Al borde de los sesenta, por Paco Vega
Esto
de sentarse al borde de las cosas se ha vuelto
un
hábito en mi vida, hasta
que caiga por
el
inevitable precipicio del
tiempo.
A
finales de
2018, con cincuenta y tres años, me sentaba a reflexionar para
escribir y
presentar el
que luego sería mi libro: "Reflexiones al borde de un café".
Algo
que nunca se me había
pasado
por la cabeza.
Ahora, al borde de los sesenta -aparte de reflexionar- soy más consciente que nunca que la vida se nos escurre entre los dedos, que me queda menos por vivir y demasiadas cosas por hacer, un mundo por descubrir y muy poco tiempo para hacerlo.
Me considero persona reflexiva y serena, aunque con cierta dosis de impulsividad controlada. O eso al menos quiero creer...
Me gusta meditar y escribir sobre la vida y los "porqués" de las cosas. La reflexión me ayuda a repasar el acontecer diario, excesivamente veloz para captar todos los matices. También de los silencios. Los silencios en ocasiones hablan más que las palabras...
Soy tremendamente despistado, especialmente cuando caigo en esos procesos reflexivos que me suceden en cualquier lugar y momento del día. En ocasiones, sin embargo, me percato de casi todo, captando mensajes que otros pasan por alto. Es precisamente durante las citadas reflexiones cuando me percato de detalles que quedaron dispersos entre frases y silencios.
Escribo de política más de lo que quisiera, porque ese es un mundo totalmente impostado, cargado de mentiras e intereses. A veces me veo obligado por las circunstancias y pudiera parecer que no pienso en otra cosa, pero no...
Me gusta mucho escribir de sentimientos, de pasiones y de prisiones, las mentales, que son las más dañinas. Los hombres, poco dados a expresar sus sentimientos, suelen "amar para adentro", también algunas mujeres, pero debemos aprender a querer y a dejarnos querer, a expresar lo que sentimos, aunque salgamos magullados de la experiencia.
La vida me brindó una paternidad temprana a los veinticuatro años. Lo hice lo mejor que pude. Debo decir que lo disfruté mucho; con mis aciertos y errores, que de todo hubo. Hoy miro hacia atrás y me siento satisfecho, a pesar de las dificultades.
Hoy me asomo a los sesenta con el lógico vértigo de la edad, especialmente por el cambio de década, en el que sientes que "ya no eres un niño". Pero no me amilano fácilmente. Quiero seguir aprendiendo, viviendo y luchando hasta el último suspiro, hasta que me caiga por el precipicio de la vida, hasta convertirme apenas en un recuerdo de los que alguna vez me quisieron o apreciaron.
Mi madre me trajo al mundo con mil trabajos y quiero que sienta que mereció la pena el esfuerzo. Quiero pensar que si, que cuando nos dejó se fue tranquila y satisfecha.
Parir y criar a este cabezón no debió ser tarea fácil...
Hoy, al borde de los sesenta, me atrevo a aconsejar a los jóvenes para decirles que lean, que escuchen y que se dejen aconsejar por quien les demuestra querer lo mejor para ellos, pero cuídense mucho de celos y envidias ajenas, que no todas las personas son bienintencionadas. Que vivan intensamente sus propias vidas, con sus aciertos y errores,
La vida es una lucha y experimentación continua de la que sólo disfrutamos cuando nos sentamos a reflexionar sobre lo vivido, pensando que si, que ha merecido la pena llegar hasta aquí, pero que queda mucho por hacer...
Al borde de los sesenta pido disculpas por el atrevimiento de contar lo que soy y lo que siento, cuando la vergüenza es un lastre que ya no me puedo permitir...
Este aprendiz de casi todo sabe, con total seguridad, que morirá aprendiendo.
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