Bienvenido al mundo de los billetes metidos en sobres, bolsas de plástico y cajas de zapatos. En este mundo, ayer mismo, escuché decir a un tertuliano que esos billetes eran de “dudosa procedencia”. Y recordé un viejo cuento: el de un miembro de un prestigioso círculo mercantil que pretendía entrar a una fiesta en la sede de ese club acompañado de dos prostitutas. Ante la negativa del portero, que argüía que aquellas dos señoritas parecían ser de “dudosa moral”, el calavera respondió: “No, estas dos muchachas son putas. De dudosa moral son las que están ahí dentro”.
Todo esto viene a cuento de que me niego a regalarle la presunción de inocencia a ninguno de los sinvergüenzas que han participado en este expolio: ni políticos ni empresas ni intermediarios ni medios de comunicación. Todo aquel que saca dinero de este país o permite que alguien de fuera venga a sacarlo o lo permite a cambio de participar de las migajas es enemigo de España, aunque luego venga con su banderita, su desfile de las Fuerzas Armadas y su constitucionalismo de garrafón a llenarse la boca con solemnidades huecas, sus amnesias generales y sus defensas de las instituciones cuyas sedes llena de estiercol.
Piénsalo: no se merecen nada. Porque te engañaron.
Te engañaron.
Unos decían defender España, su soberanía, su unidad, su decencia. Prometían reformas que acabaran con los desmanes. Te invitaban a dejarlo todo en sus manos, porque ellos sí-sabían-lo-que-debían-hacer. Otros ocultaban sus rostros, pero sembraban el país (y lo que no es el país) con sus logos, sus anagramas, los nombres comerciales de sus grupos empresariales. Algunos, seguramente, permanecían aún más en la sombra, en sus mansiones suburbiales. Acaso eran los mismos que bajaban de cuando en cuando a la Milla de Oro para intercambiar bolsas de dinero en efectivo con maleantes chinos. Hoy por hoy ya me lo creo todo. Había varios, sí, que daban la cara, acaso excesivamente, desde sus tribunas mediáticas, voceando contra viejos monstruos que ya no dan miedo, contra la iniquidad de sindicatos y demás agresores de la patronal y contra la supuesta desidia de los funcionarios, en una frenética orquesta de bombos y platillos cuyo ruido acallara el frufrú que hacen los billetes de quinientos al cambiar de mano.
Pero te engañaron. Ellos, que veían enemigos de España por todos lados, llevan años saqueándola desde todos los puntos de vista (económica, social y hasta espiritualmente) o poniéndoselo fácil a otros para que hagan lo propio. Mientras criminalizaban a los parados, a los perroflautas, a los funcionarios, a los trabajadores que se negaban a tolerar el abuso, a todos aquellos que reclamaban justicia y democracia (porque para ellos solo existe la democracia liberal, esa que proporciona libertad para depredar impunemente), negándoles toda legitimidad (porque para ellos la única legitimidad es la de unas urnas amañanas por las listas cerradas y un sistema electoral absurdo) iban dando mordidas al Estado, contrayendo en tu nombre deudas infames y pasándose cajas de zapatos preñadas de billetes.
Hoy sus nombres aparecen en la prensa. Hoy comienza a haber evidencias de lo que nos olíamos hace mucho. Y sabemos (no está probado en sede judicial, pero cuando veo un líquido blanco saliendo de una vaca no hay dios que me convenza de que no es leche) que tras el auge de determinados grupos empresariales había juego sucio (esas corporaciones no dan nada a cambio de nada y a estos individuos les dieron mucho). Que tras las privatizaciones había (era imposible que no hubiera) algo podrido. Que se llevaban dinero (mucho dinero) cada vez que daban negocio a costa nuestra (y me es indiferente que hayan declarado a Hacienda el contenido de sus sobres; a nadie se le esconde que es precisamente así como se blanquea el dinero: introduciéndolo en el sistema). Que en el desmantelamiento paulatino del Estado había trampa.
Mientras veías el fútbol, mientras flipabas con Nadal, mientras soñabas con comprarte esa casa que ahora estás a punto de perder, te engañaron. Me engañaron. Nos han engañado a todos. Pero hay un proverbio que dice: La primera vez que me engañes, la culpa será tuya; la segunda, será mía.
Así que ahora que las cosas van quedando claras, o, antes bien, ahora que sabemos que estaban muy turbias, me niego a regalarle la presunción de inocencia a estos individuos y grupos, que llamaban “chorizos” a quienes sacaban comida de los supermercados para dársela a quienes la necesitaban, mientras ellos sacaban la riqueza de este país y se la llevaban a sus paraísos fiscales.
Soy ciudadano de este país y no quiero pactos inútiles ni comisiones de investigación estériles ni ver las declaraciones de IRPF en las que los trepas declaraban el dinero que nos habían robado a todos. Lo que quiero son dimisiones.
Porque yo formo parte de este pueblo y ellos son enemigos de este pueblo. Y, al enemigo, ni agua.
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