domingo, 31 de marzo de 2013

LA PLUTOCRACIA AL DESCUBIERTO

Las decisiones políticas impuestas recientemente a los ahorradores bancarios en Chipre y a los accionistas de Bankia en España, muestran como el poder instituido actúa ya solo a conveniencia de los muy ricos, la plutocracia global. Obtenida, de facto, la pérdida de la soberanía política y financiera de los Estados, la “dictadura de los mercados”, que representa los intereses de ese 1% de la población del planeta, es la única autoridad a la que sirven las actuales élites de poder. Por eso, aún en estos tiempos de precariedad social y depresión económica sigue prevaleciendo la movilidad irrestricta para las empresas multinacionales, el libre movimiento de los grandes capitales y la deslocalización de las actividades económicas.

Con el hundimiento del Casino financiero a primeros de siglo, ya se entrevió el alcance del abuso perpetrado por estas cúpulas dirigentes: el sistema económico estaba en metástasis por la avidez y temeridad de sus protagonistas y la desidia e irresponsabilidad de sus controladores. Y ello, tras haber provocado en las anteriores décadas de “financiarización de la economía”, la mayor transferencia la riqueza -de los Estados, las pequeñas y medianas empresas y la sociedad civil- a manos privadas de toda la historia.

Este desposeimiento se inició a finales de los 70, eliminando el referente material de valor del dinero, con el abandono del patrón oro; continuó con la ingente creación privada de dinero “fiduciario” -basado solo en la confianza-, promovida por la banca en sus actividades crediticias; y llegó a su cénit con la generación exponencial de riqueza especulativa, desvinculada de toda correspondencia con bienes, mercancías o servicios del mundo real. Pero nada parece ser suficiente para saciar el apetito del lucro privado, incluidos la estafa generalizada y el expolio suicida.

Aún así, la Gran Crisis de los más ricos de 2008 se transmutó, rápidamente, en un empobrecimiento generalizado. Con el decidido apoyo de las jefaturas gubernamentales, el fallido privado se trocó en deuda pública. Tras el colapso del crédito, primero cayeron multitud de empresas y de empleos; después, con los rescates, las Administraciones públicas entraron en números rojos, en recortes y en el abandono de sus responsabilidades sociales; a continuación, la clase media –antaño, el soporte del capitalismo y la amortiguadora de sus injusticias- ha sido sometida a grandes pérdidas con fuertes restricciones a sus ingresos. Ahora, la sangría llega a los propietarios de las acciones bancarias en Bankia y a los grandes ahorradores locales en Chipre. Este despiadado juego es solo para los de más arriba, los que dictan las normas al resto y los que se las saltan, cada vez que les conviene.

Pero la tiranía plutocrática, ahora planetaria, está muy lejos de ser una gobernanza, ni siquiera un orden económico. Es un mero mecanismo, sin cabeza, de opresión generalizada, una sofisticada, poderosa y vacía explotación hacia ninguna parte. Porque la élite de los multimillonarios no conforma una república de dirigentes y los méritos no tienen nada que ver con su estatus. No hay ni concordia, ni excelencia en ella, solo enormes sumas de posesiones y privilegios en competencia. Y cortas miras y bajas pasiones, las de poseer sin mesura y mandar sin límites.

Liberarse de toda plutocracia siempre ha sido lo más justo para cualquier humanitarismo demócrata. Ahora es, además, lo más necesario para la mera supervivencia. Es preciso actuar sin dilación, pues la poderosa y omnipresente tecnología actual amplia velozmente los desastres sociales y ecológicos de esta deriva depredadora y biocida, comprometiendo, ya a corto plazo, la viabilidad civilizatoria de la humanidad.

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