacer cálculos para la jubilación o que, directamente, están ya jubilados, ociosos, depresivos, desmotivados… Bergoglio y Mujica nos demuestran que los 77 es una excelente edad para continuar intentando cambiar el mundo.
Manda narices que hayan de ser dos respetables ancianos quienes asuman el protagonismo de animar a pegarle a todo esto un buen meneo. ¿Dónde está la gente de 17, 27, 37 años para tirar del carro? ¿Dónde están metidos esos jóvenes a los que corresponde pegar puñetazos a mansalva, en la mesa o donde sea, para que las cosas cambien de una vez? Por mucho que lo propicien los mayores, el cambio lo hacen los jóvenes, lo han de hacer ellos, tienen la obligación de hacerlo. Ya.
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