Colaboración semanal en el programa Antena Abierta de David Hatchuell (Radio Faycan).
Todos los miércoles a las 13,30 horas plantamos una semillita en forma de opinión.
GUAU,
GUAU.
La
luz del sol anuncia un nuevo día y me emociono porque sé que llega
la hora de salir. Me muevo nervioso por la casa sin poder contener la
emoción. Finalmente, se abre la puerta y respiro entusiasta,
aliviado y feliz. La suave brisa de la mañana acaricia mi cara, lo
que aumenta la sensación de bienestar. Qué suerte poder disfrutar
de estos momentos, que suerte vivir y sentir con tanta intensidad.
Doy
un pequeño paseo, corto pero muy agradable, todo un placer para los
sentidos. Los olores no dejan lugar a dudas. A pesar del calor que se
adivina para el resto del día, algo me dice que el verano se ha
terminado y entramos en otra estación. Los sonidos también son
diferentes, mis amigos los pájaros no dejan de anunciarlo con sus
cantos. La calma sería absoluta de no ser por el lejano sonido -casi
imperceptibles- de los vehículos en circulación la autovía y el
tenue rugir de algún avión muy lejano que apenas logra interferir
en la tranquilidad y la paz del momento.
Me
pregunto cómo será este mundo cuando desaparezcan los motores de
combustión, cuando todos los vehículos sean eléctricos, ¿se
imaginan?. No sé cuando llegará pero seguro que mis agudo sentido
del oído lo agradecerá, explorando luego nuevos sonidos, ahora
ocultos tras el rugir generalizado de motores. Los bellos sonidos de
la naturaleza se harán más presentes que nunca. También el aire
será mucho más respirable, libre de la contaminación que ahora lo
inunda todo aunque no seamos muy conscientes. Mi agudizado olfato
entonces también se verá recompensado con nuevos aromas.
Que
bueno es vivir intensamente y poder disfrutar de las pequeñas cosas
de la vida. Que mágico es el amor por otro ser vivo y disfrutar de
su agradable compañía, sin pedir nada a cambio, sin más
compensación que tu calor y tu presencia. Que mágica la complicidad
de una mirada, de un gesto entre seres que se admiran y se respetan.
La complicidad lógica de años de convivencia y cariño.
Y
a todas estas llega el momento de regresar a la casa, al dulce hogar.
Relajado y tranquilo después del agradable paseo me encamino a mi
refugio, con la tranquilidad de saberme querido, con la paz en el
corazón de saber que siempre son las pequeñas cosas las que hacen
agradable la vida, la de las personas... y la de los perros.
Guau.
Guau.
(1) Esta
reflexión de mi perro viene a cuento porque estos últimos días he
visto algunos vídeos del comportamiento animal con las personas.
Concretamente he visto a un toro de lidia que nos lo pintan como un
animal poderoso, que lo es, que podría hacerlo por su corpulencia,
que un hombre ha criado de pequeño y lo vemos jugar placidamente sin
hacerle el más mínimo daño. También un oso tremendo que
quintuplica el peso del hombre que lo ha criado desde pequeño, que
juega con él y que, a pesar de su corpulencia, que podría
aplastarlo en cualquier momento, y unas garras tremendas es incapaz
de hacerle el más mínimo daño. También he visto otros con tigres
y otros animales que, sin ser domésticos, interactuan y juegan con
los humanos. Y por último he visto el de una foca que juguetea con
un submarinista, que acaricia y se deja acariciar por el
submarinista, jugueteando y arrullándose con él como si fuera un
gato.
Todo
esto me parece increíble y me lleva a la reflexión de que el ser más
cruel y despiadado que existe es el ser humano. Que aquello de
animales racionales es una gran mentira, porque a lo largo de la
historia hemos demostrado que de racionales tenemos poco, somos lo
más cruel y despiadado que existe.
Simplemente
quería hacer esta pequeña reflexión en voz alta y para que tomemos
buena nota de todo ello y, de paso, recordar aquella canción de
Roberto Carlos que dice “Quiero ser civilizado como los animales”.