Documentándome un poco
sobre el tema de la inmigración antes de escribir este texto, me
sorprendo con unas declaraciones
interesantísimas del ex-presidente Aznar.
Aunque en ellas no dice nada que no supiésemos, es decir, que la
inmigración no se ataja con vallas y alambradas sino generando
prosperidad en los países de origen. Llama la atención en boca
de quien fue presidente del gobierno español y quien parece ser que
entonces -con la inmigración en su máximo apogeo en las costas
canarias- no tenía la misma opinión.
Lo que está sucediendo
con la inmigración es una vergüenza para Europa y para España. La
actitud de mirar para otro lado del presidente Mariano Rajoy, que
sólo ha reaccionado tímidamente cuando ha visto “maniobrar” a
la presidenta alemana, es de auténtico bochorno puesto que ha sido
siempre España un país emigrante, y lo sigue siendo, gracias en
parte a sus políticas austericidas que han ahogado y abocado al
cierre a multitud de empresas, a pesar de que sus voceros proclamen a
los cuatro vientos una prosperidad inexistente, al menos para los
españoles de a pié. Por lo tanto no se entiende que ante un drama
humano como el que estamos viendo cada día en los medios muestre una
aptitud tan fría y distante.
El que escribe este texto
ha vivido en primera persona el drama de la inmigración durante
varios años en las costas canarias. He visto quién, cómo, cuántos
y por qué vienen. He comprobado con mis ojos hasta que punto es
capaz de jugarse la vida el ser humano cuando la desesperación es su
único motor. ¿Cuántos de nosotros se atreverían a embarcarse con
toda su familia en unas precarias pateras para recorrer decenas de
millas sin la certeza de poder tocar tierra? ¿Qué mujer en avanzado
estado de gestación se atrevería a tal aventura? ¿Qué padre
pondría en riesgo la corta vida de un hijo de tres años?