En esta España nuestra sufrimos desde hace años una “democracia de baratillo”, en la que el inquisidor mayor del reino se dedica a conspirar contra “sus enemigos políticos" utilizando para ello al Aparato del Estado. ¡La verdad y La Ley! ¿Eso qué es?
Hace muchos años yo me tiraba de los pelos escandalizado porque el Director General de la Guardia Civil -durante el Gobierno socialista- estuviese incurso en graves casos de corrupción. Clamaba entonces (en lo privado) porque aquel Gobierno dimitiera o los ciudadanos castigaran en las urnas aquel desatino.
"Taitantos" años después de aquella época de prepotencia y corrupción socialistas comprobamos que se ha quedado pequeña si lo comparamos con lo que vivimos en la actualidad de la mano de este Gobierno del Partido Popular: La Gurtel, Púnica, los papeles de Panamá (con implicación de Ministros, ex-Ministros y Casa Real), «los papeles de la Castellana y un interminable reguero de corruptelas protagonizadas por el mismo entorno político; al margen los Eres de Andalucía (de la mano del Psoe) y del Caso Noos, con implicación de la Familia Real y lo que no se sabe...
Lo grave no es que exista corrupción, lo grave es que un partido político la ampare y se beneficie de ella.
Lo grave no es que exista corrupción, lo grave es que se persiga, se castigue y expulse de la carrera judicial a los jueces que "se atreven" a meter en cintura a los corruptos.
Lo grave no es que exista corrupción, sino que esté normalizada e institucionalizada.
Lo grave no es que exista corrupción, sino que los ciudadanos refrenden con su voto cómplice tamaño despropósito.
Lo grave no es que exista corrupción, sino que ciudadanos honrados y trabajadores den su respaldo a políticas mafiosas o salgan en defensa de lo indefendible y ataquen a los que apuestan por limpiar las instituciones.
En estos días, para rematar este cúmulo de tropelías, nos enteramos que el Ministro del Interior lleva años "tejiendo apaños en la sombra» contra sus rivales políticos -al estilo Torquemada-, al tiempo que convertía el Ministerio en la Santa Inquisición para quemar a los herejes y a los infieles. Esta irónica definición de un Ministerio convertido en «el Santo Oficio» caería en saco roto si no fuese por la manía que le ha dado a este buen hombre por mezclar su fe religiosa, condecorando vírgenes y santos, con su función política e institucional al frente del Ministerio del Interior y al servicio de todos los españoles.
Con esta mezcolanza tenemos un caldo de cultivo que nos traslada a situaciones propias del siglo XV y no del XXI.
...dito sea Dios..
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