Fotografía de Juan Medina |
Así
se presentaba el programa de la Sexta que removió en mi interior
cientos de recuerdos e historias que viví en primera persona
relacionadas con la rescate de inmigrantes en nuestra tierra canaria
(y que nunca he contado públicamente).
Por
lo que respecta a esa etapa de mi vida en la que el rescate de
ciudadanos venidos del continente africano ocupaba la mayor parte de
mis funciones, recuerdo los penosos inicios en Fuerteventura, con una
dotación de materiales poco adecuada (luego se mejoraron) y poca
experiencia en el rescate de personas. Aún así, con mucha voluntad,
esfuerzo personal y grandes dosis de profesionalidad conseguimos
depurar la técnica para que los errores fuesen mínimos.
Al
ver en el documental de ayer el incidente que aconteció en uno de
los rescates -con caída de personas al agua- cuando las condiciones
del mar en aquellos momentos eran inmejorables, me recordó las
penosas circunstancias en las que durante todos esos años tuve que
realizar cientos de rescates de inmigrantes en las costas canarias.
Pocas veces se dieron tales circunstancias bonancibles, es decir,
con la mar en calma y a plena luz del día. Los rescates de las
pateras (que era el tipo de embarcación que durante aquellos años
llegaba a las costas de Fuerteventura y Lanzarote 1.999-2.005) se
desarrollaban en multitud de ocasiones de noche y con el mar en muy
mal estado, en ocasiones muy lejos de la costa. Las embarcaciones
eran de madera, muy frágiles y con capacidad para no más de cinco o
seis personas, pero que venían abarrotadas con cuarenta o cincuenta,
a veces más; con las condiciones de navegabilidad al límite y
embarcando agua continuamente.
Con
esos antecedentes pueden hacerse una idea de las “condiciones
límite” en la que estos rescates eran realizados. Situaciones muy
duras, de máxima tensión, de mucha responsabilidad, en mi caso como
patrón del barco rescatador, siendo plenamente consciente en todo
momento de que la vida de esas personas estaba en nuestras manos.
Sabíamos que si llegaban en esas condiciones a la costa el desastre
estaba servido. La mayoría de los naufragios con cantidad de muertos
y desaparecidos así lo fueron durante aquellos años, en la costa.
Durante el abordaje, el patrón de la patera pocas veces facilitaban
la maniobra e intentaba darse a la fuga, en el conocimiento de dar
con sus huesos en la cárcel en caso de ser detenido, por lo que
primero intentaban huir y luego pasar desapercibido mezclándose con
el grupo, dejando la embarcación sin gobierno en el momento de
nuestra última aproximación y por consiguiente máxima complicación
de la operativa de rescate. En esas condiciones y sumando todos los
factores de riesgo que aquí relato no será difícil hacerse una
idea de la dificultad de este tipo de rescates. Situarse junto a una
patera a la que quintuplicas en envergadura sin abordarla, y
mantenerla lo más estable posible mientras se realiza el trasbordo
de personas con la mar en pésimas condiciones, con olas de dos y
tres metros, es una tarea de máximo riesgo y complicación que sólo
los que han podido vivirlo conocen bien.
En
ocasiones el pasaje de las pateras venía formado por mujeres y niños
de corta edad. En otras, aunque fuesen todo hombres tenían las
fuerzas tan mermadas que prácticamente había que subirlos en
volandas a nuestra embarcación, puesto que no tenían fuerzas ni
siquiera para colaborar en la maniobra de su propio salvamento. Las
tripulaciones nuestras casi siempre muy mermadas de personal, con
cuatro o cinco miembros (uno de ellos el patrón), con lo que sólo
disponíamos de tres o cuatro pares de manos para atender al rescate
de tanto pasaje humano, trabajo y vigilancia.
Tengo
que reconocer que en muchos de los momentos vividos la tensión era
máxima, tensión que no desaparecía hasta que no los teníamos
todos a bordo y en condiciones de seguridad. Cuando la mala mar era
muy dura dicha situación no se disipaba hasta tocar puerto. El mar
es muy duro, pero la responsabilidad de tantas vidas humanas lo es
aún más. Recuerdo que en ocasiones se nos amontonaba el trabajo y
teníamos que embarcar el pasaje de más de una patera. No era el
momento de valorar condiciones ni capacidades de carga de nuestra
propia embarcación, nadie lo hacía, la alternativa simplemente era
la muerte para aquellas personas.
El
sufrimiento de estas personas, que literalmente se juegan la vida y
que en muchos casos han realizado el viaje en muy duras condiciones
de mar, sin alimentos ni agua era tremendo. Las ropas mojadas, los
cuerpos al borde de la hipotermia y agarrotados por el largo trayecto
en la misma posición dentro de la barquilla. Indescriptible
situación que sólo está dispuesto a vivir el que ha perdido toda
esperanza de vida en su lugar de origen.
Recuerdo
que en aquellos tiempos se hablaba mucho en los medios de
comunicación de los barcos nodrizas. Se decía que era imposible que
estas frágiles embarcaciones pudiesen realizar el trayecto desde el
continente africano. Nosotros nos sonreíamos entonces al leer dichas
opiniones, porque a la vista estaba que si lo hacían. Las
condiciones físicas mermadas, los restos de alimentos y bebidas
encontrados en las pateras después de desalojarlos de las mismas,
así como los bidones de gasolina empleados en el trayecto indicaban
justo lo contrario. Nunca sabremos realmente las miles de personas
que perdieron su vida en el intento y que nunca pudimos rescatar.
Me
llevo en mi mochila de vida y experiencias la certeza de no haber
realizado las cosas del todo mal, puesto que nunca se me ahogó nadie
en mis seis años de rescate en aguas canarias. (ni en las costas
andaluzas y baleares en las que también tuve la oportunidad de
navegar). Aquellas caras, mezcla de miedo, esperanza y agradecimiento
no se me olvidarán nunca.
Siento
ahora cierto pudor al contar públicamente estos hechos -aunque ya
hayan pasado 11 años desde mi retiro-, pero a mis compañeros del
Servicio Marítimo de La Guardia Civil y a mi sólo nos queda la
satisfacción del deber cumplido y la certeza de que en más de
una ocasión nos jugamos la vida en aquellas operaciones de rescate,
imposibles de resumir en un par de folios. Ahora todo aquello sólo
queda en nuestro íntimo recuerdo y quiero pensar que en la memoria y
el agradecimiento de las personas rescatadas.
Volviendo
a la actualidad del reportaje del domingo sólo añadir que, no cabe
duda del valor y la generosidad de los hombres del Astral, que se
embarcaron en esa aventura en el mediterráneo de forma voluntaria y
que han conseguido ya rescatar a miles de seres humanos de una
tragedia más que segura.
No
puedo dejar de poner en valor el mérito del periodista (Jordi Ébole)
que fue capaz de entregar todo el protagonismo durante el reportaje a
los principales actores de la aventura (los rescatadores y los
rescatados), manteniéndose siempre en un intencionado y buscado
segundo plano. Sólo los grandes del periodismo hacen ese tipo de
cosas.
Ojalá
que programas como este sirvan realmente para despertar las apagadas
mentes y tomar conciencia del drama humano que viven millones de
personas en todo el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario