(A la memoria
de José González Rodríguez)
Estaba cansado y dijo, yo
me bajo en esta...
Me dejaste con las ganas
de echar una última conversada, de despedirme de tí, de decirte que
eras un tipo grande y entrañable a pesar de tu mal genio. Echaré de
menos tus palabras, tus consejos y tu sabiduría de muchas vidas
vividas en una sola.
Me siento muy orgulloso
de que me consideradas tu amigo, de que confiaras en mi tus
misterios, que de compartieras conmigo tus palabras y tu arte.
Hoy me he llevado un
mazazo al conocer la noticia de tu partida, pero me quedo con los
buenos momentos vividos en tu compañía, las largas horas de
conversación en tu casa de La Oliva, en tu Fuerteventura del alma,
“tu isla”.
En los últimos
tiempos nos hemos visto menos de lo que nos hubiese gustado, a mi
probablemente me desbordaban los problemas, y a ti te faltara el
embrujo de tu Fuerteventura de adopción. Me hubiese gustado tener
más tiempo para compartir contigo y recordar juntos la magia de esa
isla, pero no ha podido ser. Me quedo con tus recuerdos y con tu
amistad, esa a la que hacías referencia en la dedicatoria de tu
libro “RIGO”:
Sé que te alegras
cuando yo lo estoy,
sé que me aprecias
como yo a tí,
y sé que esta obra
hecha realidad te ilusionaba como a mi.
¡Así son los amigos!
Dejas
tus pinturas, tus esculturas y tus textos, pero sobre todo dejas tu
luz y tu calor de los que hemos tenido la fortuna de
conocerte.
Acariciando
ahora las tapas de tu libro dedicado y contemplando la rosa de los
vientos que tallaste en madera para mí, me siento feliz y triste a
la vez, pero sé que esta mezcla de sentimientos es buena y
significa que siempre estarás entre nosotros.
Gracias
Pepe González por haberme ofrecido lo más grande y limpio de un ser
humano puede dar, tu sincera amistad.