A
ver si soy capaz de expresarme con el suficiente tacto para no herir
susceptibilidades, ya que de un tiempo a esta parte a TODOS, parece
ser, nos ha crecido el ombligo de una forma exagerada… Y me
explico:
Ni
policías, médicos, camioneros, panaderos ni autónomos, por poner
algunos ejemplos, estamos bendecidos por la divinidad. No somos el
centro del universo. Todos formamos parte de un gran engranaje
social, cada uno con su parte de responsabilidad, penosidad o
peculiaridad. Todos y cada uno de nosotros hemos llegado a nuestras
profesiones o situaciones laborales actuales por diversas vicisitudes
que nada tiene que ver con la gracia de Dios… En ocasiones porque
era lo que más nos gustaba (odio la palabra vocación porque tiene
una connotación de excelencia profesional que no siempre se ajusta a
la realidad), y en la mayoría de los casos por casualidad o porque
de alguna manera había que ganarse las habichuelas… En alguna
ocasión escucho o leo a algunas personas de determinados colectivos
que, habiendo elegido sus ocupaciones de forma voluntaria, se creen
por encima de los demás o al menos con un plus de sacrificio o
penosidad. Hay que recordar a toda esta gente que, todos los trabajos
u ocupaciones tienen sus especificidades y penalidades, absolutamente
TODOS. Es lícito y legal aspirar a mejorar las condiciones de vida,
laborales o económicas de todo colectivo, pero es evidente que a
nadie regalan el sueldo o los beneficios económicos, y que si en
algún momento a alguien le parece insoportable tanta presión,
siempre puede intentar cambiar de ocupación o situación.
Este
halo de “superioridad moral” lo he venido constatado desde hace
mucho en algunos miembros de las fuerzas de seguridad, un colectivo
al que dediqué veintidós años de mi vida, pero que últimamente lo
vengo observando también en “algunos” de los llamados autónomos.
Un colectivo -este último- al que nadie niega su valía, pero que
acostumbra a criticar sobremanera un marco laboral buscado
voluntariamente. Insisto, nadie niega su aportación al erario
público y a la creación de empleo, pero hasta ahí. Los demás,
incluidos pensionistas y asalariados también contribuimos al erario
a través del IRPF y los múltiples y variados impuestos directos e
indirectos. TODOS, asalariados, autónomos y empresarios asumimos
determinados riesgos. Si nos ponemos “espléndidos” podríamos
decir que el autónomo tiene el riesgo de perder su inversión si le
va mal, aunque si le va bien no tiene límites… El asalariado sin
embargo tiene los mismos riesgos o más que el autónomo, ya que el
empleo es cada vez más precario e inestable, mientras que por mucho
que trabaje y por muy bien que le vaya al empresario, rara vez ve
reflejado en su nómina esa bonanza económica.
No
sería justo continuar sin aclarar que, este país tiene una deuda
pendiente con los autónomos, habitualmente maltratados por las
leyes. En cada campaña electoral vemos promesas para ellos en los
programas de todo signo político, sin embargo año tras año se les
hurtan las medidas que incentiven y favorezcan de forma flexible su
emprendiduría. Esperemos pues que en esta legislatura que acaba de
comenzar cambie para bien este marco laboral.
Con
la declaración del Estado de Alarma -con todo lo que esto significa-
y con las medidas que esta recoge, he visto a determinados autónomos
quejarse amargamente y acudir a las redes sociales de forma
desaforada, lanzando improperios e insultos al Gobierno y a su
Presidente en un histerismo poco justificado.
Insisto,
dejemos de mirarnos el ombligo en estos momentos tan complicados y
respetemos a las Autoridades y su trabajo. Ya habrá tiempo para la
crítica sosegada. Nunca antes en estos últimos cuarenta años se ha
vivido una situación tan grave como esta. La situación es difícil
y dura PARA TODOS. Serán apenas unas semanas, comparado con lo que
nos jugamos (LA VIDA), pero debemos mantener la calma.
Defendamos
EL BIEN COMÚN que es LA SALUD DE TODOS. Lo que está en juego es
mucho.