En
esto de la violencia machista estamos saturados de noticias, de
gestos y homenajes que no conducen a nada productivo para atajar esta
“sarna” que corroe a la sociedad. Por supuesto que las víctimas
necesitan de protección real y efectiva cuando finalmente se deciden
a plantear la denuncia contra el maltratador. Es evidente, y hay
experiencias contrastadas por psicólogos especialistas, que el
maltratador -una vez condenado por su acción- debe ser sometido a
rehabilitación (es un tratamiento que en la actualidad no se
produce, salvo que sea a petición propia), porque el maltratador es
además reincidente, y volverá a maltratar en cuanto establezca una
nueva relación, por lo que queda todo por hacer en este campo.
Incorporar la rehabilitación del agresor como pena accesoria e
inseparable de la principal sería un gran avance para minorar esta
epidemia machista. No podremos avanzar en la erradicación de este
mal mientras sea considerado -en la práctica- un tema menor por
parte del legislador (salvo que haya víctimas mortales)…
Sin
embargo durante todo este proceso, que se inicia con la denuncia de
la víctima, la mujer es sometida en demasiadas ocasiones a un
“maltrato diferido” (por llamarlo suavemente), que sólo conoce
quien ha tenido la terrible experiencia de pasar por ese trance. Y me
explico:
1º
La mujer maltratada debe reunir el valor suficiente -en su estado de
abandono, desolación e indefensión- para presentarse en unas
dependencias policiales en las que no sabe si sabrán entender su
problema ni en qué medida podrá perjudicar aún más su precaria
situación. Y lo llamo maltrato diferido porque si en estas
circunstancias tiene la desgracia de toparse con un agente de policía
sin la formación adecuada, sin los conocimientos suficientes para
tratar a este tipo de víctimas o simplemente sin la sensibilidad
necesaria, el trámite puede convertirse en una odisea aún mayor.
Llegado a este punto habría que recalcar que, el simple hecho de ser
mujer policía (si no tiene la formación adecuada) no garantiza una
mejor atención. A la experiencia me remito.
2º
Posteriormente, en la asignación de abogado (del turno de oficio) y
todos los trámites pertinentes, la mujer puede volver a sufrir el
mencionado maltrato diferido si el profesional designado no tiene la
formación y sensibilidad requerida, no para el tipo de delito -que
también- sino para el tipo de víctima, para comprender y entender
el tormento que está viviendo la víctima durante todo el proceso,
en el que además puede verse enfrentada al maltratador o la familia
de éste. Es preciso comprender que no es a un delincuente habitual
al que tiene que defender, sino a una víctima, con su autoestima
gravemente mermada y siempre a medio paso de dar la vuelta y salir
huyendo.
3º
Finalmente queda la actuación judicial, muchas veces marcada por
rígidos protocolos procesales (al margen del sexo del juez), muy
alejados de la necesaria sensibilidad para entender la odisea e
inseguridades que en esos momentos pueda estar debatiéndose la
víctima, incluidos los lógicos sentimientos de culpa que afligen a
la mujer que ha pasado por este calvario.
Por
lo tanto debemos “afinar” al máximo la formación y
especialización de todas y cada una de las personas por las que haya
de pasar cada caso de violencia machista. La peculiaridad de este
tipo de delitos, pero especialmente de los daños y la fragilidad de
la víctima, exige la imperiosa necesidad de ajustar protocolos
exhaustivos (y flexibles al mismo tiempo). La importancia de ACOGER,
PROTEGER y ASESORAR a la víctima, hace poco recomendable que estas
mujeres sean atendidas en primera, segunda ni tercera instancias por
personal no formado, que no sean especialistas en este tipo de
maltrato y sus peculiaridades. El daño que puede infligirse por esta
vía, por la simple indolencia del funcionario -sin la formación
adecuada- es un alto riesgo que no puede correrse. Lo vemos cada día
en las páginas de sucesos.
Una
mujer a quien su marido, pareja, novio, etc., paraliza con tan solo
una mirada no es dueña de sus propias decisiones y es susceptible de
repentinos cambios de opinión. No podemos olvidar que una mujer
maltratada físicamente ha sido siempre y previamente “machacada”
psicológicamente. Una mujer que soporta muchos años de maltrato
psicológico lo tiene muy difícil para salir del círculo violento
del maltrato si no es con ayuda especializada.
No
se hace mención de los Servicios Sociales en este específico apunte
del recorrido de la víctima de violencia machista -uno de los más
importantes- debido a que considero es en el que más se ha avanzado
en esta desigual batalla. Esto no quiere decir que no haya protocolos
y medios que coordinar y mejorar, pero considero son los estamentos
policiales y judiciales los que más carencias presentan,
especialmente en formación, coordinación y sensibilización.
Trabajar para que una víctima de violencia machista se sienta
acompañada, reconfortada y SEGURA, es todo un reto aún por
conseguir. Quizás sean los servicios sociales los que deban impulsar
desde sus competencias, y el gobierno desde las suyas, la necesidad
de que nunca una mujer se tenga que enfrentar “sola” ante el duro
trámite de la denuncia policial ni las comparecencias judiciales.
A
los maltratadores hay que acorralarlos con la ley, reeducándolos y
recuperándolos posteriormente para la sociedad con la
rehabilitación.
De
nada sirve la denuncia de la víctima si no hay todo un protocolo
efectivo de actuación que disuada y aleje de forma eficaz al
maltratador. Algo se está haciendo mal cuando una mujer muere o ve
morir a sus hijos a manos de su maltratador después de cincuenta y
una denuncias.
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