Hoy 12 de octubre se
celebra la festividad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia
Civil, cuerpo policial al que pertenecí durante 22 años.
En este día tan especial
para los miembros del cuerpo y sus familias quiero hacer una
diferenciación entre “la institución” y los guardias civiles
que pertenecen a este cuerpo policial. Los guardias civiles son esos
profesionales que velan por la seguridad, los derechos y libertades
de los ciudadanos, poniendo incluso en riesgo su propia vida.
En días como el de ayer
en el que otro desprendimiento en la maltratada carretera de La Aldea
(al Este de Gran Canaria) estuvo a punto de segar varias vidas, no
puedo evitar recordar el accidente que acabó con la vida de un
guardia civil de tráfico en otro desprendimiento similar ocurrido el
año 2010. Una vida segada, como la de otros tantos agentes que la
han perdido en el desempeño de su cometido.
Me consta que son esos
miles de profesionales los que cada día dan prestigio a la
institución. También existen malos profesionales, como en todas
partes, pero hoy no toca hablar de esos.
Días como el de hoy
siempre me causaron sentimientos contradictorios. Por una parte es un
día de celebración, de compañerismo y de cierto acercamiento a la
sociedad civil. Es de los pocos días del año en que la Guardia
Civil es noticia por si misma y no por su participación en hechos
luctuosos o delictivos que es lo normal en su desempeño profesional
cotidiano. Pero también me molesta tanto boato, alejado del
desempeño profesional de los guardias y de la ciudadanía con actos
demasiado recargados y militarizados, más propios de tiempos
pretéritos. Actos que además incorporan la imposición de honores y
distinciones que pocas veces recaen en los protagonistas reales de
las acciones meritorias merecedoras de tales reconocimientos.
La Guardia Civil no es un
ente abstracto, es una institución formada por más de 70.000
hombres y mujeres, profesionales al servicio de la Ley, aunque a
veces ésta Ley se retuerza hasta límites insospechados por el
legislador. Son estos hombres y mujeres preparados y capacitados los
que meritan a la institución. A pesar de ello y bajo esa apariencia
de modernidad que ofrece la profesionalidad y la buena voluntad de
sus agentes, existe un organización oxidada, pretérita y anclada en
el siglo pasado, un cuerpo militar rígido, cargado de valores
antiguos poco democráticos y carente de una estructura democrática
y modernas que demandan los tiempos actuales.
Ese espíritu militar
lleva lastrando al Cuerpo desde la famosa transición democrática.
Los cambios democráticos acontecidos en la sociedad española no han
empapado plenamente a esta institución, que se resiste impermeable a
una deseable desmilitarización y democrátización. Sólo los que
carentes de valores democráticos entienden la represión como única
forma de mantener el orden legal siguen apostando por una Guardia
Civil militar anclada en el pasado.
Una incomprensible
formación militar sigue lastrando demasiado el currículo docente en
las academias de formación de la Guardia Civil. Una formación
militar que sigue desplazando a otras enseñanzas policiales
profesionales imprescindibles, de intervención, de defensa personal
y de idiomas. En 22 años de servicio nunca desempeñé un solo
cometido militar ni conozco a nadie que lo haya hecho, y eso que los
destinos fueron muchos y variados. La formación de los oficiales es
eminente militar, por lo que la instrucción policial queda relegada
incomprensiblemente en el curriculo de quienes deben dirigir el
Cuerpo.
El tricornio. Si hay una
prenda en la uniformidad de un Guardia Civil que lo identifica como
tal es el tricornio, pero no podemos olvidar que ya no estamos en el
siglo XIX. Que si bien esta prenda de cabeza puede ser entrañable y
vistosa en un acto protocolario como el de hoy, festividad de la
Patrona, no se entiende que siga formando parte de la uniformidad
para el servicio diario. Y es que ver en un edificio público o a la
entrada de un acuartelamiento a un guardia civil del siglo XXI con
una prenda del siglo XIX clama al cielo, si no fuera por la carga
política que encierra este empecinamiento político de mantener esta
prenda de cabeza para el servicio diario.
Una Guardia Civil moderna
y desmilitarizada es lo que pide a gritos esta sociedad del siglo
XXI. Una Guardia Civil democrática y centrada en perseguir los retos
y figuras criminales emergentes que amenazan nuestra seguridad es lo
que pide la ciudadanía. La Guardia Civil no puede convertirse en un
viejo baúl apolillado, cargado de rancias tradiciones; debemos
modernizarla para pasar a formar parte con orgullo de las mejores
policías europeas.
En un segundo paso
quedaría la deseable unificación con el Cuerpo Nacional de Policía,
en aras de una necesaria economía de medios humanos y materiales, de
evitar solapamiento y duplicidad de competencias que existen en la
actualidad y que eviten conflictos que a nada conducen. Unificar los
dos cuerpos estatales en una sola policía moderna y democrática,
optimizando los recursos públicos es la asignatura pendiente de esta
democracia. Espero que tras la formación del nuevo Gobierno de la
nación, tras la celebración de los próximos comicios electorales,
salga un compromiso serio de cambio y de reforma profunda de los
cuerpos de seguridad del estado, especialmente de la Guardia Civil.
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