Lleva más de media vida en prisión. Nada grave, todo delitos menores que fueron conformando una montaña de penas y toda una vida entre rejas...
Siento una rabia e impotencia inexplicable cuando pienso lo que pudo haber sido su vida en libertad. Y no es que intente justificar sus delitos y errores pero no puedo evitar que me venga a la mente la impunidad de otros, los delitos cometidos por esos tipos estirados de cuello y corbata que se saben a salvo de la policía y las togas, personajes que no lo necesitaban pero que por una ambición desmedida no les importa acaparar fortuna sin límites, al precio que sea, poniendo en juego la vida y la libertad de otros con muchas menos oportunidades. La mezquindad humana no conoce límites y es especialmente cruel con los menos favorecidos.
Ahora está a punto de salir en libertad, por lo que pronto le verán deambular desconfiado y desubicado, en un entorno que ha cambiado mucho en su ausencia y en el que le costará desenvolverse con normalidad. Él intentará disimular y mostrarse “normal”, que está integrado, pero no lo está. Son muchos años fuera de circulación. La vuelta a la normalidad para cualquier persona que haya estado privado de libertad durante muchos años no debe ser fácil.
Esta sociedad tiene una asignatura pendiente con los ex-presos y su recuperación para la sociedad. Es eso o permitir que vuelvan a recaer una y otra vez en la delincuencia, quien sabe si causando algún daño superior. La vuelta a las “viejas amistades” y a la drogadicción es el primer paso de los que no encuentran su lugar en esta sociedad deshumanizada y egoísta.
No, no está todo perdido, hay muchas salidas, pero debería haber un camino de acompañamiento ya trazado. Les hemos visto otra veces. Piden a gritos una oportunidad de normalizar su vida, aunque no abran la boca ni pronuncien palabra, aunque fuercen una sonrisa de inseguridad cada vez que se tropiecen en la calle con un viejo conocido.
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