La Atalaya, Becerril y La Montaña, desde la Montaña de Guía en la década de los 70 (imagen del Fondo de Fotografía Histórica de la FEDAC) |
Hace
unos días, de buena mañana, mientras paseaba a mi fiel amigo Toy,
cuando los rayos de sol aún no habian hecho acto de presencia pero
ya su luz se anunciaba con fuerza el horizonte de la Montaña de
Arucas presagiando un cálido día de primavera, con la suave brisa
que a esas horas todo lo reconforta y con el sonido de fondo de los
pájaros que con sus cánticos anunciaban también la llegada de la
nueva estación, me vinieron a la mente muchos recuerdos de la
infancia en mi barrio de La Atalaya. En esos recuerdos de la infancia
y juventud en los que se intercalan imágenes, sonidos y olores a
partes iguales, cobra un especial protagonismo para mí los olores, y
desde mi situación con una vista privilegiada sobre todo el barrio,
no puedo evitar referirme al olor a pan recien hecho que entonces
inundaba toda La Atalaya cada mañana a esa misma hora. Era un pan de
leña de los que ya no se hacen, de esos panes que te los comes sin
darte cuenta, y de los que se puede decir que ya los estas
disfrutando antes de comerlos.
Estos
recuerdos me trasladaron a un tiempo atrás en el que tuve la fortuna
de visitar con frecuencia esa panadería (la única que había en La
Atalaya, porque la de Pepe Juan estaba entonces en Guía),
disfrutando de ese calor y olor característicos, de observar con
curiosidad la preparación, elaboración (con sus propias manos) y
cocción del maravilloso pan de leña. Hasta tuve la oportunidad de
pasear por todo el barrio con un saco de pan a la espalda recien
horneado, en lo que supuso mi primera experiencia laboral durante un
corto periodo de tiempo, mientras sustituía a mi hermano accidentado
que fue el panadero oficial de Andresito durante algún tiempo.
La Atalaya en la actualidad (imagen de José Tomás Felipe) |
Me
trasladaron también estos recuerdos a una época en la que todo era
más sencillo, más noble, y por qué no decirlo, más ingenuo. En
ese tiempo, con once o doce años, mi horizonte más lejano estaba en
aquella Montaña de Arucas por la que salía el sol cada mañana o la
“lejana” capital. Las Palmas para mí y la gente de mi época en
el barrio era otro mundo. Ni por la cabeza se me pasaba entonces las
tierras y gentes y vivencias que llegaría a conocer en un futuro
que yo entonces pensaba lejano. Recuerdos tambíen de juegos y
amigos, de familiares, profesores y vecinos que ya no están con
nosotros.
Recuerdo
que por aquella época en La Atalaya teníamos equipo de baloncesto y
lucha canaria, también se practicaba balonmano y frontenis -aparte
del fútbol claro-, y eso con mucha menos población que ahora. Da la
impresión de que, para nuestro desconcierto, poco hemos avanzado.
Estamos hablando de más de treinta y cinco años.
Recuerdos
de lo insignificante e importante que es a la vez nuestro paso por la
vida. Qué años, que vivencias y recuerdos.
Hoy,
desde esta atalaya de la vida que me dan mis 48 primaveras, quiero
decir que deseo dejar a mi hija (y futuros nietos), sobrinas y
ahijado, un mundo diferente, mejor que el que tuvimos entonces, pero
sobre todo mucho mejor que el que tenemos ahora.
Pero
antes de empezar a filosofar con las añoranzas del pasado y a
divagar con un incierto futuro mi perro me devuelve a la realidad, lo
que me obliga a volver a la rutina diaria.
Me
quedará siempre en la memoria el suave aroma del pan de leña que
brotaba de la panadería de Andresito y que tan agradables desayunos
nos brindó a toda mi generación.
Maestro
Pancho.-