domingo, 1 de septiembre de 2019

Una afilada tradición, por Gabriela Gulesserian

Francisco Torres pertenece a una familia de artesanos dedicada a fabricar cuchillos canarios, que expone por primera vez en la Feria Regional de Artesanía de Pinolere.

Existe la creencia de que los cuchillos no se regalan, se pagan. Por eso, en caso de hacerlo, se pide una moneda a cambio. Sin embargo, Francisco Torres no le hace caso a esta superstición. Todavía conserva dos que le fabricó su padre, el prestigioso herrero Rafael Torres Osorio, de quien aprendió el oficio. Además, ha regalado muchos y ha confeccionado piezas únicas que han servido como obsequio, incluso como encargos institucionales.
El mango de uno de ellos es la imagen de este año de la Feria de Artesanía de Pinolere, en La Orotava, dedicada a los cuchillos canarios y a la que asiste por primera vez como expositor.
A su estand, ubicado en la parte de abajo del Recinto Etnográfico, no para de llegar gente, tanto para comprar como para verlo trabajar o admirar sus obras de arte, expuestas en una pequeña vitrina.

Paco, como lo conoce todo el mundo, ya tiene un nombre forjado en el mundo de la artesanía canaria. Su bisabuelo, su abuelo y su padre eran herreros, aunque fue este último quien se dedicó a la fabricación de cuchillos canarios, una pasión que le trasmitió desde adolescente y que a sus 58 años todavía conserva.

Originario del municipio de Santa María de Guía, en Gran Canaria, del que recibió la Medalla de Oro en febrero de 2012, trabaja en el mismo taller que su padre, ubicado en el número 42 de la calle José Samsó Henríquez.

A los 12 años su progenitor le planteó enseñarle el oficio, “pero a esa edad yo lo que quería era estar jugando con mis amigos”, confiesa. Fue a los 17 cuando le entró “el gusanillo” y le pidió que lo iniciara en la artesanía. Fue así cómo estuvo casi un año cortando piezas cuadradas, moldeándolas e incrustando, hasta que un día le enseñó a fabricar su primer cuchillo. Es un colgante que todavía conserva. A partir de ese momento arrancó y continúa hasta hoy.
El cuchillo canario, también conocido como naife, era antaño una herramienta fundamental para el agricultor y el ganadero en las Islas, sobre todo en Gran Canaria, pero en la actualidad se ha convertido en una original y auténtica pieza de orfebrería.
Prueba de ello es que su principal característica es el trabajo del mango, que fabrica con cuernos de carnero, vaca o toro y que combina con meticulosidad con diferentes materiales, como latón, alpaca, plata u oro, “lo que el cliente elija, dependiendo del valor que le quiera dar al cuchillo”, explica.

La hoja es de acero carbono, pero también se puede utilizar acero inoxidable, oro o plata, y cambiar cuando ya no tiene más utilidad. “Cualquier herrero hace este trabajo”, indica, mientras que el mango, una pieza original y única, se puede conservar.

PRECISIÓN Y BUENA VISTA

Fabricar un cuchillo no es una tarea sencilla. Además de tiempo, requiere precisión y una vista privilegiada, ya que en su caso no utiliza maquinaria, solo para afilar la hoja, y la amoladora. La mayoría de su trabajo es manual.
No obstante, la parte más compleja es el mango, “porque la labor que concierne a la hoja es pulir el metal y darle forma”, sostiene. Detalla que “el proceso comienza calentando el cuerno. Se cogen dos hierros, se aplasta, se corta, se da la forma y a continuación se redondea. Todo a mano con una lima. Las rayas de cada una de las argollas es una incrustación con el metal que se elija. De hecho, la gente se sorprende de que los dibujos hayan sido hechos de esta manera”.
Cuando todas las piezas están listas, se introducen en la espiga del cuchillo, y se ajustan con una tuerca. El último paso es el pulido y abrillantado. Respecto al tiempo, no hay reglas fijas o predeterminadas. Puede tardar un día para fabricar una pieza, mientras que a otras quizás les dedica hasta dos semanas.
Conseguir los materiales tampoco es fácil. Hay que pedirlos a la Península y eso encarece, aunque no mucho, su coste por los impuestos.
Pese a que en algunos momentos ha tenido “altibajos”, Paco se considera un afortunado porque siempre ha vivido del oficio. “Gracias a Dios”, dice, ya que es consciente de que es una realidad de la que no pueden presumir la mayoría de los artesanos.
Sus cuchillos han recorrido todo el mundo, desde Noruega y Holanda hasta Italia y Argentina. Una afilada tradición que empezó su padre en el siglo pasado, cuando una de sus piezas fue a parar a manos de los reyes de España don Juan Carlos y doña Sofía.
Es cierto que Francisco Torres tiene una reputación heredada, en gran parte, de su familia. Sin embargo, su prestigio y su fama no son casualidad. Poco a poco ha ido innovando y combinando la fabricación de naifes con otros utensillos, como palas y tenedores para servir tartas o ensaladas, auténticas obras de arte, o unos diminutos pendientes con forma de cuchillo que su esposa, Lali Medina, luce orgullosa.

Lejos de coleccionar los objetos que él mismo fabrica, este artesano y herrero solo tiene tres en su casa que no son de su elaboración, dos de ellos confeccionados por su padre. Su caso hace honor al refrán que reza, nunca mejor dicho: “En casa de herrero, cuchillo de palo”.

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