Llevo
unos días buscando el momento oportuno para enhebrar dos líneas
seguidas sobre la frase que da título al presente texto y que
escuché a una amiga no hace mucho tiempo, y me gustó tanto que le
prometí robársela para hacerla mía, con su permiso.
Con
la frase “criados a balde” se refería mi amiga, como es lógico
deducir, a los que tuvimos pocas facilidades desde nuestra tierna
infancia. Pegados a la tierra de labranza y a los animales,
aprendimos antes a ordeñar y manejar el sacho que a hablar. Con
pocos regalos y carantoñas supimos lo que eran las privaciones, sin
paños calientes. Con las manos encallecidas y cansados de trabajar,
antes de empezar a jugar, compatibilizábamos los estudios con el
duro trabajo en plataneras y el cuidado del ganado. Como es evidente,
a ninguno nos avergüenza nuestro pasado, más bien al contrario,
forma parte de nuestra trayectoria vital, que sin duda ha forjado
nuestro carácter. Pero esa expresión de “criados al balde” no
deja de ser un símil rudimentario y explícito de una forma de
crianza a lo que fue nuestra dura infancia y juventud, carente de
mimos y regada de sacrificios e imaginación.
El
duro trabajo de campo solamente le conoce quien lo ha sufrido en sus
propias carnes, especialmente en aquellos años de trabajo sin
máquinas, goteros, ni riegos asistidos. Todo había que hacerlo a
mano. El sistema de riego por inundación llevaba aparejado además
un intenso trabajo de sacho, para eliminar las malas hierbas,
adecentar los camellones y riegos que llevasen el líquido elemento a
cada mata. El recorte de plataneras, el desflorillado de racimos y el
corte formaban también parte inevitable de las tareas. De los
animales mejor ni hablar, puesto que además de la comida diaria, que
había que cargar desde las plataneras al alpende, había que
alimentarles y retirar y hacerles “la cama” de los animales con
hoja seca, para mantenerlos en unas condiciones mínimas de higiene.
Los
que hemos sido CRIADOS A BALDE cultivamos, a pesar de la rudeza de
nuestra infancia, una sensibilidad especial para la naturaleza, los
animales y las personas; sensibilidad apenas disimulada en nuestros
textos, los que tenemos el atrevimiento de dejar por escrito
nuestras impresiones sobre lo divino y lo humano.
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