Sorprendido que mi
pueblo, el que me vio nacer, en el que crecí y maduré siga siendo
hoy en día un pueblo atrasado. Si, atrasado e hipócrita. Veo gente
buena de corazón que, con fe o sin ella se dedican a hacer el bien,
que se conducen por la vida con espiritualidad y generosidad. Me
atrevería a decir, ya que es evidente que estamos en un pueblo
eminente católico -al menos de cara a la galería- que son personas
que se conducen por la vida según las enseñanzas de Cristo. Pero
también veo a personas que, aunque vayan a misa cada semana y no se
pierdan una procesión, alojan un odio y rencor desmesurado en su
interior, y que no dudan en mostrarlo a la primera contrariedad o
ante la más mínima discrepancia. Son personas plenamente
identificadas por el sabio refranero español con aquello de “a
Dios rogando y con el mazo dando”. Me da muchísima pena de
aquellos que presumen de fe pero no la practican.
Considero que la fe o el
sentimiento religioso, del tipo que sea y respetable de cada persona,
debe ser algo que se lleva en la más estricta intimidad -o no- y que
no puede por tanto ser objeto de crítica por nadie que sea
medianamente respetable. Es algo que corresponde a la intimidad más
absoluta y va unido a la trayectoria vital de las personas, forjada
también en las dudas o certezas de cada uno.
Compruebo sin embargo que
en mi pueblo “se alardea” en ocasiones -por parte de algunas
personas- de apasionamientos religiosos de forma exagerada y pública
más allá de lo normal. Apasionamientos que no siempre se
corresponden con una “vida ordenada” y un alejamiento de
egoísmos, avaricias, críticas y envidias, supuestamente alejadas de
la vida de un cristiano practicante. Compruebo ojiplático
comportamientos públicos de políticos en este mismo sentido, es
decir, cargos electos municipales que no abren la boca en toda la
legislatura -en lo que a sus responsabilidades se refiere- y que
luego no dudan en hacer exhibición pública en las redes sociales de
su participación en diversos actos religiosos de toda índole. No es
que yo censure estos comportamientos “líbreme Dios”, pero en
ocasiones incluso pareciera que existe una competición soterrada por
demostrar quien es más fervoroso o devoto de esta o aquella imagen
religiosa.
Me sorprende
especialmente cuando desde la entrada en vigor de nuestra
constitución de 1978, ya quedó bien claro en su artículo
16 el asunto de la libertad religiosa y aconfesionalidad del
Estado. Sin embargo, en base a las tradiciones, fiestas y costumbres
han seguido marcando la vida de los ciudadanos. En otros lugares el
asunto religioso se lleva con mucha más discreción, pero como digo,
aquí en mi pueblo a veces tengo la sensación de que hemos
retrocedido a los años 60 y 70 (o anteriores), en los que acudir a
misa y a estos actos era obligado y estaba muy mal visto por todos la
ausencia de los mismos.
Admiro profunda y
especialmente a las personas que son capaces de dedicar su tiempo o
dinero en ayudar a otras personas menos favorecidas por las
circunstancias de la vida, sean o no religiosas, con fe o sin ella.
Tienen para mí todo mi respeto y admiración.
Vuelvo a insistir en la
libertad de cada cual de hacer, creer, acudir o celebrar lo que en su
libertad considere más conveniente para sus creencias y su
estabilidad espiritual (el que la tenga), pero me llama poderosamente
la atención los que hacen “competición” de los sentimientos y
de la fe. También por supuesto los que se manejan en sus vidas en
sentido contrario a la fe que presumen procesar. La hipocresía
social es un hueso que nunca podré roer. Claro que también habría
que analizar sociológicamente, los orígenes, la trayectoria e
idiosincrasia de este pueblo mío. Todo un dilema.
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