Todo el que me conoce y sigue mis publicaciones sabe que soy un defensor de la agricultura en Canarias, especialmente en este norte grancanario, un lugar en el que la agricultura ha sido el motor y modo de vida de muchas generaciones y que en los últimos años languidece para decepción y desesperación de los canarios y mayor fortuna de los importadores e intermediarios que al calor del REA y otros productos legales mal gestionados desde el Gobierno Canario están haciendo su agosto.
Al margen de lo anterior, nos alegramos por la importante iniciativa agrícola en las inmediaciones de La Atalaya. Este debería ser sin duda uno de los principales sectores a impulsar desde las distintas administraciones públicas, no sólo por ser generador de importante mano de obra -de la que tan necesitados estamos en esta comarca Norte- sino por ser uno de los principales sectores implicados en la tan ansiada soberanía alimentaria.
Lamentablemente los vecinos no están muy contentos -por decirlo amablemente-, primero por los inevitables movimientos de tierra, aunque al parecer sin las suficientes medidas correctoras para minorar su impacto, lo que ha inundado sus domicilios de polvo, para continuar con el aporte de cantidades de estiércol en los terrenos limítrofes al barrio, al parecer con gallinaza, ya que su insoportable olor así lo delata, todo ello aliñado con una abundante presencia de moscas. Si a ello le unimos las altas temperaturas de estos días y que no se ha procedido al inmediato enterramiento del estiércol como recomiendan las buenas prácticas agrícolas, tenemos el cóctel perfecto para que los vecinos no hayan recibido con agrado esta nueva producción agrícola.
Y terminamos como empezamos, alegrándonos por esta nueva actividad agrícola en este Norte tan necesitado de iniciativas de todo tipo, pero lamentamos el poco tacto y respeto que se ha tenido al trabajar en una zona tan próxima a las viviendas de los vecinos y establecimientos destinados a la venta de alimentos y comidas preparadas. Y no es la primera vez que tienen que soportar los olores y molestias de los agricultores vecinos.
¡Qué bonito es el respeto! ¡Oiga!
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