Esta foto tiene unos dos años, pero siempre me gustó mucho. |
Mis hermanos y yo nos
preocupamos por él cuando se jubiló hace ya muchos años porque pensábamos que no iba a saber encontrar su sitio -como les pasa a
muchos jubilados- y temimos seriamente por su salud, pero él supo
reinventarse y adaptarse después de una larga vida de trabajo. Desde el primer
momento “tomó posesión” de la cocina, dando rienda suelta a sus
dotes culinarias descubiertas y desarrolladas en la mili allá por
los años 50 en el Aaiún. De esta manera las tareas de la casa
quedaron divididas, de forma que él se ocupaba de la cocina y mi
madre del resto de la casa. Así convivieron durante varios años
para su felicidad y nuestra tranquilidad, hasta el día en que mi
madre sufrió un serio revés de salud que la apartó forzosamente de
los quehaceres diarios y que mermó su vitalidad natural. Desde
entonces él se hizo cargo de todas las tareas de la casa y además
de la salud y calidad de vida de mi madre. Cuidar de su mujer se
convirtió desde entonces en su principal dedicación a tiempo completo. Incluso se ocupó de la tarea del baño y aseo diario cuando por festivo u otras eventualidades los
servicios sociales dejaban de cubrir los servicios que tenía asignados (Dios bendiga a las políticas sociales impulsadas desde los
Ayuntamientos y que se mantienen contra viento y marea). Lo mismo estaba pendiente de su medicación que de
sus revisiones y citas médicas, y así durante catorce años hasta
el fallecimiento de mi madre en diciembre de 2010.
Como todo el mundo ya habrá imaginado estoy hablando de mi padre. Un hombre que es todo un ejemplo de
trabajo, honradez y dedicación a la familia. Recuerdo que en un
tiempo muy lejano, durante mi niñez, llegué a sentirme un poco
avergonzado por su “avanzada edad” para la época, el que usara
sombrero y que fuese un humilde jornalero de plataneras, con todas
las limitaciones y privaciones económicas que eso implicaba (que estupidez). Pero
hoy a sus 87 años me siento muy orgulloso de su fortaleza,
trayectoria y entereza moral, que además ha sabido transmitir a sus
hijos. Sebastián, Cosme y este “aprendiz de persona” que les
escribe nos sentimos ahora muy orgullosos de aquél humilde jornalero
que supo mantener y defender aquel núcleo familiar con entereza a
pesar de las dificultades económicas.
Hoy como pequeño
homenaje a un hombre que se hizo a si mismo, que aprendió a leer y
escribir en
la mili -porque nunca fue a la escuela- que aprendió a
cocinar y acabó siendo el cocinero de los suboficiales durante su
periodo de servicio militar (III Tabor de los Tiradores de
Ifni-Sahara) en el Aaiún de los 50, quiero escribir estas merecidas
líneas de reconocimiento a su trayectoria y a toda una vida de
sacrificio.
Este es mi padre, D.
Francisco Vega Ramos, del que hoy sus hijos nos sentimos muy
orgullosos y felices de poder seguir contando con él y disfrutando
de su compañía. También de su excelente mano con “los potajes y
queques” (3º puesto en la concurso de queques de las fiestas de
San Pedro de La Atalaya 2015 -a traición, porque él no sabía que
concursaba-), toda una delicia para el paladar de quienes hemos
tenido la oportunidad de disfrutar de ellos. Lógicamente los años
también han ido pasándole factura y ya no tiene ni la vista ni el
oído de antes, al margen de otras limitaciones físicas propias de
la edad, pero conserva esa conversación fluida y esa sabiduría
adquirida por la información suministrada por la universidad de la
vida y a través de años de sosegada lectura, del periódico y sus
libros, así como por la recibida a través de su inseparable compañera, la
radio.
Quiero aprovechar para
lanzar desde este medio un humilde mensaje de comprensión, respeto y
generosidad para NUESTROS MAYORES. A veces los hijos -entre los que
me incluyo- en nuestro afán sobreprotector, abroncamos a nuestros
mayores por sus despistes e incoherencias. A veces pretendemos que
obren como lo hacemos nosotros sin saber ni conocer cuál es su
estado físico o psicológico en ese momento.
Ellos sólo necesitan ser escuchados y nuestra comprensión y cariño.
Los hijos debemos perdonar y comprender -sin abroncar- sus despistes
y hasta sus temeridades. Debemos ser conscientes de sus limitaciones
físicas y psíquicas, así como su voluble estado de ánimo, que al
igual que nosotros también fluctúa con los días y las épocas del
año. Ser conscientes de que censurar su independencia y hasta su
atrevimiento es acortar su felicidad, su libertad y sus pequeños
momentos de esparcimiento, aunque a veces sea a costa de su propia
seguridad. Cuando debamos hacer alguna advertencia sobre su seguridad debemos hacerlo siempre desde el cariño y la comprensión. Tantos años vividos, tantos sacrificios y penalidades
bien merecen un justo reconocimiento de confianza y respeto por
nuestra parte. Su felicidad debe primar por encima de todo, aunque
sea a costa de nuestra tranquilidad. No se puede tener todo. Algún día no estarán y ya será tarde para rectificar.
Un día después de la
celebración del invento comercial del “día del Padre” -al que todos sucumbimos- quiero agradecer públicamente a mi padre su dedicación a la familia
y su fortaleza ante todos los reveses de la vida, y que aún a sus 87
años siga dándonos ejemplo de sabiduría y entereza.
Todos los días doy
gracias a Dios por la fortuna que he tenido de disfrutar de un padre
así.
Gracias Papa. Te quiero
mucho.
PD. Los te quiero, los abrazos y los besos, tan necesarios para ellos, también nos los ahorramos con demasiada frecuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario