A
mis lejanos 18 años y con una voluntad a prueba de bomba decido
afianzar mi incierto futuro luchando por unas oposiciones que
entonces se me antojaban casi un sueño. Con las manos encallecidas y
con la constancia por bandera me dediqué en cuerpo y alma a preparar
mi futuro, sin amigos, sin cómplices de aventura y aliento con los
que alcanzar la meta. A más de uno le sorprenderá lo de las manos
encallecidas, pero he de decir que desde mi más tierna infancia supe
lo que era el trabajo duro en el campo. Nunca dejé de estudiar, pero
cada sábado, vacaciones o periodos no lectivos tocaba ayudar a mi
padre en la finca. El trabajo de plataneras de entonces y su dureza
no tenía secretos para mi, tampoco el trajín con los animales
(cabras y vacas). Las labores del campo con el sacrificado sacho
hacía que las dulces manos de un estudiante se tornaran en recias y
duras herramientas de trabajo. No sé hasta que punto aquella dura
vida del campo forjó mi carácter y mi tesón, pero desde luego me
hace valorar a día de hoy mis humildes orígenes a la vez que me
mantiene permanentemente con los pies en el suelo.
Cuando
recuerdo aquellas tardes de verano en mis duras horas de estudio
espartano -no conocía la existencia de temarios ni academias
preparatorias- hasta que la cabeza no daba más de si, en aquella
mesa de noche a modo de improvisado mini-escritorio, mientras
observaba como amigos y conocidos con las toallas sobre el hombro
caminaban hacia la playa. Luego a correr para preparar unas pruebas
físicas de las que nunca estuve seguro de poder superar (8
kilómetros había que correr entonces, entre otras). Pero lo
conseguí. Entrar el 7º de una larga lista de doscientos y pico
aspirantes no está nada mal. La voluntad que lo hace todo… Luego
también el examen escrito salió a pedir de boca. El esfuerzo había
dado buenos resultados superando por fin una oposición que para mi
era como subir al Everest. Esa pensé yo que era mi última cumbre,
cuando en realidad no era más que la primera de muchas que vendrían
luego. La vida, que te va enseñando que casi nada de lo que tenías
planeado sale como tenías previsto.
Ahora
que miro mis manos “de pianista”, condicionadas por años de
aporrear teclados, primero los que aquellas vetustas máquinas de
escribir y luego los los teclados de ordenador y no puedo evitar
recordar aquellos años de duro trabajo y privaciones. No eran
privaciones alimenticias, pero si de ocio y diversión que otros de
mi generación si disfrutaron. Tampoco sabré nunca hasta que punto
esas duras condiciones de vida condicionaron mi futuro. Tampoco la
práctica -por si la dureza era poca- de la lucha canaria de los 15 a
los 18 años. Probablemente esto si me alejó de algunos vicios que
por entonces contaminaban a muchos jóvenes de mi barrio y que les
marcaron de por vida. Gracias al Ramón Jiménez de Guía (presidido
entonces por Salustiano Álamo y el desaparecido Javier Estévez,
entre otros muchos de una gran Junta Directiva), en el que tantos
talegazos me llevé, pero que también me permitió disfrutar de
grandes luchadas y días de gloria para nuestro deporte.
Afortunadamente he conocido recientemente que una nueva Junta
Directiva ha decidido volver a revitalizar este equipo histórico del
norte de Gran Canaria.
Aunque
no todo fue aporrear teclados, porque entre otras cosas también me
tocó sufrir y disfrutar del mar. Aún recuerdo, como si fuese ayer,
los amaneceres mientras navegaba. De las cosas más hermosas que he
podido disfrutar en esta vida. Que a uno le paguen por hacer lo que
le gusta es de las cosas más gratificantes que no todo el mundo ha
podido sentir. Pude disfrutar como nunca -a pesar de la dureza-
durante doce años. Dureza y responsabilidad nunca me amilanaron.
Cuanto lo echo de menos…
Afortunadamente
he podido afrontar nuevos retos y superarlos aceptáblemente y aún
pienso afrontar algunos más, si la salud me respeta…
Creo
sinceramente que el trabajo dignifica, pero no cualquier trabajo,
sino el trabajo bien hecho. No sólo el que favorece a la empresa
para la que trabajas, que también, sino el que hace la vida más
fácil a tus compañeros y crean un auténtico ambiente de
cordialidad, teniendo en cuenta que muchos pasamos más tiempo en el
trabajo que en casa, o al menos la mitad del tiempo.
Pasada
la frontera de los cincuenta, con manos de pianista y con el pelo
cada vez más escaso y blanco seguimos teniendo arrestos para unas
cuantas embestidas de la vida. Por el camino nos haremos acompañar
por quien nos valore y nos estime, dándolo todo en cada momento y
poniendo la cara, aunque a veces nos la partan. La vida es así… No
podemos estarnos reservando. Algunos se reservan tanto que cualquier
día se van a morir en el reservorio.
Con
las manos encallecidas o de pianista, la vida no deja de enseñarnos
y recordarnos lo que somos y de donde venimos. Ser consecuente con
nuestros orígenes, sin renunciar a todos los desafíos que se nos
presenten (grandes o pequeños), pero con los pies en el suelo. Hasta
que no nos llegue la hora final estaremos aprendiendo, estaremos
evolucionando y creciendo como personas.
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