Son lo mismo. Al menos eso señalan repetidamente muchos en las redes sociales. PP=PSOE. O, si lo prefieren, #PPPSOE. Se les responsabiliza por igual de todo lo que está pasando y se plantea la necesidad de su completo hundimiento en las urnas, del fin del bipartidismo, para aspirar a un verdadero cambio, a la superación de los males de esta democracia maltrecha y cuestionada, para avanzar hacia una sociedad más participativa y justa.
En los comicios generales del 20 de noviembre de 2011, hace apenas dos años,PP y PSOE lograron conjuntamente más del 73% de los sufragios, con una aplastante ventaja de 16 puntos a favor de los conservadores.
Hoy las encuestas dicen otra cosa bien distinta. La última, la de Metroscopia para El País, les da el 65,5%, casi ocho puntos menos, con los socialistas 1,5 puntos por delante. Pero la gobernabilidad, con los actuales datos, sigue pasando por uno de ellos con apoyo de varias formaciones (estatalistas y nacionalistas, de derechas e izquierdas), asunto bien complejo; o por ambos, a la alemana, lo que sería completamente novedoso en España, y supondría ahondar en las actuales recetas políticas.
Eso ocurre, pese al significativo retroceso de su peso en las preferencias ciudadanas; por las ventajas que otorga la vigente ley electoral a los partidos más votados, cierto. Pero también por su enorme distancia en expectativa de voto respecto a las alternativas de carácter estatal (IU, 12,5%, y UPyD, 7,3%, según la encuesta de Metroscopia) que juntas apenas llegarían al 20%.
Y, asimismo, a la realidad de un Parlamento muy fragmentado, con más fuerzas políticas que hoy y con más diputados que no son de los dos grandes partidos que han venido alternándose hasta ahora en el Poder. Algo que puede ser aún más beneficioso para los dos grandes partidos con el surgimiento de nuevas ofertas electorales, como el caso de Vox, ubicado a la derecha del PP, o Podemos, a la izquierda de IU.
Más débil
El bipartidismo que ha marcado la vida política española de los últimos 35 años parece, en efecto, mucho más débil. Pero creo que se equivocan los que se apresuran a enterrarlo. Al menos si hacemos caso a la práctica totalidad de los estudios sociológicos publicados.
¿Hay coincidencias entre las dos grandes formaciones políticas? Si hacemos caso a algunas actuaciones de los últimos años encontramos lugares de confluencia. Especialmente negativa la que supuso su pleno entendimiento para reformar la Constitución con nocturnidad y alevosía para imponer el cumplimiento de los deberes sobre la deuda y el déficit por encima del funcionamiento de los servicios públicos y, en definitiva, el bienestar de la gente. Asimismo, la debilidad frente a la banca o ante las poderosas eléctricas y el uso de las puertas giratorias de muchos de sus ex dirigentes. Seguramente, también, en muchos aspectos de la política internacional, como el muy cercano olvido de los derechos del pueblo del Sahara. O en su rechazo al derecho a decidir.
¿Son iguales las propuestas de ambos partidos? No, si analizamos aspectos como la educación y la igualdad de oportunidades, la universalidad y gratuidad de la sanidad, la atención a las personas con dependencia, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres o las libertades públicas. Muchas de las contrarreformas que viene aplicando el PP, desde el copago a la exclusión de colectivos de la sanidad pasando por el aborto lepeniano o las barreras que dificultan o imposibilitan la permanencia en la Universidad de personas sin recursos económicos, rompen con avances impulsados por gobiernos socialistas. También, respecto a la TV pública: es enorme la diferencia en la pluralidad de los informativos de la era Zapatero a los muy manipulados de hoy. O respecto al fin de la violencia de ETA, mérito de muchos, pero que Zapatero logró encauzar frente al electoralismo y, en muchas ocasiones, la mezquindad del PP, que ahora se mantiene en esta fase final del proceso.
Decepción
La socialdemocracia anda desorientada, aquí y en París; y su derrumbe electoral no está siendo sustituido por opciones situadas a su izquierda, sino por el crecimiento del populismo racista y xenófobo. Sus políticas económicas cuando acceden a los gobiernos se diferencian poco de las liberales. Y, no es menos importante, mientras la derecha parece responder más fielmente a lo que esperan sus votantes, la izquierda socialista suele decepcionarlos con mayor frecuencia y dejan pasar las oportunidades, como ha sucedido respecto a los privilegios, económicos y educativos, de la Iglesia Católica, que no fueron capaces de eliminar ni con Felipe ni con Zapatero. O a la evolución del modelo autonómico hacia un estado federal, ahora repescado ante la desafección de Cataluña.
Los socialistas han perdido mucha credibilidad. Tienen muchas responsabilidades en su actual situación, en la que pese a los desmanes económicos y sociales de la derecha (reforma laboral, congelación de las pensiones, recortes educativos y sanitarios, práctica eliminación de la ley de la dependencia, retrocesos en los derechos de las mujeres…) no logran despegarse, diferenciarse nítidamente ni entusiasmar electoralmente.
El problema del PSOE no es exclusivamente de liderazgo, de cartel electoral. Ni su solución pasa solo por la elección en primarias de la persona que tratará de alcanzar la Presidencia del Gobierno. Los socialistas precisan un profundo cambio si quieren ser, de verdad, un instrumento de transformación social. Pero, sin obviar la crítica ni dejar de señalar sus muchas responsabilidades y errores, ni en las callejeras movilizaciones ni en este ni en otros textos, caeré en la tentación de utilizar el #PPPSOE.
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