domingo, 12 de noviembre de 2017

Con las manos encallecidas, por Paco Vega.



A mis lejanos 18 años y con una voluntad a prueba de bomba decido afianzar mi incierto futuro luchando por unas oposiciones que entonces se me antojaban casi un sueño. Con las manos encallecidas y con la constancia por bandera me dediqué en cuerpo y alma a preparar mi futuro, sin amigos, sin cómplices de aventura y aliento con los que alcanzar la meta. A más de uno le sorprenderá lo de las manos encallecidas, pero he de decir que desde mi más tierna infancia supe lo que era el trabajo duro en el campo. Nunca dejé de estudiar, pero cada sábado, vacaciones o periodos no lectivos tocaba ayudar a mi padre en la finca. El trabajo de plataneras de entonces y su dureza no tenía secretos para mi, tampoco el trajín con los animales (cabras y vacas). Las labores del campo con el sacrificado sacho hacía que las dulces manos de un estudiante se tornaran en recias y duras herramientas de trabajo. No sé hasta que punto aquella dura vida del campo forjó mi carácter y mi tesón, pero desde luego me hace valorar a día de hoy mis humildes orígenes a la vez que me mantiene permanentemente con los pies en el suelo.


Cuando recuerdo aquellas tardes de verano en mis duras horas de estudio espartano -no conocía la existencia de temarios ni academias preparatorias- hasta que la cabeza no daba más de si, en aquella mesa de noche a modo de improvisado mini-escritorio, mientras observaba como amigos y conocidos con las toallas sobre el hombro caminaban hacia la playa. Luego a correr para preparar unas pruebas físicas de las que nunca estuve seguro de poder superar (8 kilómetros había que correr entonces, entre otras). Pero lo conseguí. Entrar el 7º de una larga lista de doscientos y pico aspirantes no está nada mal. La voluntad que lo hace todo… Luego también el examen escrito salió a pedir de boca. El esfuerzo había dado buenos resultados superando por fin una oposición que para mi era como subir al Everest. Esa pensé yo que era mi última cumbre, cuando en realidad no era más que la primera de muchas que vendrían luego. La vida, que te va enseñando que casi nada de lo que tenías planeado sale como tenías previsto.

Ahora que miro mis manos “de pianista”, condicionadas por años de aporrear teclados, primero los que aquellas vetustas máquinas de escribir y luego los los teclados de ordenador y no puedo evitar recordar aquellos años de duro trabajo y privaciones. No eran privaciones alimenticias, pero si de ocio y diversión que otros de mi generación si disfrutaron. Tampoco sabré nunca hasta que punto esas duras condiciones de vida condicionaron mi futuro. Tampoco la práctica -por si la dureza era poca- de la lucha canaria de los 15 a los 18 años. Probablemente esto si me alejó de algunos vicios que por entonces contaminaban a muchos jóvenes de mi barrio y que les marcaron de por vida. Gracias al Ramón Jiménez de Guía (presidido entonces por Salustiano Álamo y el desaparecido Javier Estévez, entre otros muchos de una gran Junta Directiva), en el que tantos talegazos me llevé, pero que también me permitió disfrutar de grandes luchadas y días de gloria para nuestro deporte. Afortunadamente he conocido recientemente que una nueva Junta Directiva ha decidido volver a revitalizar este equipo histórico del norte de Gran Canaria.

Aunque no todo fue aporrear teclados, porque entre otras cosas también me tocó sufrir y disfrutar del mar. Aún recuerdo, como si fuese ayer, los amaneceres mientras navegaba. De las cosas más hermosas que he podido disfrutar en esta vida. Que a uno le paguen por hacer lo que le gusta es de las cosas más gratificantes que no todo el mundo ha podido sentir. Pude disfrutar como nunca -a pesar de la dureza- durante doce años. Dureza y responsabilidad nunca me amilanaron. Cuanto lo echo de menos…

Afortunadamente he podido afrontar nuevos retos y superarlos aceptáblemente y aún pienso afrontar algunos más, si la salud me respeta…

Creo sinceramente que el trabajo dignifica, pero no cualquier trabajo, sino el trabajo bien hecho. No sólo el que favorece a la empresa para la que trabajas, que también, sino el que hace la vida más fácil a tus compañeros y crean un auténtico ambiente de cordialidad, teniendo en cuenta que muchos pasamos más tiempo en el trabajo que en casa, o al menos la mitad del tiempo.

Pasada la frontera de los cincuenta, con manos de pianista y con el pelo cada vez más escaso y blanco seguimos teniendo arrestos para unas cuantas embestidas de la vida. Por el camino nos haremos acompañar por quien nos valore y nos estime, dándolo todo en cada momento y poniendo la cara, aunque a veces nos la partan. La vida es así… No podemos estarnos reservando. Algunos se reservan tanto que cualquier día se van a morir en el reservorio.

Con las manos encallecidas o de pianista, la vida no deja de enseñarnos y recordarnos lo que somos y de donde venimos. Ser consecuente con nuestros orígenes, sin renunciar a todos los desafíos que se nos presenten (grandes o pequeños), pero con los pies en el suelo. Hasta que no nos llegue la hora final estaremos aprendiendo, estaremos evolucionando y creciendo como personas.

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