El riesgo de opinar, por Paco Vega
Salvando las distancias con el título del libro “El riesgo de opinar. Apuestas por la izquierda”, del profesor y político José Antonio Pérez Tapias (de quien “tengo el honor” de haber sido bloqueado en redes sociales), coincido en que el riesgo de opinar está precisamente en la exposición pública de nuestra visión de los problemas comunes o las políticas públicas, pero principalmente en la posibilidad de verse uno atrapado en su propio desmentido, como le ha sucedido a este que les habla en más de una ocasión, o simplemente quedar expuesto a la refutación de otros.
Por tal motivo es fácil ver en redes sociales a mucho intelectual de salón y pijama que, apenas mete la puntita, es decir -y que nadie me malinterprete- que realiza pequeños comentarios, normalmente ambiguos o irónicos -aunque sobrados de arrogancia- sobre los más variados temas; sin entrar nunca en la profundidad de los asuntos y por tanto a la exposición pública o a la posible refutación antes mencionada. Otros se dedican a mantener encendidos debates políticos cuasi privados en muros ajenos, mientras mantienen el propio blanco e impoluto de falsa neutralidad. Toda postura es respetable, faltaría más, aunque reconozco que la de la arrogancia vacua de algunos me supera, seguramente por las razones antes expuestas.
De acuerdo con el consultorio ético de la Fundación García Márquez, “la opinión se ha convertido en una lucha casi desesperada, no sólo para sobrevivir, sino por conservar un margen suficiente de libertad que nos permita mantener movilizada y crítica a una sociedad a la cual se le pretende liquidar el derecho a estar informada”. Al hilo de esto último, quiero destacar lo difícil que es escapar a la manipulación masiva de los grandes prebostes de la comunicación.
No hace mucho me preguntaron el por qué de la exposición pública con mis artículos de opinión a cambio de nada, es decir, sin nada que ganar y mucho que perder… Sinceramente no supe qué responder, porque pensar que sólo merece la pena arriesgar cuando hay algo personal que ganar es realmente descorazonador. Aún reconociendo que soy un “marciano”, soy plenamente consciente de que mis reflexiones portan una gran dosis de ingenuidad, pero muy mal le iría al mundo si todos nos moviésemos única y exclusivamente por interés personal. Para creer en unas políticas públicas volcadas en lo común, en el más amplio sentido de la palabra, y no en favor los grandes monstruos de la economía capitalista, hay que tener cierta dosis de ingenuidad, es cierto, pero me gusta pensar que no todo está perdido. Es lo único que nos queda antes de entrar en una sociedad tremendamente cainita, donde cada uno va a lo suyo con egoísmo depredador.
No siempre he sido tan “temerario”, pero la experiencia, los años y las lecturas, te van armando de “anclajes docentes” (permítanme el atrevimiento), que lógicamente no tenía en mi lejana juventud. Ya entrado en los sesenta me permito ciertas libertades, especialmente al constatar el penoso nivel de los que campan por sus respetos al frente de las Administraciones Públicas canarias.
Y no es que los problemas sean de difícil solución, pero son asuntos que, por alguna extraña razón se eternizan, como los atascos de cada día en la carretera del Sur de Gran Canaria, por poner sólo un ejemplo. La fragilidad de nuestro archipiélago cobra una especial dimensión por el patente abandono en el que se encuentra. Cada problema cobra una dimensión especial por ser Canarias un territorio fragmentado y limitado, muy alejado de la capital administrativa del Estado. Fuera de Canarias realmente no importamos a nadie. Hay mil ejemplos que lo demuestran, pero actualmente lo estamos viviendo con el asunto de los menores inmigrantes no acompañados. Cuando trescientos mil ucranianos no tuvieron problemas para acomodarse por todas las comunidades autónomas, también en Canarias, a donde vinieron nueve mil. Ahora, por racismo y aporofobia las mismas Comunidades Autónomas, miran para otro lado y dicen “a otro perro con ese hueso”… Hasta el Gobierno de España podría haber hecho algo más, como ha hecho con los ucranianos, pero para Canarias todo son pegas…
Ahora los nuevos nacionalismos dicen que quieren estar en Madrid. ¿Para qué…? O acaso no los hemos tenido por años y de nada ha servido. Los canarios, nacionalistas o no, se ven obligados a elegir entre el sillón y Canarias. Y eligen siempre lo primero. En fin, que me voy del tema...
El hecho de que la mediocridad sea tan abundante entre la clase política, como la mala hierba, es motivo suficiente para que los que tenemos algo que decir lo expongamos al escrutinio público, sin recato.
Si tuviésemos una clase política de nivel, los escribidores de andar por casa no tendríamos la temeridad y el riesgo de opinar.