viernes, 14 de octubre de 2022

Carta a una hija, por Paco Vega

 

Desde que llegaste al mundo, hace ya algunos años, siempre supe que nos unía una conexión muy especial, más allá de la lógica paterno-filial. Recuerdo en aquellos lejanos años en el País Vasco, lugar en el que llegaste a la vida, casi siempre esperabas a mi llegada del trabajo para dormirte en mis brazos. Tu madre me decía nerviosa que no parabas de llorar, que no dormías y tampoco había forma de tranquilizarte. El caso es que nada más tomarte en brazos para tumbarme contigo sobre aquellos sillones que juntábamos a modo de sofá, sobre mi pecho te serenabas y te dormías plácidamente en apenas unos minutos. Tu madre casi se indignaba al comprobar tu comportamiento conmigo cuando entrabas en un plácido sueño de forma natural. Ver aquella carita disfrutar del más dulce de los sueños era para mi la mayor recompensa a una larga jornada laboral, con todos los duros condicionantes que en aquella época vivimos allí y que afortunadamente ya pasaron a la historia. Ahora miro hacia atrás y se me ponen los pelos de punta por mi “temeridad”. Yo tenía entonces veinticuatro años y tu madre veintitrés; dos niños apenas, comenzando a vivir, solos en aquel País Vasco de entonces; pero las circunstancias eran las que eran y había que seguir adelante, pero insisto, ahora me echo manos a la cabeza recordándolo.

Luego siguieron otros traslados y destinos, quizás demasiados. Yo me consolaba pensando que aquella experiencia de vida te haría mucho más fuerte de cara al futuro, perdiendo el miedo a viajar si algún día te veías en la necesidad de explorar otras tierras por motivos laborales.

Empezaste a hablar muy pronto, y con ello nos dejabas en evidencia a cada momento por tus indiscreciones. Las mujeres -especialmente- se acercaban a ti para hacerte las típicas carantoñas diciéndote lo guapa que eras y preguntándote por tu nombre, a lo que tu respondías con todo un alegato explicándole a todo el mundo cómo te llamabas, dónde habías nacido y a qué se dedicaba tu padre. La discreción no era tu fuerte… Apenas despegabas un par de palmos del suelo y ya eras una “escopeta dialéctica”. Siempre fuiste muy habladora.

El caso es que nuestra sintonía se fue afianzando con el paso de los años. Yo procuraba satisfacer, con atención y cariño aquella curiosidad innata que desde muy pequeña mostrabas por todo lo que te rodeaba; y claro está, atendías embelesada todas mis explicaciones sin pestañear. Una vez en Málaga -sentados en el viejo Seat Ronda- mientras esperábamos por tu madre me preguntaste: Papá, papá “¿Cómo funciona el motor del coche?” (tenías 3 o 4 años), a lo que yo te respondí de forma muy somera, acorde con tu edad. Pero poco satisfecha con la explicación insististe: si si, pero “¿cómo funciona por dentro?” Yo ahí me quise morir porque, a ver cómo le explicas a una niña de tres o cuatros años el funcionamiento de un motor. El caso es que tiré de todos mis recursos mentales y dialécticos para la difícil tarea de responder a una niña de tu edad a semejante pregunta. Menos mal que al menos conocía la teoría y por tu respuesta creo que te convencí. El caso es que al terminar mi explicación me dijiste: “papá ¿como sabes tú tantas cosas?”…

De vuelta a Canarias era muy gracioso escucharte hablar con aquel acento andaluz que habías adquirido en Málaga, como “esponja” que eras, mientras tus compañeros te escuchaban extrañados. Tres años a esas edades dan para mucho en un niño. Al poco ya lo habías perdido. Estoy seguro que de haber permanecido en el País Vasco hoy hablarías euskera con total normalidad.

Seguiste creciendo, estudiando y te aficionaste a la lectura como tu padre, hasta tal punto que hoy en día tu biblioteca duplica con creces la mía. Tuviste que superar la dolorosa separación de tus padres en plena adolescencia, con lo que eso significó, pero a pesar de todo, con mil obstáculos y otras tantas complicaciones te convertiste en la mujer que eres hoy en día, inteligente, luchadora e independiente; y no es pasión de padre. Una mujer que ha sabido reinventarse después de las múltiples zancadillas que te ha puesto la vida. Una mujer de la que estoy muy orgulloso y que hoy, estoy seguro, conseguirá todo lo que se proponga y más.

Y mientras tanto a tu padre se le seguirá cayendo la baba, como cuando eras un bebé, que siempre esperabas a dormirte sobre mi pecho al llegar a casa…

Tu padre que te quiere Tami.




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