Desde
que llegaste al mundo, hace ya algunos años, siempre supe que nos
unía una conexión muy especial, más allá de la lógica
paterno-filial.
Recuerdo en aquellos lejanos años en el País Vasco, lugar en el que
llegaste a la vida, casi
siempre
esperabas a
mi llegada del trabajo para dormirte en mis brazos. Tu madre me decía
nerviosa que no parabas de llorar, que no dormías y tampoco había
forma de tranquilizarte. El caso es que nada más tomarte en brazos
para
tumbarme contigo
sobre
aquellos sillones que juntábamos a modo de sofá, sobre mi pecho te
serenabas y te dormías plácidamente en apenas unos minutos. Tu
madre casi se indignaba al
comprobar
tu
comportamiento
conmigo cuando
entrabas
en un plácido sueño
de
forma natural.
Ver aquella carita disfrutar del más dulce de los sueños era para
mi la mayor recompensa a una larga
jornada laboral, con todos los duros
condicionantes
que en aquella época vivimos allí y que afortunadamente ya pasaron
a la historia. Ahora miro hacia
atrás y se me ponen los pelos de punta por mi “temeridad”. Yo
tenía entonces veinticuatro
años y tu madre veintitrés;
dos niños apenas, comenzando a vivir, solos en aquel País Vasco de
entonces; pero las circunstancias eran las que eran y había que
seguir adelante, pero
insisto, ahora me echo manos a la cabeza recordándolo.
Luego
siguieron otros traslados y destinos, quizás demasiados. Yo me
consolaba pensando que aquella experiencia de vida te haría mucho
más fuerte de
cara al futuro,
perdiendo el miedo a viajar si algún día te veías en la necesidad
de
explorar
otras tierras por
motivos laborales.
Empezaste
a hablar muy pronto, y con ello nos dejabas en evidencia a cada
momento por tus indiscreciones. Las mujeres -especialmente- se
acercaban a ti para hacerte las típicas carantoñas diciéndote lo
guapa que eras y preguntándote por tu nombre, a lo que tu respondías
con todo un alegato explicándole a todo el mundo cómo te llamabas,
dónde habías nacido y a qué se dedicaba tu padre. La discreción
no era tu fuerte… Apenas despegabas un par de palmos del suelo y ya
eras una “escopeta dialéctica”. Siempre fuiste muy habladora.
El
caso es que nuestra sintonía se fue afianzando con el paso de los
años. Yo procuraba satisfacer, con atención y cariño aquella
curiosidad innata que desde muy pequeña mostrabas por todo lo que te
rodeaba; y claro está, atendías embelesada todas mis explicaciones
sin pestañear. Una vez en Málaga -sentados en el viejo Seat Ronda-
mientras esperábamos por tu madre me preguntaste: Papá, papá
“¿Cómo funciona el motor del coche?” (tenías 3 o 4 años), a
lo que yo te respondí de forma muy somera, acorde con tu edad. Pero
poco satisfecha con la explicación insististe: si si, pero “¿cómo
funciona por dentro?” Yo ahí me quise morir porque, a ver cómo le
explicas a una niña de tres o cuatros años el funcionamiento de un
motor. El caso es que tiré de todos mis recursos mentales y
dialécticos para la difícil tarea de responder a una niña de tu
edad a semejante pregunta. Menos mal que al menos conocía la teoría
y por tu respuesta creo que te convencí. El caso es que al terminar
mi explicación me dijiste: “papá ¿como sabes tú tantas cosas?”…
De
vuelta a Canarias era muy gracioso escucharte hablar con aquel acento
andaluz que habías adquirido en Málaga, como “esponja” que
eras, mientras tus compañeros te escuchaban extrañados. Tres años
a esas edades dan para mucho en un niño. Al poco ya lo habías
perdido. Estoy seguro que de haber permanecido en el País Vasco hoy
hablarías euskera con total normalidad.
Seguiste
creciendo, estudiando y te aficionaste a la lectura como tu padre,
hasta tal punto que hoy en día tu biblioteca duplica con creces la
mía. Tuviste que superar la dolorosa separación de tus padres en
plena adolescencia, con lo que eso significó, pero a pesar de todo,
con mil obstáculos y otras tantas complicaciones te convertiste en
la mujer que eres hoy en día, inteligente, luchadora e
independiente; y no es pasión de padre. Una mujer que ha sabido
reinventarse después de las múltiples zancadillas que te ha puesto
la vida. Una mujer de la que estoy muy orgulloso y que hoy, estoy
seguro, conseguirá todo lo que se proponga y más.
Y
mientras tanto a tu padre se le seguirá cayendo la baba, como cuando
eras un bebé, que siempre esperabas a dormirte sobre mi pecho al
llegar a casa…
Tu
padre que te quiere Tami.