El
PSOE ha vuelto. Como el turrón ha decidido volver casi por Navidad.
Acuciado por las luchas intestinas, las demandas de primarias y los
malos resultados en los sondeos, el partido socialista convocó, a la
desesperada, una Conferencia Política para vendernos, una vez más,
las bondades izquierdistas e ilusionantes de un proyecto político
sustentado en un bipartidismo agotado y rechazado cada vez más por
la ciudadanía. No es la primera vez que monta una estrategia que le
ha dado buenos resultados. Lo hizo tras la última etapa de un
felipismo cada vez mas escorado a la derecha tras cantarnos las
excelencias de la OTAN y abrazar el modelo neoliberal renunciando al
marxismo, privatizando empresas públicas y desmantelando la
industria estatal, enfrentándose a los sindicatos al poner en marcha
medidas regresivas contra los trabajadores, puenteando el Estado de
derecho a través de los GAL e implantando la cultura del pelotazo
que hizo aflorar toneladas de corrupción. Lo hace ahora tras el
zapaterismo que, en su última etapa, se entregó de lleno al
capitalismo más salvaje con reformas laborales, recortes de
salarios, indultos a banqueros, congelando las pensiones y
propiciando la modificación urgente de la Constitución para cargar
con la deuda, fundamentalmente privada, contraída con los mercados.
Hace
apenas un año la vicesecretaria general socialista Elena Valenciano
afirmaba públicamente que su partido debía huir, después de su
última derrota electoral, de la “cuevita de la izquierda” que
“nos aleja de la mayoría que es donde hay que estar” y Ramón
Jáuregui salió en su apoyo afirmando que su organización no ganará
votos dando respuestas más contundentes que Izquierda Unida sino
desde una oposición colaboradora. Hoy ella acaba de afirmar que de
la Conferencia política “saldrá un PSOE más rojo, más morado
(feminista) y más verde (ecologista)” y él que “el mundo cambia
tanto y tan rápido que la izquierda debe ser capaz de renovar sus
propuestas (…) y queremos hacerlo desde una izquierda renovada con
vocación de mayoría social”. Y se lanzan a hablarnos de laicidad,
tasas a los bancos, reformas fiscales, impuestos sobre la riqueza,
introducción de conceptos en la Constitución, lucha contra la
corrupción y contra el fraude, etc. Es lo que llaman “renovar el
mensaje”. Pero son medidas que nunca adoptaron cuando gobernaban o
que incluso rechazaron cuando las pudieron aplicar y, por supuesto,
huyen como gatos escaldados de la reforma del sistema electoral
profundamente antidemocrático que existe en la actualidad, de
alcanzar la separación real de los poderes del Estado, de regular la
financiación de los partidos, de nacionalizar lo que se malvendió
en su día, de revisar el papel de la monarquía, de cuestionar el
sistema económico… Para la regeneración de la democracia se
necesita mucho más que la renovación de un mensaje. Como apunta
David Trueba: “a la rosa que pintan los socialistas le faltan las
espinas para defender la casa”. Por cierto, apenas un día después
de la Conferencia, el PSOE unió sus votos al PP en el Parlamento
español para aprobar los fondos destinados a la Casa Real, desoyendo
el sonoro abucheo de sus bases y de un montón de gente que cree y
confía de buena fe en un partido socialista rearmado de valores de
izquierda. Para dejar las cositas claras y en su sitio, Felipe
González se apresuró a aclarar que él es “moderado” y que no
es rojo sino rosa. También Bono saltó a la palestra afirmando que
las emociones puntuales de un acto como la Conferencia no están para
ser aceptadas mansamente y que es preferible que el PSOE se entienda
antes con el PP que con IU.
Cada
vez son menos los ciudadanos que confían en que el tandem PSOE-PP
nos saque de la situación en la que nos encontramos. Cada vez son
más los que están convencidos que estos dos partidos han entregado
la soberanía del Estado a los “mercados”, que la política y la
democracia en sus manos ya no dan respuestas a las necesidades de la
población (Montilla dijo recientemente a Évole que “la política
de hoy tiene una tremenda limitación para solucionar los problemas
de la gente”); que no plantan cara a las desigualdades crecientes,
a las pérdidas de derechos y libertades, que han pactado un sistema
de alternancia excluyente e inmovilista (partidocracia lo llama
Flores d’Arcais), que tiene clarísimo qué temas son los que se
pueden tocar y cuáles no (en el Parlamento europeo, los
eurodiputados españoles del PSOE han votado en los últimos cinco
años en un 69% lo mismo que los del PP)…
Y
no es solo un problema de España, ni de los socialistas españoles.
La socialdemocracia se muere en toda Europa. Su papel de cara amable
del capitalismo ha terminado por desmoronarla. Ha claudicado y se
muestra incapaz de dar respuestas a la globalización y al empuje del
neoliberalismo. Para Susan George, “el auténtico triunfo del
neoliberalismo es que los socialdemócratas, a quiénes prefiero
llamar social-liberales, han acompañado cada paso en el camino
emprendido por la derecha. Confrontados en una elección entre el
original y una copia ligth, la gente elegirá el original”. La
socialdemocracia alemana se hunde cada vez un poquito más y tras
descartar “ahora y en el futuro” un pacto con la izquierda se
lanza a los brazos de Ángela Merkel; en Holanda acaban de abogar por
sustituir el estado de bienestar por una cosa que llaman “sociedad
participativa, donde todo el que pueda debe hacerse responsable de si
mismo y del medio en el que vive”. Se acabó el Estado que procura
la igualdad y la justicia social. Que sobreviva el más fuerte; en
Francia Hollande plantó cara a Sarkozy y vendió un proyecto
alternativo de izquierdas, de cambio, que trajo esperanzas a todo el
continente. Hoy no produce sino decepciones, paro, recortes, presión
fiscal a los más débiles y una peligrosa cercanía a las posiciones
racistas y xenófobas de la extrema derecha; en Suecia, Austria,
Grecia, Portugal, Italia, Inglaterra -donde se inventaron una Tercera
Vía para abrazar el neoliberalismo- el deterioro de la izquierda
socialdemócrata es brutal. Por cierto todos los postulantes de ese
tercer carril (Blair, Schröder, González…) están hoy al servicio
de grandes multinacionales.
Para
Zygmun Bauman (Esto no es un diario. Paidós), “la política de los
partidos socialdemócratas se ha articulado a partir del principio de
que aquello que vosotros (el centro derecha) hacéis, nosotros (el
centro-izquierda) podemos hacerlo mejor”, se olvidan de que “la
gravedad de la crisis tal vez sea el resultado de la intensidad de la
desregulación, pero la dureza y la acritud de sus efectos humanos
continúan estando firme y tenazmente controladas por el factor de
clase”.
A
la complicidad de la derecha con el neoliberalismo y a la incapacidad
de la socialdemocracia para plantarle cara, solo cabe la alternativa
de apuntalar un movimiento político plural, amplio, de izquierdas,
capaz de provocar una ruptura. No cabe sino romper las ataduras con
un modelo anquilosado y hacer posible un pensamiento político
competente para proponer y ejecutar alternativas; que convoque un
amplio consenso social entre los obreros y las clases medias y que,
como nos propone Tony Judt, obligue a los intelectuales a discrepar y
dar la cara. A proteger valores que vayan más allá de la
rentabilidad. A no romper con el compromiso de la salvaguarda de lo
público, la política y las instituciones democráticas. A no
renunciar a la justicia social y fiscal, a la distribución de la
riqueza, la igualdad y el bienestar. A defender mayor libertad para
todos. A volver a los ideales colectivos y a una moral que los
trascienda. A participar, implicarnos y decidir. A romper el miedo a
ser señalados como antisistemas y radicales por plantear
alternativas.
Como
dice Josep Ramoneda (La izquierda necesaria. RBA), “el discurso que
afirma que no hay alternativa, el cual se desplegó en occidente a
partir de la década de 1980, es letal para la democracia, además de
ser una estupidez en sí mismo, como nos recuerda Hans Magnus
Enzensberger: “es una injuria a la razón”, “es la prohibición
de pensar”, “no es un argumento, es un anuncio de capitulación”.
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