domingo, 22 de diciembre de 2013

Democracia intrínsecamente desestructurada, por Enrique Bethencourt

Cuando nos despertamos, los derechos de las mujeres ya no estaban allí. (La misoginia de la derecha es algo más que una pesadilla)
No vivíamos en ningún paraíso, de acuerdo. Nuestros niveles de Estado del Bienestar o de Estado Social, como prefieran, eran todavía insuficientes. Persistían significativas diferencias sociales, niveles altos de pobreza, muy desigual distribución de la renta, notables diferencias entre territorios.

Pero habíamos avanzado mucho en la extensión de la Sanidad como un derecho de todos los ciudadanos y ciudadanas, en la educación obligatoriaen los derechos de las mujeres o en la creación de profundas grietas en el  muro de la homofobia. Y, tiene mucha importancia, en el paso de la caridad al derecho en la atención a las personas con dependencia.
Todo eso comenzó a cuestionarse en el último período de Zapatero, que ya tomó algunas medidas en dirección contraria a los intereses generales, como ese ominoso cambio del artículo 135 de la Constitución para satisfacción de los mercados y de la señora Merkel.
Mayoría absoluta
Pero tras la llegada del PP a La Moncloa, apoyado en su claro triunfo electoral y en su aplastante mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, el proceso se aceleró y alcanzó niveles que no podíamos imaginar.
Desde una reforma laboral contraria a la protección de los derechos de los trabajadores y hecha en función de los intereses de la CEOE, que ha contribuido eficazmente al aumento del desempleo, al reciente atentado contra la autonomía y la prestación de servicios básicos por parte de las administraciones locales.
Desde la aprobación de una ley educativa clasista, sexista y centralizadora que destruye los pilares de la equidad y no resuelve los déficit y debilidades de la educación a los copagos, repagos y recortes sanitarios, malos para el conjunto de la población, y que se ceban de forma inhumana con los inmigrantes sin papeles a los que se considera sujetos sin derechos.
Desde los intentos de limitar las libertades y el derecho a la manifestación de la discrepancia en las calles, con la Ley Mordaza en marcha, al intencionado desmonte de la ley de la dependencia, vía descapitalización presupuestaria, causando un enorme daño a las personas afectadas y a sus familiares.
Ahora presentan la modificación de la Ley del Aborto, que deja de considerar a este como un derecho de las mujeres y restringe gravemente las posibilidades de interrupción del embarazo. Una modificación, que parece salida de la cocina de la Conferencia Episcopal Española, y que devolverá el asunto a la clandestinidad, es decir, al riesgo para la vida y la libertad de las mujeres, en un ejemplo de brutal misoginia –considerando a las mujeres seres inferiores cuyas decisiones deben ser tuteladas por psiquiatras o médicos- que nos coloca a la cola de Europa.
Bienio negro
Llevamos dos años que constituyen el bienio negro de la democracia nacida tras la Constitución del 78. Dos años de auténtica contrarreforma que nos hace retroceder tres décadas en derechos y libertades, en los que los conservadores han pasado su máquina apisonadora sobre todo lo que nos iba acercando a una sociedad más justa, más plural, con mayor equidad.
Una tarea, no les quepa duda, que llevarán hasta sus últimos extremos en el período que aún queda para la celebración de las próximas elecciones generales. Y sin que nada ni nadie pueda garantizar que entonces se den las condiciones que permitan recuperar lo perdido, por la insuficiente respuesta social a semejantes tropelías y el desnorte, la fragmentación y el todavía insuficiente apoyo ciudadano a las alternativas a la derecha gobernante.
No vivíamos en ningún paraíso, de acuerdo. Pero corremos el riesgo de acostumbrarnos al infierno de esta democracia intrínsecamente desestructurada en la que por encima de los ciudadanos y las ciudadanas imponen permanentemente su despiadada ley banqueros, empresarios y obispos.
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