Miguel
de Unamuno
No
pretendo con este artículo criticar el aprendizaje de un idioma. El
conocimiento de una lengua -o de varias- distintas a la materna es
muy importante en este mundo globalizado. Es esencial para encontrar
un trabajo y no lo es menos para comunicarnos mejor con otras
culturas, para ejercitar el cerebro, para abrir espacios al
conocimiento y la formación… Otra cosa es el afán cesarista de
imponernos a toda costa un determinado idioma -el inglés- para
reafirmar y reforzar el papel preponderante de un modelo económico,
tecnológico, político y cultural que habla inglés y que lo utiliza
como un elemento más de colonización sobre el resto de los pueblos
del planeta.
Escribo
esta reflexión al hilo de la intervención de la alcaldesa de Madrid
ante el COI para defender la candidatura olímpica de Madrid para el
año 2020. El discurso de Ana Botella elogiando las bondades de la
capital de España rayó la estulticia, tal y como unos años antes
lo hiciera su esposo Aznar cuando contestó a las preguntas de un
periodista en un español con genuino acento norteamericano.
Pudiéndolo hacer en español, que es su idioma, y tal como lo hacen
los franceses, por ejemplo, cada vez que intervienen en un foro
internacional, la regidora madrileña recurrió a la lengua de
Shakespeare para hacer el mayor de los ridículos y convertirse en la
diana de las bromas y el cachondeo. Presa de un provincianismo
rampante que se traduce en un sometimiento de la política y de la
economía al mundo anglosajón, la delegación española se convirtió
en una caricatura burlesca de un país y de su dignidad.
Pero
este complejo de inferioridad no es nuevo. No son pocas las veces que
escuchamos a periodistas, analistas políticos y a otros opinadores
criticar que Suárez, González y Aznar en su día y después
Zapatero y ahora Rajoy no supieran hablar inglés. Afirman que no se
puede ser presidente de un país sin dominarlo. De la misma manera se
va extendiendo el mensaje de que no puedes acceder a determinados
espacios de prestigio social si no sabes expresarte en esa lengua. Al
tiempo que Francia es el país que más medios emplea para defender
su idioma e impedir que se incorporen palabras extranjeras y que ha
cuestionado en la ONU la primacía del inglés (“cierta dejadez
lingüística ha favorecido una tendencia a hablar primero en
inglés”, llegó a expresar Boutros-Ghali), por aquí poco a poco
va perdiendo peso el orgullo y la obligación de defender un idioma
que hoy hablan casi 500 millones de personas; que tras el chino
mandarín es la lengua más hablada del mundo y el segundo en
comunicación, detrás del inglés; que es uno de los seis idiomas
oficiales de la ONU; que lo es también de numerosas organizaciones
político-económicas internacionales; que es el segundo idioma más
estudiado del mundo; que es el tercer idioma más empleado en la red
(después de crecer un 800%); que es el segundo en Twitter…
Mientras
cada día se habla un español cada vez más zarrapastroso, según
Víctor García de la Concha, vamos dando paso a expresiones inglesas
que nos van invadiendo sin que hagamos absolutamente nada. Así, un
conocido programa de televisión designa a un “coach” para hacer
seguimiento a los artistas noveles, en vez de ponerlos en manos de un
preparador, un asesor, un supervisor, un instructor, un entrenador,
un monitor, un tutor o muchas más acepciones; para conocer lo que se
encuentra detrás del escenario o entre bastidores tenemos que ir al
“backestage”; en noviembre pasado el Cabildo grancanario nos
presentaba la Gran Canaria Fashion & Friends que estaba plagada
de “show cooking”, pasarelas “workshops”, un espacio “the
living room”, y contaba además con un “spray-on-fabric” y un
“happy market”…; el actor Jorge Sanz inauguraba el otro día en
Las Palmas de Gran Canaria un “coworking”, en vez de unos
espacios compartidos; los mecenazgos o los patrocinios culturales
ahora se llaman “crowfunding”; la hija del Jefe de la Casa Real
se casaba en estos días con un entrenador que era su “personal
trainer”; otra vez el Cabildo esta semana anunciaba la puesta en
marcha del programa “Living Lab”, que incluye la formación de
vendedores (“personal shopper”) y una plataforma “social
shopping”; hace unos días un periódico local hacía una crónica
de la visita de los reyes de Holanda diciéndonos que “Doña
Letizia completó su “look” con salones “nude” y “clutch”
de “print” serpiente”; incluso Rubalcaba lució camiseta para
decirnos que podía conseguir ganar con un “We Can Do It”… Y
podría seguir aportando innumerables ejemplos… Y menos mal que aún
cantamos en español en Eurovisión y no hemos claudicado como muchos
países europeos que han renunciado incluso a su lengua oficial para
sustituirla por el inglés.
Pero
no solo sucede con el idioma. En los colegios, en las academias, en
internet, en el mundo mediático, a medida que se enseña el idioma,
se nos va impregnando también de la cultura anglosajona y vamos
viendo como la celebración de los “Finaos”, que honra a nuestros
difuntos, se va sustituyendo por una especie de carnaval consumista
que tiene a nuestros niños ahora de puerta en puerta pidiendo trucos
o tratos sin sentido para imitar al mejor Halloween americano o vemos
como un Papá Noel, inventado por la Coca-Cola, va ocupando un lugar
en nuestras casas, a veces en detrimento de los Reyes Magos. Y vemos
su primacía en la música, en el cine, en la televisión…
Ponía
antes el ejemplo de Francia y la defensa de su lengua. Alemania está
en estos momentos elaborando una propuesta para impedir el acceso a
puestos de trabajo en su país a quién no conozca su idioma y el
mismo Senado norteamericano, ante el auge del castellano, elaboró
varias enmiendas y legisló para frenar su avance y porque, como
declaró George Bush, el sueño americano solo se puede alcanzar
hablando inglés. Y por lo que parece, también el sueño español.
Paradójicamente,
a la vez que nos plegamos al dominio del inglés y renunciamos a
nuestra lengua en los foros internacionales, en Latinoamérica la
protección al idioma de Cervantes es digna de encomio. Celebran como
nadie el Día del Idioma Español y expanden la lengua con ilusión,
cariño y respeto. Resulta un contrasentido que el crecimiento del
español y su defensa dependa fundamentalmente de los países del
otro lado del Atlántico y de su gente. Aunque por aquí también se
crean plataformas de intelectuales para defenderlo. Sí, pero del
catalán. Y ni una palabra sobre la imposición y el acoso del
inglés. Y no parece que un país sometido a los mercados y que ha
cedido su soberanía política vaya a ser capaz de ir más allá.
En
su día cité un texto de Manuel Vicent que quiero volver a
compartir. Decía así: “A la hora de firmar un contrato
internacional y de acceder a las últimas conquistas del cerebro
humano, la lengua de Cervantes no sirve para nada. Hay que saber
inglés. En este sentido conviene inculcar a nuestros escolares una
idea básica: El castellano sirve para soñar, para rezar, para
escribir bellas historias, para rememorar grandes hazañas del
pasado, pero no interviene en absoluto en la economía mundial ni en
el pensamiento científico. Su zona de máxima influencia está en
los sótanos del Imperio, donde se friegan los platos y se cargan los
paquetes”.
Ese
es el reto, prestigiar el idioma que une a una comunidad de
quinientos millones de personas y que es valorado solo por un 2% de
la población europea; poner coto al lingüicismo, como lo describe
Skutnabb-Kangas, que segrega, discrimina, estigmatiza o excluye a los
individuos o los pueblos en función de la lengua que hablen y romper
el imperialismo lingüístico que no solo se queda en el habla sino
que desarrolla estructuras de poder y dominación a través de un
sistema político y económico que necesita también imponer un
idioma como parte importante del control de la ciencia, la economía,
la cultura, la educación… Pero eso no se consigue con el ejemplo
de Ana Botella renunciando a su idioma para chapurrear el inglés.
Para quedar más “cool”.
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