miércoles, 19 de octubre de 2016

El derecho a la vida, por Paco Vega.

Fotografía de Juan Medina
A las 21:30 horas del pasado domingo día 16 de octubre, regresó el programa Salvados con el documental 'Astral', grabado en el Mediterráneo con la ONG ProActiva Open Arms. Contaba el drama de los que quieren llegar a Europa cruzando el mar. Una historia de supervivencia que remueve la culpa de la inacción y de los que no quieren mirar.

Así se presentaba el programa de la Sexta que removió en mi interior cientos de recuerdos e historias que viví en primera persona relacionadas con la rescate de inmigrantes en nuestra tierra canaria (y que nunca he contado públicamente).

Por lo que respecta a esa etapa de mi vida en la que el rescate de ciudadanos venidos del continente africano ocupaba la mayor parte de mis funciones, recuerdo los penosos inicios en Fuerteventura, con una dotación de materiales poco adecuada (luego se mejoraron) y poca experiencia en el rescate de personas. Aún así, con mucha voluntad, esfuerzo personal y grandes dosis de profesionalidad conseguimos depurar la técnica para que los errores fuesen mínimos.

Al ver en el documental de ayer el incidente que aconteció en uno de los rescates -con caída de personas al agua- cuando las condiciones del mar en aquellos momentos eran inmejorables, me recordó las penosas circunstancias en las que durante todos esos años tuve que realizar cientos de rescates de inmigrantes en las costas canarias. Pocas veces se dieron tales circunstancias bonancibles, es decir, con la mar en calma y a plena luz del día. Los rescates de las pateras (que era el tipo de embarcación que durante aquellos años llegaba a las costas de Fuerteventura y Lanzarote 1.999-2.005) se desarrollaban en multitud de ocasiones de noche y con el mar en muy mal estado, en ocasiones muy lejos de la costa. Las embarcaciones eran de madera, muy frágiles y con capacidad para no más de cinco o seis personas, pero que venían abarrotadas con cuarenta o cincuenta, a veces más; con las condiciones de navegabilidad al límite y embarcando agua continuamente.


Con esos antecedentes pueden hacerse una idea de las “condiciones límite” en la que estos rescates eran realizados. Situaciones muy duras, de máxima tensión, de mucha responsabilidad, en mi caso como patrón del barco rescatador, siendo plenamente consciente en todo momento de que la vida de esas personas estaba en nuestras manos. Sabíamos que si llegaban en esas condiciones a la costa el desastre estaba servido. La mayoría de los naufragios con cantidad de muertos y desaparecidos así lo fueron durante aquellos años, en la costa. Durante el abordaje, el patrón de la patera pocas veces facilitaban la maniobra e intentaba darse a la fuga, en el conocimiento de dar con sus huesos en la cárcel en caso de ser detenido, por lo que primero intentaban huir y luego pasar desapercibido mezclándose con el grupo, dejando la embarcación sin gobierno en el momento de nuestra última aproximación y por consiguiente máxima complicación de la operativa de rescate. En esas condiciones y sumando todos los factores de riesgo que aquí relato no será difícil hacerse una idea de la dificultad de este tipo de rescates. Situarse junto a una patera a la que quintuplicas en envergadura sin abordarla, y mantenerla lo más estable posible mientras se realiza el trasbordo de personas con la mar en pésimas condiciones, con olas de dos y tres metros, es una tarea de máximo riesgo y complicación que sólo los que han podido vivirlo conocen bien.

En ocasiones el pasaje de las pateras venía formado por mujeres y niños de corta edad. En otras, aunque fuesen todo hombres tenían las fuerzas tan mermadas que prácticamente había que subirlos en volandas a nuestra embarcación, puesto que no tenían fuerzas ni siquiera para colaborar en la maniobra de su propio salvamento. Las tripulaciones nuestras casi siempre muy mermadas de personal, con cuatro o cinco miembros (uno de ellos el patrón), con lo que sólo disponíamos de tres o cuatro pares de manos para atender al rescate de tanto pasaje humano, trabajo y vigilancia.

Tengo que reconocer que en muchos de los momentos vividos la tensión era máxima, tensión que no desaparecía hasta que no los teníamos todos a bordo y en condiciones de seguridad. Cuando la mala mar era muy dura dicha situación no se disipaba hasta tocar puerto. El mar es muy duro, pero la responsabilidad de tantas vidas humanas lo es aún más. Recuerdo que en ocasiones se nos amontonaba el trabajo y teníamos que embarcar el pasaje de más de una patera. No era el momento de valorar condiciones ni capacidades de carga de nuestra propia embarcación, nadie lo hacía, la alternativa simplemente era la muerte para aquellas personas.

El sufrimiento de estas personas, que literalmente se juegan la vida y que en muchos casos han realizado el viaje en muy duras condiciones de mar, sin alimentos ni agua era tremendo. Las ropas mojadas, los cuerpos al borde de la hipotermia y agarrotados por el largo trayecto en la misma posición dentro de la barquilla. Indescriptible situación que sólo está dispuesto a vivir el que ha perdido toda esperanza de vida en su lugar de origen.

Recuerdo que en aquellos tiempos se hablaba mucho en los medios de comunicación de los barcos nodrizas. Se decía que era imposible que estas frágiles embarcaciones pudiesen realizar el trayecto desde el continente africano. Nosotros nos sonreíamos entonces al leer dichas opiniones, porque a la vista estaba que si lo hacían. Las condiciones físicas mermadas, los restos de alimentos y bebidas encontrados en las pateras después de desalojarlos de las mismas, así como los bidones de gasolina empleados en el trayecto indicaban justo lo contrario. Nunca sabremos realmente las miles de personas que perdieron su vida en el intento y que nunca pudimos rescatar.

Me llevo en mi mochila de vida y experiencias la certeza de no haber realizado las cosas del todo mal, puesto que nunca se me ahogó nadie en mis seis años de rescate en aguas canarias. (ni en las costas andaluzas y baleares en las que también tuve la oportunidad de navegar). Aquellas caras, mezcla de miedo, esperanza y agradecimiento no se me olvidarán nunca.

Siento ahora cierto pudor al contar públicamente estos hechos -aunque ya hayan pasado 11 años desde mi retiro-, pero a mis compañeros del Servicio Marítimo de La Guardia Civil y a mi sólo nos queda la satisfacción del deber cumplido y la certeza de que en más de una ocasión nos jugamos la vida en aquellas operaciones de rescate, imposibles de resumir en un par de folios. Ahora todo aquello sólo queda en nuestro íntimo recuerdo y quiero pensar que en la memoria y el agradecimiento de las personas rescatadas.

Volviendo a la actualidad del reportaje del domingo sólo añadir que, no cabe duda del valor y la generosidad de los hombres del Astral, que se embarcaron en esa aventura en el mediterráneo de forma voluntaria y que han conseguido ya rescatar a miles de seres humanos de una tragedia más que segura.

No puedo dejar de poner en valor el mérito del periodista (Jordi Ébole) que fue capaz de entregar todo el protagonismo durante el reportaje a los principales actores de la aventura (los rescatadores y los rescatados), manteniéndose siempre en un intencionado y buscado segundo plano. Sólo los grandes del periodismo hacen ese tipo de cosas.

Ojalá que programas como este sirvan realmente para despertar las apagadas mentes y tomar conciencia del drama humano que viven millones de personas en todo el mundo.

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