“El
meteorito está a punto de caer”, le dije -sin poderme reprimir- a
la cajera del supermercado cuando llegó mi turno de pasar y pagar la
compra. Mientras ella me miraba con los ojos como platos, sin
comprender qué había querido decir, le empecé a comentar el
hartazgo que me producen las personas que se creen el ombligo del
mundo, y lo que es peor, que se creen a salvo de cualquier
contingencia laboral o de otro tipo (explicado en lenguaje
coloquial). Y es que el señor que me precedía en la cola del super
le soltó una arenga a la cajera -sin venir a cuento- con motivo de
un empujoncito que su mujer le propinó con el carrito, para que
espabilara, ya que ella había pagado la compra y él aún se estaba
recreando en la colocación de los productos en las bolsas. El señor
le pedía que no le metiese prisa, que bastante trabajaba durante la
semana, y a continuación (sin anestesia ni nada) empezó a quejarse
de lo poco que a la gente le gustaba trabajar. Que llegaban a los
trabajos preguntando por el sueldo, por las vacaciones y por los días
libres… ¡Qué barbaridad! ¡Y luego se quejan de que no hay
trabajo o que no les contratan! En fin, que soltó un alegato de lo
más rancio y retrógrado, en el que pareciera que solamente él
representaba a lo más cualificado del mundo laboral, y quien se
interesase por los derechos que le asisten como trabajador poco menos
que había que fusilarlo al amanecer, además de ser una señal
inequívoca de flojera y poco interés… Insisto en lo de trabajador
porque sus argumentos, vocabulario y ademanes no dejaban a lugar a
dudas de encontrarnos ante un trabajador (independientemente de su
ocupación y categoría profesional), y no ante un despiadado y
estirado empresario sin escrúpulos, que bien podría deducirse
erróneamente de su discurso.
La
cajera asentía en silencio -sin darse por aludida- pensando
seguramente que se referiría a otros trabajadores, mientras aquel
improvisado político monologista exponía tu teoría del mundo del
trabajo en torno a su ombligo. Seguramente el buen hombre pensará
que, ni en el más horrible de sus sueños pudiera verse obligado a
pasar por la desagradable experiencia de convertirse en víctima del
paro, como sucede cada día a miles de trabajadores que sufren las
interminables colas del paro y a un posterior deambular por las más
variadas entrevistas de trabajo para volver a recuperar un preciado
empleo y su dignidad como trabajador. Probablemente pensará que eso
del paro es para inútiles integrales, para flojos y vagos a
perpetuidad…
Difícil
se me antoja hacerle ver a determinado tipo de personas que, ni ellos
son tan buenos, ni los demás son tan malos. Que a veces depende de
circunstancias ajenas al propio trabajador el verse formando parte,
en un abrir y cerrar de ojos, de las famosas listas del paro, y por
consiguiente peregrinando, de la noche a la mañana, en la búsqueda
de empleo para poder seguir llevando un plato de comida a la mesa. Y
es que a veces no hay peor enemigo para un trabajador que otro
trabajador (ignorante por supuesto).
La
pobre cajera habrá tenido que pedir que la sustituyan para tomarse
una tila, después de la doble sesión de discursos a la que se vio
sometida, sin beberlo ni comerlo. Pero si, quizás tenemos lo que nos
merecemos, incluso que nos caiga ese famoso meteorito, porque si los
propios trabajadores no somos conscientes de que los derechos no sólo
NO se tienen garantizados sino que podemos perderlos en cualquier
momento, estamos realmente perdidos y abocados a la esclavitud.
Algunos colectivos como el de funcionarios, que también fueron
víctimas colaterales del discurso improvisado del
político-monologista-trabajador de la cola del super, piensan
erróneamente que pertenecen a otra clase social, sin darse cuenta
que no dejan de ser simples trabajadores, que deberían empatizar un
poco con la parte más desfavorecida de su propia clase social. Cómo
pueden pretender que la sociedad les vea como simples trabajadores
cuando reivindican sus justos derechos, si ellos mismos consideran
que juegan en “otra liga”…
Cuídense
y cuidémonos, que todos podemos ser víctimas en algún momento del
meteorito laboral.
En
fin, que hay que ver lo que da de si diez o quince minutos de espera
en la cola del super. Ditoseadios...
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