martes, 28 de noviembre de 2017

Maltrato diferido, por Paco Vega

En esto de la violencia machista estamos saturados de noticias, de gestos y homenajes que no conducen a nada productivo para atajar esta “sarna” que corroe a la sociedad. Por supuesto que las víctimas necesitan de protección real y efectiva cuando finalmente se deciden a plantear la denuncia contra el maltratador. Es evidente, y hay experiencias contrastadas por psicólogos especialistas, que el maltratador -una vez condenado por su acción- debe ser sometido a rehabilitación (es un tratamiento que en la actualidad no se produce, salvo que sea a petición propia), porque el maltratador es además reincidente, y volverá a maltratar en cuanto establezca una nueva relación, por lo que queda todo por hacer en este campo. Incorporar la rehabilitación del agresor como pena accesoria e inseparable de la principal sería un gran avance para minorar esta epidemia machista. No podremos avanzar en la erradicación de este mal mientras sea considerado -en la práctica- un tema menor por parte del legislador (salvo que haya víctimas mortales)…


Sin embargo durante todo este proceso, que se inicia con la denuncia de la víctima, la mujer es sometida en demasiadas ocasiones a un “maltrato diferido” (por llamarlo suavemente), que sólo conoce quien ha tenido la terrible experiencia de pasar por ese trance. Y me explico:
1º La mujer maltratada debe reunir el valor suficiente -en su estado de abandono, desolación e indefensión- para presentarse en unas dependencias policiales en las que no sabe si sabrán entender su problema ni en qué medida podrá perjudicar aún más su precaria situación. Y lo llamo maltrato diferido porque si en estas circunstancias tiene la desgracia de toparse con un agente de policía sin la formación adecuada, sin los conocimientos suficientes para tratar a este tipo de víctimas o simplemente sin la sensibilidad necesaria, el trámite puede convertirse en una odisea aún mayor. Llegado a este punto habría que recalcar que, el simple hecho de ser mujer policía (si no tiene la formación adecuada) no garantiza una mejor atención. A la experiencia me remito.
2º Posteriormente, en la asignación de abogado (del turno de oficio) y todos los trámites pertinentes, la mujer puede volver a sufrir el mencionado maltrato diferido si el profesional designado no tiene la formación y sensibilidad requerida, no para el tipo de delito -que también- sino para el tipo de víctima, para comprender y entender el tormento que está viviendo la víctima durante todo el proceso, en el que además puede verse enfrentada al maltratador o la familia de éste. Es preciso comprender que no es a un delincuente habitual al que tiene que defender, sino a una víctima, con su autoestima gravemente mermada y siempre a medio paso de dar la vuelta y salir huyendo.
3º Finalmente queda la actuación judicial, muchas veces marcada por rígidos protocolos procesales (al margen del sexo del juez), muy alejados de la necesaria sensibilidad para entender la odisea e inseguridades que en esos momentos pueda estar debatiéndose la víctima, incluidos los lógicos sentimientos de culpa que afligen a la mujer que ha pasado por este calvario.

Por lo tanto debemos “afinar” al máximo la formación y especialización de todas y cada una de las personas por las que haya de pasar cada caso de violencia machista. La peculiaridad de este tipo de delitos, pero especialmente de los daños y la fragilidad de la víctima, exige la imperiosa necesidad de ajustar protocolos exhaustivos (y flexibles al mismo tiempo). La importancia de ACOGER, PROTEGER y ASESORAR a la víctima, hace poco recomendable que estas mujeres sean atendidas en primera, segunda ni tercera instancias por personal no formado,  que no sean especialistas en este tipo de maltrato y sus peculiaridades. El daño que puede infligirse por esta vía, por la simple indolencia del funcionario -sin la formación adecuada- es un alto riesgo que no puede correrse. Lo vemos cada día en las páginas de sucesos.

Una mujer a quien su marido, pareja, novio, etc., paraliza con tan solo una mirada no es dueña de sus propias decisiones y es susceptible de repentinos cambios de opinión. No podemos olvidar que una mujer maltratada físicamente ha sido siempre y previamente “machacada” psicológicamente. Una mujer que soporta muchos años de maltrato psicológico lo tiene muy difícil para salir del círculo violento del maltrato si no es con ayuda especializada.

No se hace mención de los Servicios Sociales en este específico apunte del recorrido de la víctima de violencia machista -uno de los más importantes- debido a que considero es en el que más se ha avanzado en esta desigual batalla. Esto no quiere decir que no haya protocolos y medios que coordinar y mejorar, pero considero son los estamentos policiales y judiciales los que más carencias presentan, especialmente en formación, coordinación y sensibilización. Trabajar para que una víctima de violencia machista se sienta acompañada, reconfortada y SEGURA, es todo un reto aún por conseguir. Quizás sean los servicios sociales los que deban impulsar desde sus competencias, y el gobierno desde las suyas, la necesidad de que nunca una mujer se tenga que enfrentar “sola” ante el duro trámite de la denuncia policial ni las comparecencias judiciales.

A los maltratadores hay que acorralarlos con la ley, reeducándolos y recuperándolos posteriormente para la sociedad con la rehabilitación.
De nada sirve la denuncia de la víctima si no hay todo un protocolo efectivo de actuación que disuada y aleje de forma eficaz al maltratador. Algo se está haciendo mal cuando una mujer muere o ve morir a sus hijos a manos de su maltratador después de cincuenta y una denuncias.

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