Días
atrás se me presentó la ocasión de visitar un enclave natural de
nuestro noroeste grancanario. El Charco Azul, en el municipio de
Agaete es sin duda un paraíso para los sentidos. Pude disfrutar como
un niño de paisajes y naturaleza en su estado natural.
Todo
habría sido perfecto de no ser por la mano del hombre que siempre
mancha con su torpeza y avaricia lo más sagrado que nos ha dado la
madre naturaleza. Me da muchísima rabia empañar lo que podría ser
un bello relato de todo un recorrido en el que no se escuchaba otra
cosa que el discurrir del agua barranco abajo y cantar de los
pájaros, pero ya en el comienzo del camino me costaba dejar
constancia de auténticas y bellas postales por culpa de los tendidos
de cables sin orden ni concierto que afeaban la idílica estampa y
hacía complicado un encuadre perfecto. Una vez adentrados en el
barranco que visitábamos pude comprobar que los cables no serían el
último atentado medioambiental que nos veríamos obligados a
soportar. A lo largo del cauce nos encontramos con varias tuberías
de pvc negro que sin el más mínimo interés por camuflar alguien
lazó barranco abajo canalizando el líquido elemento, supongo que
hacia alguna propiedad privada. Desconozco la legalidad o no de tales
tuberías, pero aún con los permisos pertinentes evidencian su
total falta de respeto al entorno, que no sólo despliega barranco
abajo sin ningún disimulo, sino que en determinado tramo tiende un
cable de acero que cruza todo el barranco, supongo que para proteger
a la instalación de una posible rotura al quedar expuesta,
totalmente colgada sobre el cauce. Alguien, dudo que el titular de la
instalación, tuvo el detalle de marcar con una bolsa de plástico el
citado cable para que los senderistas no se dejasen el cuello. No
dejo constancia fotográfica de tal despropósito -legal o no- para
no desmerecer los paisajes idílicos que masacraba tal instalación.
Ya
he contado en otras ocasiones los despropósitos que suministradoras
eléctricas y telefónicas realizan en todo el paisaje canario, sin
el más mínimo respeto y sin otro propósito que la economía de
materiales y tiempo. Los atentados al paisaje en nuestra tierra
canaria se presentan brutales para cualquier observador atento.
Seguro que también los autores del “despropósito canalizador”
en este barranco pudieron inferir un menor daño al paisaje a poco
que se lo hubiesen propuesto, pero claro, eso significa gastar más
dinero y contar con lo único que seguro no tuvieron los instigadores
de tal atentado, un mínimo de sensibilidad ambiental.
Por
lo demás nada que objetar, es más, diría que demasiado bien
cuidado está el entorno para las numerosas visitas que recibe el
enclave, muestra sin duda del civismo de los visitantes, que apenas
deja ver el sendero practicado entorno a su cauce por el reiterado
paso de personas, al margen de lo relatado anteriormente. A pesar de
todo pudimos ver maravillosas y sonoras cascadas de agua, a las que
tan poco estamos acostumbrados en esta tierra Canaria.
Nos
toca a los canarios defender y vigilar con sentido crítico todo
atentado a la naturaleza que emborrone lo mejor de nuestro entorno.
Sólo así podremos amedrentar y frenar la desmedida ambición de
unos cuantos que sólo ven en la naturaleza el provecho propio, sin
importarle el daño que con su actuación puede ejercer al paisaje.
Daño que en ocasiones se convierte en irreparable.
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