martes, 30 de octubre de 2012


LAS CIGARRAS Y LAS HORMIGAS
Por Antonio Morales Méndez, Alcalde de Agüimes.

Por lo que se ve, el Comité Nobel Noruego no ha estado demasiado fino en los últimos años al elegir a muchos de los galardonados con el Nobel de la Paz. A los nombres de Kissinger (casi nada el pacifista), Obama o Martti Ahtisaari se suma ahora, sorpresivamente, el de la Unión Europea. Para el jurado “el avance de la paz y la reconciliación en el continente”, el “fomento de la fraternidad entre naciones” y la consolidación de “la democracia y los derechos humanos” son argumentos suficientes para su decisión. “Convertir un continente de guerra en un continente de paz” parece ser la tesis principal de esta farsa en la que anda sumido el Viejo Continente. Para muchos analistas el premio está llamado a ser un “impulso moral” a un proyecto de unidad europea que, entiendo, existe solo en los papeles, que hace aguas por todas partes y que, abrazado al neoliberalismo político y económico, subordina, poco a poco, la democracia y la soberanía de la política y los estados al poder de los grandes lobbys económicos.

Bien sabía León Felipe que “los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos”, pero a veces no somos capaces de intuir hasta cuando nos van a seguir “meciendo con cuentos” como éste que se acaban de inventar para premiar a un continente que abre brechas cada vez más enormes entre sus ciudadanos; que lleva a la exclusión y a la pobreza a millones de personas; que debilita el Estado de bienestar hasta sus últimas consecuencias; que aparta como apestados a los pobres de otros pueblos que tocan a sus puertas; que no tiene ningún pudor en apoyar, en beneficio de su balanza comercial a sátrapas en África y otros continentes; que con el cuento de la defensa de la democracia participa o apoya todas las guerras que se le ponen a tiro, en un cambio de peones interesado, en lugares como Irak, Libia, Siria, etc...; que sigue siendo uno de los mayores exportadores de las armas que serán utilizadas por tiranos para sojuzgar a sus pueblos y que somete hasta la extenuación más humillante a un grupo de países a los que señala como “pigs”.

Sería injusto cerrar los ojos y no reconocer los avances democráticos y sociales que se dieron hasta hace muy poco en Europa, pero la realidad hoy es que el deterioro y el retroceso en lo alcanzado y la implantación de una especie de guerra fría ultraliberal que destruye el ideal de equidad, igualdad y solidaridad es patente y notorio. Los rancios tics de los totalitarismos excluyentes, que han expuesto lo peor de si mismos en el pasado siglo, se vuelven a hacer realidad en la escenificación del poderío estructural del norte (los trabajadores) que gira en torno a Alemania, con el apoyo de países como Holanda o Austria, frente a los países del sur (los gandules y ociosos). La vieja fábula de la cigarra y la hormiga caricaturizada hasta la extenuación por los que no han renunciado nunca a imponer un colonialismo interior, muchas veces con terribles consecuencias. Y eso que la OCDE ha dejado expresamente claro que los países del sur de Europa trabajan más que las naciones ricas del norte y que España tiene 227 horas más de jornada laboral que Alemania.

Georges Soros expresaba hace muy poco su temor a que se conforme un nuevo imperio alemán en el seno de Europa. No son pocos los que hablan de un cuarto Reich como continuidad al Sacro Imperio Romano Germánico que aguantó desde la Edad Media hasta los inicios de la Edad Contemporánea, al Imperio Alemán o Segundo Reich que duró desde 1871 a 1918 y que desencadenó la Primera Guerra Mundial y al Tercer Reich de la Alemania nazi que provocó una Segunda Guerra Mundial atroz y sembró el continente de millones de muertos. Como señala Rafael Poch en La Vanguardia, la principal revista institucional alemana en el ámbito de las relaciones internacionales afirmaba recientemente que la UE es puramente teórica y que “ningún país puede ser salvado si Alemania no da su visto bueno”. Es la misma filosofía que la expresada por el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schauble: “es la segunda oportunidad histórica de Alemania”. No son pocos los medios de comunicación teutones que presumen continuamente de que Europa ahora habla alemán. Según The Guardian, “Berlín es ahora la capital de la UE, el lugar donde se toman las decisiones cruciales”. Habermas le ha dado un repaso también hace unos días señalando sus ansias de poder.

El país al que se integró noblemente después de haber propiciado la guerra más terrible de los últimos siglos; al que se ayudó generosamente a superar sus déficits estructurales tras la unificación, a principios de los años noventa; al que se perdonaron los mayores incumplimientos del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (19 vulneraciones Italia, 15 Alemania y Austria y 14 Francia y Bélgica, hasta hace muy poco), nos somete ahora a una política de rigor y austeridad sangrante en favor propio y de sus bancos. Todo se ha diseñado para su beneficio: los recortes y ajustes para el pago de una deuda privada solo benefician a sus entidades financieras (mientras a sus cajas, en peores condiciones que las españolas, no hay quién las examine porque se opone el Bundesbank). No pasa un día sin que la canciller presuma del “austericidio”, como lo llama Susan George, al que nos tiene subyugados. Ella sola decide si hay que nombrar y cuando a un supervisor único; impone el ritmo a seguir en el avance hacia la unión fiscal europea y en designar a un supercomisario que pueda vetar los presupuestos nacionales; frena o acelera a su conveniencia para imponer un nuevo tratado; hace lo propio con la Unión Bancaria; se pasea por los países “colonizados” como Grecia y España para escenificar su poder sobre si el rescate si o el rescate no y las exigencias de ajustes; impide que España consiga el rescate directo a la banca; castiga a Inglaterra impidiendo la fusión de EADS con BAE; impide la compra de deuda por el BCE para engordar sus arcas con intereses usureros; antepone el interés por reconducir el proceso electoral en su país al interés general europeo; su Tribunal Constitucional (celoso de su independencia al igual que el de España con la modificación de la Constitución para perpetuar el déficit cero, permítaseme la ironía), ha impuesto la supervisión del Mecanismo Europeo de Intervención (MEDE) antes de que tome ninguna decisión, etc...

Probablemente Europa no deja de ser una buena idea. No voy a cuestionar el ideario de construir un continente próspero, solidario y socialmente justo. Pero no así. Un país con vocación imperialista no se puede imponer a los demás. No se puede sustituir la legitimidad democrática por un entramado tecnocrático. Alguien tiene que poner fin al sometimiento de los países que la componen, al empobrecimiento de su ciudadanía, a los millones de parados, a los millones de excluidos… A la pérdida de derechos y libertades. A la desesperanza y al miedo. A la desazón ciudadana que lleva al mancillamiento de la política, al rechazo a los políticos y a la estigmatización de las instituciones, mientras los grandes poderes económicos salen de rositas. Como decía recientemente Julián Ariza, Rajoy no puede seguir siendo el botones de Merkel. Los países del sur deberían unirse, formar una entente, para evitar este vasallaje. O romper. O negarse a pagar la deuda como hicieron los alemanes en 1933. O revelarse los ciudadanos (Hans Magnus Enzensberger escribía recientemente que “la indiferencia con que los habitantes de nuestro pequeño continente aceptan que se les despoje de su poder político produce escalofríos”). Todo menos la aceptación sumisa que cuestiona la democracia y la justicia social. Porque como decía hace muy poco en El País el historiador Kevin O´Rourke, la historia “esta vez nos recuerda que estamos jugando con fuego”.

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