sábado, 1 de marzo de 2014

Sin vergüenza, no culpable; por Cristóbal Rodríguez Hernández

Desde que lo consideré adecuado, inculqué a mis hijos  la cultura de la libertad sexual, el sentirse y respetarse como seres físicos y químicos, asumir sus deseos y placeres sin sentimientos de culpa y que en el ejercicio de esa libertad el límite estaba en el respeto del otro.
Me preocupé de su educación afectivo-sexual y de que tuvieran acceso libre a los métodos anticonceptivos que ellos consideraran oportunos y adecuados a su momento vital y desarrollo personal.
Siempre les expliqué que prevenir era mejor que curar pero que incluso si usaban métodos anticonceptivos y estos fallaran, existiría la posibilidad de la interrupción del embarazo.
Nacieron y vivieron, hasta hoy, en un país que había avanzado y se había situado a niveles de Europa en cuanto a la libertad individual y el derecho personal a decidir sobre la maternidad y la paternidad.

Ahora mis hijos tienen 24 ella y 19 él, y en este país, sus gobernantes, quieren imponerles una moralidad y unos principios éticos por los que la sexualidad se asocia a reproducción, donde los derechos del no nato prevalecen sobre los del ser humano reconocido legal y socialmente. Y lo más grave, el no acatamiento de estos principios supondrá el ser penados, el ser tratados y señalados como delincuentes. Yo no me siento ni me sentiré jamás avergonzado de tener a dos hijos que por defender sus principios pudieran ser delincuentes, no me siento ni me sentiré jamás culpable de haber educado a dos seres bajo el principio de la libertad de pensamiento y obra con el único límite del respeto al otro.
Esta ley de la derecha española, es más que un ataque a la libertad de decisión de la mujer, a reconocerla como igual sin necesidad de tutela del hombre, esta ley es un ataque a todos y cada uno de nosotros, mujeres u hombres, ya que se inmiscuye en nuestro libre albedrío, en los principios, que como padres debemos trasmitir a nuestros hijos, nos sustrae la capacidad de mirar a la cara de nuestros hijos y decirles que son libres.
No, no me siento ni avergonzado ni culpable de nada, estoy convencido de que esta ley es solo la mayor muestra de hipocresía de la derecha, acostumbrada a dar sermones morales, pero a hacer lo que les viene en gana.
Serán otros los que deberán sentirse avergonzados o culpables cuando muera una mujer por recurrir al aborto clandestino, serán otros los que deberán bajar la cabeza cuando nazca, un ser humano con graves malformaciones y se incorpore a la vida sólo para sufrir.
Seguro que al lado de ese niño obligado a nacer y de su familia estaremos los que hoy defendemos el derecho a la libre decisión, ellos y ellas, que ahora defienden esta ley, estarán preocupados por el déficit público y la prima de riesgo, por el equilibrio presupuestario de las cuentas públicas que les servirá para justificar recortes en las prestaciones a ese ser obligado a nacer para depender.
Seguro que al sepelio de la mujer muerta en un aborto clandestino asistiremos los que hoy defendemos el derecho a la libre decisión, ellos y ellas, los que ahora defienden esta ley igual no podrán venir, quizás estén en el extranjero acompañando a abortar a alguna de las mujeres de su familia, o quizás estén en la iglesia rezando por el alma del no nato. Nosotros estaremos con la familia de la fallecida intentando consolar lo inconsolable.
No, ni avergonzado, ni culpable.

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