En
esta ocasión no será la política la que ocupe mi tiempo y estas
palabras de reflexión que cada semana llevo hasta ustedes. Hoy voy a
ocuparme de un tema que a todos, de una u otra forma, en primera
persona o por allegados, acaba golpeándonos en la cara de la
realidad.
Sigo
escuchando expresiones críticas, incluso en personas relativamente
jóvenes, dirigidas a quienes deciden poner fin a una relación
sentimental. Poco aguante, paciencia y cierta ligereza en la toma de
decisiones, suelen ser algunos de los comentarios que se escuchan de
los que no han tenido que pasar por el traumático momento de la
separación.
Todos
hemos valorado alguna vez, en época de tormenta sentimental, la
hipotética decisión de un divorcio o ruptura de pareja. Todos en
algún momento hemos reflexionado sobre cómo sería nuestra vida sin
nuestra actual pareja. Nadie se escandaliza por ello, las
separaciones están a la orden del día y ya es habitual conocer a
personas que han tenido que superar varias rupturas sentimentales.
Existe
también la visión machista de estos acontecimientos, reprobando
conductas y comportamientos en la mujer que en el hombre son
perfectamente tolerados y comprendidos, incluso por las propias
mujeres. Es más tolerado que sea el hombre el que deje a la mujer, a
que sea ésta la que tire la toalla en la relación. Es asombroso que
esto suceda en el siglo XXI, pero sucede.
Hacer
un análisis exhaustivo de los motivos que pueden conducir a la
separación o divorcio de una pareja no es el motivo de esta modesta
reflexión, un tema que daría para para varios libros
especializados. Sin embargo pocas veces se habla de las parejas que
teniendo razones sobradas para “romper” ese nexo de unión -ya
sea religioso, civil o de hecho- continúan teóricamente unidos por
muchos años.
Hay
parejas que el único vínculo que les une es el techo que les cobija
y a veces unos hijos en común, pero que en ocasiones ni se hablan.
Hay parejas que llevan vidas paralelas, con amante incluido, en
ocasiones consentido y otras ignorado. Hay parejas que se odian
(literalmente), pero que unas veces por el dinero y otras por los
hijos permanecen “unidos” por muchos años (al menos sobre el
papel).
Los
hijos son precisamente un obstáculo -a veces insalvable- en la toma
de decisiones, cuando son pequeños por razones evidentes de
distanciamiento de quien se queda sin la guarda y custodia, y cuando
son mayores por no darles un disgusto o por presiones de los propios
hijos que no admiten en sus padres lo que asumen con naturalidad para
si mismos. Finalmente los hijos crecen, hacen sus vidas -en ocasiones
salpicadas de sus propias rupturas sentimentales- mientras los padres
languidecen de pena y depresión entre amagos de reconciliación y
reproches continuos.
Entonces,
¿qué situación parece menos hipócrita?, la de las parejas que sin
soportarse siguen unidos por los motivos antes citados, o los que
“civilizadamente” deciden poner fin a la relación. Se
entrecomilla intencionadamente la expresión “civilizadamente”
porque lamentablemente pocas veces es así. En todo caso, mi respeto
a unos y a otros por parte de los que vemos desde fuera y a veces
desde dentro situaciones dantescas e injustas…, de permanencia o de
ruptura.
Hay
personas que llevando una relación aparentemente idílica no
terminan de cuajar por frialdad y desinterés de su sus parejas, lo
que con el paso de los años acaba apagando las escuálidas llamas
del amor. La relación en estos casos termina por convertirse en un
monótono discurrir del tiempo, sin más expectativa que ver pasar
las hojas del calendario. Otras sin embargo, teniendo motivos
sobrados para la separación, siguen juntos por los hijos, por el
dinero o por el qué dirán. Si, aún hay gente que se preocupa del
“qué dirán”...
En
las relaciones de pareja no hay regla fija porque somos humanos y
estamos expuestos a los vaivenes de la vida y de los sentimientos,
que influyen sobremanera en nuestro estado de ánimo. Sobra decir que
cada persona es un mundo y cada pareja un universo de
contradicciones.
Luego
viene la terrible ruptura. Seguramente habrá personas frías que lo
lleven casi con normalidad, pero no es lo habitual. Las separaciones,
aún siendo de mutuo acuerdo, son siempre dolorosas. Sin la premisa
anterior acaba siendo aún más traumática. “La travesía del
desierto” hay que pasarla. Si existe buena voluntad, a pesar del
dolor, puede sobrellevarse mejor por ambas partes, pero cuando el
odio y el rencor hacen su aparición, la ruptura se convierte en una
tormentosa odisea con tremendas secuelas psicológicas. En ocasiones
hasta los hijos son vilmente utilizados por los progenitores sin
escrúpulos, sin pensar que están dañando lo más sagrado de la
pareja, LOS HIJOS. A pesar de todo, siempre debemos intentar
reconducir la situación por la vía de la civilizada y del diálogo.
Por nuestra propia salud mental.
Nadie
rompe una relación de años, muchas veces con hijos en común sin
razones poderosas de fondo. El peaje que hay que pagar es demasiado
alto, aún en la mejor de las situaciones.
En
todo caso, vaya desde aquí mi admiración para las parejas que, pese
a múltiples vicisitudes, consiguen llevar a buen puerto una relación
cargada de respeto, amistad y comprensión. Para el resto sólo
desearles suerte en la búsqueda de LA FELICIDAD, en pareja o en
solitario.
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