sábado, 2 de noviembre de 2013

DOS DE NOVIEMBRE Por Antonio Morales Méndez, Alcalde de Agüimes

Hace unos años escribí este texto que mantiene plena vigencia. Me apetece volver a compartirlo con ustedes.

En algunas ocasiones he escrito, casi siempre con rabia, acerca de la banalización y el desprecio con que, desde distintos ámbitos, se tratan nuestras tradiciones y nuestro acervo cultural. He reflexionado varias veces sobre la introducción con fórceps del Papa Nöel de la Coca Cola, al que se ha enfrentado con nuestra Navidad y Reyes Magos y también sobre esa especie de carnaval llamado Halloween, un fenómeno cada vez más presente en nuestra sociedad, con la complicidad de los grandes centros comerciales, familias que se inhiben y los propios maestros que, a veces sin pretenderlo, están contribuyendo a la desaparición de nuestro Día de los Difuntos.


Justo en la víspera de unas celebraciones que llenan nuestros cementerios para, desde lo más profundo, honrar a los seres queridos que ya no están con nosotros y que guardamos y amamos en nuestra memoria; justo en las fechas en las que nos reservamos momentos de complicidad familiar para recordar a los que tanto nos quisieron y tanto seguimos queriendo, se nos intenta introducir una especie de mascarada y fantochada -bufona y superficial- que desvía la atención de niños y mayores hacía monstruos, vampiros, zombis y brujas de tres al cuarto.

En estas fechas, en las que recordamos con más intensidad a los que se nos han ido, en las que más sentimos como “arden las pérdidas” que escribió Antonio Gamoneda, quiero hacer un artículo distinto en su memoria y compartir con ustedes algunos de los versos de los poetas que más me han conmovido al cantar a sus seres queridos, desaparecidos físicamente.

No podemos permitir que lo más frívolo de nuestra sociedad se acomode en esa “misteriosa puerta que abre a la muerte el olvido” como dijo José Bergamín.

Dice Luis Cernuda en su poema Dos de Noviembre: “las campanas hoy/ ominosas suenan./ Aún temprano, el aire,/ frío acero, llena/por tu sangre adentro./ Recuerdas los tuyos/idos este año/ dejándote único.
           
Como Lord Byron nuestros muertos nos cantan cada día: “Acuérdate de mi/ ...cerca de mi tumba./ No pases, no, sin regalarme tu plegaria:/ para mi alma no habría mayor tortura/ que es saber que has olvidado mi dolor”.

Es imposible que no nos revelemos contra el vacío que combate Miguel D´Ors cuando afirma: “las yerbas del olvido/empiezan a crecer sobre su tumba,” frente a los versos de José Mª Carreño, que nos abre presencias sin renuncias: “aquí descansa el cuerpo,/ su alma no:/ transeúntes del aire/ sigue en vilo”.

Cuanto dolor expresado con tanta ternura ante la desaparición física de los hijos, como el de José Ángel Valente: “Me parecía ahora como si quedase suspenso el amor. Y no era eso. Tan sólo tú no volverías nunca” o “Ni la palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras”. O como el de Stephane Mallarmé en su poemario inconcluso “Una tumba para Anatole”: “puedes, con tus/ pequeñas manos, arrastrarme/ a tu tumba/ tienes el derecho/ yo mismo/ estoy siguiéndote, yo/ me dejo llevar”.

“¿Amanecerá y atardecerá, por siempre, en su tumba?”¿Adónde van los muertos, Señor, adónde van? se pregunta la poetisa árabe Al-Janza ante la muerte de su hermano Sakr; y Jorge Ferrer Vidal le ruega al suyo: “Si al menos nos quisieras/ decir por que caminos marchas/ o en qué bosque te asilas/ o en qué estrella de la noche te hospedas…”. Es el mismo doloroso desgarro de José Antonio Labordeta por la ausencia de su hermano mayor: “Miguel:/ mamá te vuelve a descubrir/ cada mañana/ y mira tus camisas,/ tus viejos pantalones,/ tu boina de domingo,/ tus zapatos de campo y de paseo/ y te gesta de nuevo,/ esta vez a lágrimas y llanto”; o el de César Vallejo: “hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,/donde nos haces una falta sin fondo..”/ oye, hermano, no tardes/ en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá”, y el de Luis Artigle: “voy a dejarte escrito este poema/ antes de que se enfríe:/ que te enfríes./ Mamá ha llorado mucho y aunque tal vez podamos recoger lo derramado/ cuando vuelvas./ Sí, tal vez”.

Llanto, desde la más absoluta entrega, el del hijo Juan Ramón Jiménez que dice a su madre muerta: “Desde que eres la muerte,/ estás en todas partes, como un Dios./ Eres mar, soledad, cielo, infinito,/ y te fuiste a elevar tu gran amor./ Eres inmensamente envolvedora,/ aprietas desde todo el corazón”.

“Hoy ya no oigo las voces de aquel tiempo/ ni abuela/ ni abuelo/ Totónio Rodríguez/ Tomásia/ Rosa/ ¿dónde están todos?/ están todos durmiendo/ están todos acostados/ durmiendo/ profundamente”; evoca así todas sus pérdidas el brasileño Manuel Bandeira.

“Acaso está muy sola. Tal vez mientras yo pienso/ en ella, está muy triste: quizá con miedo esté” dice Amado Nervo, ebrio de incertidumbre  y duelo por su amada Ana Daillez.

Que grito tan desgarrador el de W.H. Auden: “parad todos lo relojes, cortad el teléfono,/ no dejéis que ladre el perro ante su sabroso hueso,/ silenciad los pianos y con amortiguado tambor/ sacad el ataúd, que vengan las plañideras”.

Frente a la mascarada, los versos de Alejandra Pilarnik: “golpean las sombras/ las sombras negras/ de los muertos.” Y los de Francisco Brines: “misericordia extraña/ ésta de recordar cuanto he perdido,/ y amar aún su inexistencia” y los de Harold Alvarado Tenorio: “valiente y hermoso/ no pudo la muerte/    malgastarte./ Mis labios/ te hacen inmortal: / te he amado mucho”.

¡Cuantos sentimos la nada de Alfonso Costafreda!: “Ha muerto mi padre./ Se repite su ausencia cada día/ en el hogar vacío”! y repetimos los versos de Pedro Casariego: “Los gusanos y el estiércol/ sólo ellos te desean/ con la torpeza horizontal del/ amor”. Y el vacío glacial de Roque Dalton: “Desde ayer que te fuiste / hay humedad hasta en la música”.

Frente al carnaval de los zombis, los versos de José Bergamín: “Si alguna vez sintieras todavía,/ cuando yo me haya muerto,/ arder como una llama temblorosa/ en tu alma mi recuerdo,/ piensa que más allá de los espacios infinitos,/ perdido entre las llamas infernales/ yo te sigo queriendo”.

Frente a la sustitución del recuerdo y la presencia de los seres queridos por una fantasmada vacua, las palabras de Roberto Juarroz: “Quienes se olviden de llorar/ deberán algún día,/ a pesar de su apremio,/ regresar a la fuente./ sentirán algún día/ que la falta de lágrimas/ termina por borrar cualquier rostro/ aunque sea el de dios”.

Hoy es el día para recordar con Manuel Ruiz Amezua a “Los que más nos amaron”: “Miraban por nosotros,/ sufrían con nosotros/ y amaban nuestra vida./ Miraban a los ojos/ nos protegían siempre/ de todos los dolores y de todas las lágrimas/ de todas las desdichas./ Pero un día se fueron para siempre./ Pasaron las horas, llegó la noche,/ y un día y otro, y otro,/ y nunca más volvieron./ Me dejaron solo frente al mundo:/ Sin saber adónde ir:/ Sin querer la soledad. / Mirando a todas partes y a ninguna. / Buscando mi verdad, y amparando la suya”.

No podemos aceptar que este Halloween superficial y consumista dé la razón al poeta: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”

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