La cumbre del clima de Doha (Qatar) ha
resultado un fiasco. Una decepción que se suma a la de las
realizadas en Montreal, Bali, Copenhague, Cancún o Durban. Era de
esperar. No auguraba nada bueno su celebración en uno de los países
más contaminantes del mundo. A última hora se pudo conseguir
prorrogar Kioto hasta el año 2020, pero en el camino se fueron
descolgando Japón, Canadá y Rusia y ni se dejaron ver Estados
Unidos y China, que emiten el 45% del CO2 mundial. En 1997, cuando se
aprobó el primer tratado se sumaron el 45% de los países y ahora,
en esta última cumbre, apenas se comprometen un 15% (la UE,
Australia y una decena de pequeños países como Suiza y Noruega).
Mientras el objetivo inicial era reducir en un 5,2% la generación de
dióxido de carbono, lo cierto es que en la actualidad ha aumentado
en un 2,6%. Detrás, como siempre, una cruenta batalla entre las
grandes potencias económicas y los países emergentes que no quieren
perder supremacía o pretenden luchar para alcanzar las mismas cotas
de riqueza.
Desde hace varias
décadas se nos viene advirtiendo de que la deriva suicida del
planeta parece no tener fin. Un amplio plantel de científicos,
respaldados por el Club de Roma, confeccionó un estudio en 1972
(“Los límites del crecimiento”. Y después vendrían “Más
allá de los límites del crecimiento” en 1991 y “Los límites
del crecimiento 30 años después”) que avisaba de los riesgos de
agotamiento de un planeta finito. El Fondo Mundial para la
Conservación de la Naturaleza, el Panel Intergubernamental para el
Cambio Climático (IPPC), el Panel para la Sostenibilidad Global,
Objetivos del Milenio 2015 y tantos otros no paran de advertirnos que
si continúa el deterioro al ritmo actual el planeta no será capaz
de sostener la vida del modo que la conocemos. Que corremos el riesgo
de un colapso repentino si no somos capaces de cambiar los
fundamentos en que se basa el modelo económico actual.
Pero los informes
no dejan de sucederse. Hace apenas un mes la Organización
Meteorológica Mundial nos alertaba del incremento de dióxido de
carbono, metano y óxido nitroso -principales causantes del
calentamiento global- que permanecerán
en la atmósfera durante siglos y que la concentración de CO2 es un
140% superior a la de la era preindustrial. La Agencia Europea de
Medio Ambiente acaba de difundir el informe “Cambio Climático,
Impactos y Vulnerabilidad” en el que concluye que la última década
fue la más calurosa jamás registrada en el Viejo Continente. El
Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), en su
informe GEO-5 advierte sobre cambios “sin precedentes” en la
Tierra y sostiene que los compromisos actuales no bastan para frenar
el proceso de deterioro. Price Watherhouse ha publicado recientemente
un estudio que nos dice que la meta de frenar una subida mundial de
dos grados de temperatura es irreal: para revertir esta situación la
economía mundial debería reducir un 5,1% anual la intensidad
energética.
Y podría seguir citando y citando a
investigadores y organizaciones medioambientalistas y ecologistas
mundiales que nos enumeran repetidamente los riesgos de la voracidad
en el consumo de los recursos y del crecimiento sin fin en los que
estamos instalados, pero quiero detenerme en el último informe del
Banco Mundial, nada sospechoso de ecosocialismo. En su publicación
“Bajemos la temperatura: Por qué se debe evitar un planeta 4ºC
más cálido”, se concluye que los escenarios de cuatro grados
centígrados de aumento de la temperatura son devastadores:
inundaciones en las ciudades costeras; aumento de la malnutrición
por los riesgos relativos a la producción de alimentos; olas de
calor sin precedentes; considerable aumento de la escasez de agua en
muchas regiones; aumento de la frecuencia de los ciclones tropicales
de gran intensidad y pérdida irreversible de la biodiversidad;
riesgos muy serios relativos a la vida humana en torno a los
alimentos, el agua, los ecosistemas y la salud y perturbaciones y
desplazamientos masivos.
Para profundizar más en todo esto y en
sus nefastas consecuencias para la humanidad y la naturaleza les
recomiendo la lectura de “Guerras climáticas. Por qué matamos (y
nos matarán) en el siglo XXI”, de Harald Welzer, editado en Katz.
Para el autor (me detendré mas en este texto en otra ocasión)
estamos ante el renacimiento de viejos conflictos de fe, violencia,
clases, recursos y de la erosión de la democracia. Aumentará el
número de personas que morirán de hambre o de sed y se
incrementarán los conflictos bélicos ocasionados por las disputas
por la posesión de los recursos. Al cambio climático se suma la
sobreexplotación de los medios de subsistencia (la pesca, el suelo,
el agua…). Welzer plantea un cambio cultural que permita salir de
la lógica mortal del crecimiento incesante y el consumo ilimitado
sin que eso tenga que experimentarse necesariamente como una
renuncia. Las consecuencias “no solo cambiarán al mundo y
establecerán condiciones diferentes a las que conocimos hasta ahora;
también constituirán el fin de la Ilustración y su idea de
libertad”.
En unas declaraciones a José Andrés
Rojo, en Metrópolis, el sociólogo y politólogo alemán afirma que
“lo que no sirve ya es el modelo de sociedad. Y si fuimos nosotros
los que lo creamos, nos toca a nosotros desmontarlo. A cada uno de
nosotros. Hace falta cambiar de enfoque, desarrollar otra manera de
vivir, otra economía, otra manera de mirarnos. Es una
responsabilidad ineludible”.
En EEUU el huracán Sandy ha hecho que
las autoridades de Nueva York hayan pedido medidas urgentes sobre el
clima, venciendo al negacionismo financiado por los grandes
oligopolios energéticos ligados al gas y al petróleo. Viniéndonos
más cerca, según un grupo de científicos reunidos en Canarias en
el pasado mes de octubre, existe el temor a que el aumento de las
temperaturas afecte a la vida isleña, destacando la presencia de
peces y algas de aguas más cálidas en los últimos años. También
esta misma semana el Instituto Español de Oceanografía nos ha
demostrado que la temperatura del mar de Canarias ha aumentado cuatro
veces más en quince años. Paradójicamente, el secretario de Estado
de Medio Ambiente español, Federico Ramos, ha declarado
recientemente -muy en la línea de FAES y de Aznar que participa de
un poderoso centro de pensamiento negacionista internacional- que el
conocimiento científico sobre el cambio climático “es incierto”.
Por eso se le ha dado un hachazo a las renovables para seguir
profundizando en la dependencia energética española del exterior
(casi en un 80%) y en el consumo de las energías fósiles impuestas
por los cárteles locales e internacionales y se huye de la
eficiencia y el ahorro necesarios. Y no se le puede echar la culpa de
esto a la crisis. Es otra cosa. Se trata de ideología
ultraconservadora pura y dura.