Cada mañana, de paso para la tele, hacía una deseada escala en la casa de mi madre. En la cocina, sentaditos en una pequeña mesa de mármol adecuada, a partir de una antigua máquina de coser Singer, saboreábamos un aromático café de Agaete. En ese encuentro mañanero, charlábamos de todo. Mi madre, era una mujer leída y actual, que devoraba todo cuanto le caía en sus manos. También, una mujer valiente, que pasó sus penurias para sacar a sus siete hijos adelante…
Viuda temprana, con el paso de los años, vivió esos momentos lógicos en que sus hijos, a cuenta gota, abandonaban la casa terrera que los vio nacer, para fundar sus respectivos hogares... Sin embargo, todos vivíamos muy cerquita y la pequeña mesita de la cocina era como las camas de un submarino: unos, llegaban, se sentaban y otros salían a sus trabajos… Aquella mesa, de veteado mármol, era como el confesionario de todos los hermanos… Allí, se contaban todas las penas y alegrías de la familia…
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