lunes, 7 de enero de 2013

Solidaridad mal entendida: humillación y más miseria resulta - por Eloy Cuadra Pedrini

Acaban las Navidades y acaban con ellas las maratones solidarias de comida, juguetes y demás muestras de caridad cristiana disfrazadas de solidaridad. Acaban, y lo hacen con muy mal sabor de boca, al menos para mí, después de ver cómo se iba al traste el proyecto social en el que he puesto tanto en estos dos últimos años, haciendo malo el dicho de “haz el bien y no mires a quien” tras comprobar lo difícil que es ayudar a la gente. Difícil para el que recibe y difícil también para el que da, desde el instante en el que se pierde en la relación la igualdad a favor de uno u otro cuando ambos son en apariencia iguales.
 | 06/01/2013 - 23:47 h.

Acaban las Navidades y acaban con ellas las maratones solidarias de comida, juguetes y demás muestras de caridad cristiana disfrazadas de solidaridad. Acaban, y lo hacen con muy mal sabor de boca, al menos para mí, después de ver cómo se iba al traste el proyecto social en el que he puesto tanto en estos dos últimos años, haciendo malo el dicho de “haz el bien y no mires a quien” tras comprobar lo difícil que es ayudar a la gente. Difícil para el que recibe y difícil también para el que da, desde el instante en el que se pierde en la relación la igualdad a favor de uno u otro cuando ambos son en apariencia iguales.
Me explico, y partimos de la base de que en una relación solidaria justa ambos extremos han de relacionarse en igualdad siempre que se den las condiciones, sin que uno esté por encima y el otro por debajo o viceversa. Así, la persona que recibe la ayuda, no debe, aún estando en precario, mostrarse doliente o dando pena a propósito porque con esa postura se humilla y rebaja en dignidad, tampoco debe aceptar la ayuda como limosna de cualquier manera, porque también de esta forma se humilla y rebaja. Y alguno en este punto dirá: “qué fácil es la teoría, pero el hambre es muy fea”. Cierto, a veces dando pena o rebajándose se consigue despertar el corazón del que tiene para que de algo; pero advierto: esa conducta, prolongada en el tiempo acaba llevando a la persona precaria hasta un extremo en el que la humillación se hace norma, y en ocasiones terminan por olvidar que un día fueron personas con dignidad y derechos y nunca más vuelven a levantarse. En el otro extremo están los que reciben ayuda y se acomodan, y acaban por hacer esclavos suyos a los que les dan, convirtiendo la relación solidaria en una obligación, un compromiso o una carga para los donadores y haciendo de los receptores casi unos déspotas que piden y piden y en ese continuo pedir olvidan que también pueden valerse por si mismos sin necesidad de estar siempre dependiendo de otros. Muestras de esto último lo he vivido en familias que se pasan la vida tocando a la puerta de los Servicios Sociales Municipales, de las ONG y de las plataformas ciudadanas, esperando a que sean otros los que solventen sus problemas, olvidando así que los seres humanos también tienen algo que se llama orgullo, y amor propio, y coraje, y rebeldía, y fuerza interior, y al final siempre la misma palabra: dignidad. Si bien en este punto cabría una matización, dado que en la actualidad, en Canarias al menos, es verdaderamente complicado para una persona sin formación encontrar una salida laboral digna que le permita salir del círculo de la caridad. A todos los que están en esta situación les pido que no se enfaden conmigo, que entiendan aquello de que “en el término medio está la virtud” y cambien un poco la postura de la mano, de abierta y extendida para pedir, a cerrada y con el puño en alto para luchar.

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