
Considero que la fe o el
sentimiento religioso, del tipo que sea y respetable de cada persona,
debe ser algo que se lleva en la más estricta intimidad -o no- y que
no puede por tanto ser objeto de crítica por nadie que sea
medianamente respetable. Es algo que corresponde a la intimidad más
absoluta y va unido a la trayectoria vital de las personas, forjada
también en las dudas o certezas de cada uno.
Compruebo sin embargo que
en mi pueblo “se alardea” en ocasiones -por parte de algunas
personas- de apasionamientos religiosos de forma exagerada y pública
más allá de lo normal. Apasionamientos que no siempre se
corresponden con una “vida ordenada” y un alejamiento de
egoísmos, avaricias, críticas y envidias, supuestamente alejadas de
la vida de un cristiano practicante. Compruebo ojiplático
comportamientos públicos de políticos en este mismo sentido, es
decir, cargos electos municipales que no abren la boca en toda la
legislatura -en lo que a sus responsabilidades se refiere- y que
luego no dudan en hacer exhibición pública en las redes sociales de
su participación en diversos actos religiosos de toda índole. No es
que yo censure estos comportamientos “líbreme Dios”, pero en
ocasiones incluso pareciera que existe una competición soterrada por
demostrar quien es más fervoroso o devoto de esta o aquella imagen
religiosa.