Llevo
mucho tiempo queriendo hablar de LA EDUCACIÓN (con mayúsculas),
pero no de las leyes, que por cierto llevamos siete en estos cuarenta
años de democracia, sino de lo que debería ser la esencia de la
Educación pública.
Sé
que probablemente no soy la persona más apropiada para hablar de
educación y quizás deberían pronunciarse los que saben de la cosa,
es decir, los profesores. Pero bueno, como a mi me gusta hablar de
todo lo que considero importante no puedo dejar atrás un tema que a
mi me parece fundamental.
La
polémica viene dada por la monolítica opinión de la derecha de
este país en repetir machaconamente lo de responsabilidad, mérito y
capacidad en cuanto se nombra la educación pública. Y claro, yo me
quedo pensando si esa debe ser la única vara de medir.
La
conclusión es que no, que está muy bien la cultura del esfuerzo y
el mérito pero, ¿sabemos de qué edades estamos hablando…? Cuando
nos referimos a un periodo extenso en la vida de nuestros niños y
jóvenes, que va desde la más tierna infancia hasta la juventud,
pasando por la controvertida adolescencia, hay que masticarlo
despacito para no atragantarnos con el bocado, especialmente si
tenemos en cuenta esta etapa tan crítica y decisiva en la vida de
los chicos. Yo prefiero hablar de IGUALDAD DE OPORTUNIDADES, pero
teniendo claro que la igualdad de oportunidades no significa tabla
rasa para todos. La educación pública bien entendida significa eso,
que se dan las mismas oportunidades, tanto al más avispado como al
más “despistado” de la clase. O acaso nadie ha conocido a chicos
que siendo mediocres durante su educación primaria o secundaria
acaban estudiando carrera o siendo profesionales de prestigio. O al
contrario, chicos que prometían mucho y con notas muy brillantes que
al llegar a la “edad crítica” se malograban amargamente.
Pues
eso, que hablar de sacrificio sin conocer los dramas humanos que hay
en cada casa es hablar por hablar. Dictar sentencia sobre el
esfuerzo, ignorando el volcán de contradicciones, inseguridades y
complejos que fluye en una cabeza adolescente es muy atrevido. Que
los planes de estudio, itinerarios y los ciclos académicos deben
realizarse pensando en los chicos inseguros, otras veces prepotentes
e ignorantes, y la mayor parte del tiempo desnortados sobre el mundo
que les espera y sus potencialidades. Por eso es tan importante que
existan segundas y terceras oportunidades, para que siempre haya un
vagón al que subirse a última hora, una alternativa posible que sea
balsa salvavidas de los errores adolescentes y de conflictos
económicos y familiares de todo tipo. No podemos pasar por alto que,
un chico con problemas en casa puede estar dedicando mucho más
esfuerzo que otro que aprueba y sin embargo fracasar en el intento.
¿Acaso hace falta explicar esto? Familias rotas, con problemas de
alcoholismo y drogas o con graves problemas económicos.
Seguro
que muchos de los adultos que ahora se muestran tan estrictos y
cuadriculados con los chicos, fueron en su adolescencia y juventud
rescatados de última hora. Pero claro, “el gallo no se acuerda de
cuando fue pollo” y así nos va. Claro que de esto nada saben los
que han tenido una vida regalada y llena de oportunidades, de donde
vienen los políticos que ahora hablan de esfuerzo y sacrificio.
Esfuerzo si -dirán ellos- pero en los demás, en los que no se
pueden permitir un error porque descalabran academicamente. Eso, y
que todas las barreras son para la educación pública… No podemos
olvidar que las clases pudientes tienen segundas, terceras y cuartas
oportunidades. Estos tienen clases particulares, de refuerzo y
contra-refuerzo, profesores de apoyo y academias con las que las
clases trabajadoras no pueden ni soñar por falta de recursos.
Y
hablando de barreras podemos visualizar unas cuantas en la última
reforma educativa de este gobierno. Por lo pronto miles de
estudiantes han tenido que tirar la toalla en su intento de aspirar a
la educación superior por la carestía de las matrículas, las más
caras de Europa. La duración de las carreras se ha recortado (dicen
que es exigencia europea) y aumentado los másters. Con lo que antes
un licenciado era un licenciado, con todas las de la ley, pero ahora
se obtiene un grado, para luego completar la formación con diversos
másters de especialización, sin los que no eres nadie en el cada
vez más menguado y exigente mundo laboral, en el que también hay
que competir en “desigualdad de oportunidades”. Pues precisamente
esos másters no son nada baratos y se convierten en otra barrera más
para las clases trabajadoras que no pueden acceder a ellos. Antes
eran optativos y ahora son prácticamente obligatorios. La educación
también se ha convertido en UN NEGOCIO, cada vez más pujante.
Resumiendo
les diré que, en este país en vez de apostar por la formación y
preparación de las nuevas generaciones, dando todo tipo de
facilidades, se dedican a torpedear con leyes ideologizantes y
prejuiciosas para que a los puestos destacados en la empresa y la
administración sólo lleguen los hijos de papá y alguna excepción.
Eso si, convenientemente formados en colegios subvencionados por el
estado, que por otra parte recorta sin miramiento la enseñanza
pública.
Por
eso y no por otra cosa yo grito
en favor de la enseñanza pública, grito en favor de la igualdad de
oportunidades, para que los iguales sean menos desiguales.
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